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Los buenos propósitos solamente, no son suficientes
(2ª parte)

Autor: Wolfgang Bühne

El ejemplo de Ezequías y sus palabras conmovedoras dirigidas a los levitas tuvieron un marcado efecto: los levitas se pusieron en marcha y “se santificaron”. Siempre que los líderes del pueblo de Dios refuerzan su llamamiento con su conducta ejemplar “conforme a las palabras del Señor”, algo se mueve y ocurre un cambio.

 


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PE2054 – Estudio Bíblico
Los buenos propósitos solamente, no son suficientes (2ª parte)



Tanto los sacerdotes como los levitas conocían sus tareas y sabían también los límites de su ministerio. Los sacerdotes comenzaron con la limpieza del interior del templo. Aquí hay una importante lección para nuestra vida personal, y también para la vida de la Iglesia:

No basta con cambiar o corregir lo exterior, si en el corazón o en el “lugar santísimo” aún no ha habido un cambio y una limpieza interior. Ése fue precisamente, después, el pecado de los fariseos, que tomaban muy en serio la purificación exterior estando “por dentro llenos de robo e injusticia” (como leemos en Mt. 23:25).

El llamado del Señor al arrepentimiento, dirigido a los hipócritas de aquellos tiempos, es también para nosotros, que hablamos y escribimos mucho de santificación y separación, tolerando y cultivando, sin embargo, maldades y ataduras ocultas en nuestros corazones. Mt. 23:26 nos exhorta: “Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio”.

Es triste tener que observar a menudo, cómo creyentes que dan suma importancia a lo exterior y miden, desde ahí, el grado de espiritualidad y temor de Dios, se asemejan a “sepulcros blanqueados” o tienen “gatos encerrados”.

En cuanto a nuestro culto en la iglesia, nuestro “santuario” debería estar limpio de toda basura filosófica y teológica, sujetándose en todo a las afirmaciones de la Palabra de Dios. Cuando nuestra visión de Dios y del hombre está sujeta únicamente a la Biblia, estamos “automáticamente” inmunizados contra la mayoría de las falsas doctrinas de la historia de la iglesia. En lo que se refiere a nuestro Señor Jesucristo, nuestra profesión debería ser inequívoca:
Jesucristo – Dios y hombre perfecto a la vez, sin la capacidad de poder pecar, y no obstante “hecho pecado” por nosotros en la cruz, para ser nuestro sustituto allí. El cual murió por nuestros pecados y fue “resucitado para nuestra justificación” (según Ro. 4:25) “el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Ro. 8:34).

Éstos son sólo unos cuantos de los muchos valores que tipológicamente podemos ver en el Lugar Santísimo, en el santuario y en el atrio del templo. Estos contenidos de la fe debemos defenderlos contra cualquier ataque.

Si queremos ver lo sucio de la “casa de Dios” en nuestros días, sólo tenemos que hojear las revistas eclesiásticas o evangélicas. Las discusiones de los últimos meses y años sobre el “sacrificio expiatorio de Cristo”, muestran cuánta basura y suciedad acerca de la persona de nuestro Señor, en forma de falsa doctrina, se han metido en la cristiandad o son aceptadas sin chistar.

Veamos ahora algo: del sacrificio para reconciliar “a todo Israel”

Los sacerdotes y levitas habían limpiado y santificado el templo durante 16 días, y también habían colocado todos los objetos de la casa de Dios en el lugar determinado por Dios. Estos largos 16 días dejan claro la gran cantidad de suciedad y los restos de la idolatría de pasadas generaciones que hubo que sacar. Pero, al fin llegó el día en que se terminó la obra de limpieza, y el rey Ezequías y sus superiores entraron en el templo con los animales para el sacrificio. Los sacerdotes esparcieron la sangre de los animales sobre el altar para purificarlo, y en presencia del rey y del pueblo hicieron expiación para reconciliar a todo Israel.

“A todo Israel” se menciona dos veces en el v. 24 de 2 Cr. 29, porque Ezequías no sólo pensaba en el reino de Judá, sino también en el infiel reino del norte de Israel. Parece ser que después de la división del reino, Ezequías fue el primer rey cuyo corazón latía por “todo Israel”. Su ejemplo anima a preocuparse y a responsabilizarse de todo el pueblo de Dios de nuestros días, a pesar de todas las separaciones y experiencias negativas. Aunque no podemos hacer expiación por otros en el sentido literal, sí debemos interceder por todos los hijos de Dios.

El hecho de que somos “un cuerpo” (como leemos en 1 Cor. 12:12 al 31) no debe ser una mera teoría, sino que hay que experimentarlo. Esto significa que no debemos ser indiferentes ante la condición de nuestros hermanos – donde sea que ellos se encuentren. Su situación espiritual tiene su efecto sobre nuestra vida espiritual y viceversa. Ser concientes de esto, nos hará humildes y nos dará un sentido de responsabilidad. Especialmente cuando nos veamos confrontados a las supuestas actividades equivocadas y a los pecados de hermanos que se encuentran en un camino que nosotros no podemos andar con ellos. La obligación de “poner nuestras vidas por los hermanos” (de lo que nos habla 1 Jn. 3:16) no está limitada a un círculo específico de comunión, sino que encierra a todos los hijos de Dios.

En esto Abraham es un vivo ejemplo para nosotros, en la actitud que mostró frente a Lot. Luchó en oración por su sobrino (como vemos en Gn. 18:14 al 33; y 19:29) y arriesgó su vida por él, aun cuando éste había sido hecho prisionero por su propia culpa (Gn. 14:14 al 16).

Roberto C. Chapman fue conocido en Inglaterra por su amor desinteresado y su solicitud para con todos los creyentes. Cuando murió, a los 98 años, alguien escribió sobre él:

“A su entierro en Barnstable asistieron muchas personas. Vinieron de todo el país. Bautistas, metodistas, congregacionalistas y anglicanos, que ante el sepulcro se reunieron como ‘hermanos’ – ante el sepulcro de un hombre que por su palabra y su ejemplo había enseñado que todos las personas nacidas de nuevo son hermanos y hermanas en Cristo. Y aunque no se apartó jamás ni un centímetro de sus convicciones en cuanto a la adoración y a la dirección de la iglesia, todos sabían que él los había amado y que en su corazón lamentaba que no hubiera más unidad en estas cuestiones entre los hijos de Dios. Sabían que habían perdido a un verdadero ‘hermano.”

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