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Titulo: Los Judíos y el Evangelio 1/4

Autor: John Wilkinson 
Nº: PE947

 

No es el propósito revelado de Dios el convertir al mundo durante esta dispensación presente.

Si esta fuera la última dispensación, en la cual el mundo se convirtiera, entonces la nación de Israel debería convertirse primero y ser así el instrumento para lograr la bendición universal.

Dejar a los judíos a un lado para que, a través de su preservación como una nación separada, pueda asegurarse el propósito de Dios, es simplemente desobedecer al Señor Jesucristo; y asegurar la conversión de la nación judía en esta dispensación sería frustrar el propósito que Dios tiene a través de su preservación nacional.

 


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Los Judíos y el Evangelio 1/4

Sea usted muy bienvenido, estimado amigo, amiga; hemos llegado ahora a considerar el lugar de los judíos en la presente dispensación.

 

Esta es una dispensación que está entre paréntesis y es electiva. Entre paréntesis – ya que está entre la semana sesenta y nueve y setenta de Daniel, o si se quiere entre la ascensión y la segunda venida del Señor Jesucristo. Es la dispensación del Espíritu Santo para reunir a la iglesia – una elección de individuos de todas las naciones durante el período en el que la nación electa está esparcida por todo el mundo: tanto el reunir a la iglesia como el esparcimiento de Israel continúan hasta el final de los tiempos de los gentiles, lo cual está a punto de ocurrir.

 

No es el propósito revelado de Dios el convertir al mundo durante esta dispensación presente, porque las Escrituras dan testimonio claro y específico de que la corrupción y el juicio caracterizan el final de esta época. No hay nación, pueblo, ciudad o inclusive villa que se haya convertido en su totalidad durante 2000 años, además, la corriente de incredulidad y corrupción está atropellando con fuerza descomunal al cristianismo. Más allá de todo esto, Palestina espera por la restauración de Israel, y el mundo espera por la conversión de Israel: pero si Israel se convirtiera en la presente dispensación, ¿qué pasaría con la garantía de Dios de preservar a la nación como tal hasta el final del tiempo? Es bien sabido que la iglesia está ligada en fidelidad a su Señor para buscar la conversión de los judíos, y es igualmente conocido que cuando los judíos se tornen cristianos pronto perderán su nacionalidad, y se incorporarán a la iglesia. Si esta fuera la última dispensación, en la cual el mundo se convirtiera, entonces la nación de Israel debería convertirse primero y ser así el instrumento para lograr la bendición universal. Pero si ese fuese el caso, entonces los judíos perderían su nacionalidad distintiva y llegarían a ser, junto con los creyentes gentiles, miembros de la iglesia de Cristo, en la cual no hay judío ni griego. Dejar a los judíos a un lado para que a través de su preservación como una nación separada pueda asegurarse el propósito de Dios es simplemente desobedecer al Señor Jesucristo; y asegurar la conversión de la nación judía en esta dispensación sería frustrar el propósito que Dios tiene a través de su preservación nacional.

 

¿Cómo enfrentamos entonces esta dificultad? Entendiendo que “el remanente escogido por gracia” está siendo reunido ahora como la porción judía de la iglesia, la esposa de Cristo, y que “todo Israel será salvo” al regreso del Señor al monte de Sion.

 

¿Cuál es entonces el lugar de los judíos en esta presente dispensación? La Palabra de Dios es nuestra única y suficiente guía. Nuestro Señor dice claramente “predicad el evangelio a toda criatura.” La exposición y la argumentación son bastante innecesarias. Aquel que es desobediente no desea ninguna de las dos, aquel que es obediente no necesita ninguna de las dos. “Toda criatura” o “toda la creación,” seguramente incluye a los judíos. Acerca de esto no puede haber ninguna duda. Pero muchos dicen, sí, pero atendamos a los gentiles primero; ellos son mucho más numerosos, están mucho más necesitados, son mucho más accesibles y nos dan mucha más esperanza. La respuesta de Dios es, “Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” La iglesia cristiana ha dicho, y dice aún, tanto por palabra como por hecho, hay diferencia, una diferencia a favor de los gentiles. Dios dice que no la hay. ¿Qué está bien? ¿Será que Dios manifestó en algún momento poca voluntad para salvar a un judío? ¿No ha hecho la iglesia una diferencia? Sí la ha hecho, y la responsabilidad de los resultados de esa diferencia se encuentra a sus pies, no en Dios. La persecución amarga y la idolatría han sido por los siglos pasados las únicas dos formas de cristiandad presentadas a los judíos. ¿Tendrá la iglesia algún derecho a quejarse de la dureza e inclusive blasfemia del judío cuando se reflexiona que la actitud de éste frente a Cristo es el resultado natural de la conducta de los cristianos profesantes? Permitamos que la iglesia de Cristo no haga diferencia, y pronto veremos que en Dios tampoco la hay. El mandamiento de Dios a sus discípulos es el de llevar las buenas nuevas de salvación a todo individuo sobre la faz de la tierra, y el Espíritu Santo nos asegura que no hay diferencia entre el judío y el gentil, sino que cualquiera que invoque el nombre del Señor será salvo.

 

El Señor, que manda a sus discípulos a ir y discipular todas las naciones, da detalladas instrucciones sobre la mejor manera de llevar a cabo sus órdenes. Durante el ministerio de nuestro bendito Señor, doce judíos fueron llamados por él para ser sus discípulos, y “a estos doce envió Jesús, y les dio instrucciones, diciendo: Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel.” Aún en el caso de una mujer cananea que rogó por la salud de su hija, la cual estaba poseída por un demonio y que fue sanada, el Señor le dijo claramente “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.” No es necesario aquí que investiguemos qué evento en particular hizo que el Señor fuera rechazado por su propia nación. Sabemos por la historia y por las Escrituras que “a lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.”

 

¿Será que él los abandonó porque ellos le rechazaron? El Jesús rechazado, crucificado y enterrado vuelve a aparecer como el Señor resucitado, conversando con sus discípulos, les “declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían,” enseñándoles la necesidad de sus sufrimientos preparatorios para su gloria, y el propósito de su muerte y resurrección.

 

“Y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas. He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto. Dejemos bien remarcado que la crucifixión del Señor Jesús no fue para detener la conversión de los judíos sino para fomentarla.

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