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Lo peligroso en los buenos tiempos…
(1ª parte)

Autor: Wolfgang Bühne

Es sabido que para el hombre no hay cosa peor que un período de abundancia. ¡Y los creyentes no están exceptuados de esto!

 


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PE2078 – Estudio Bíblico
Lo peligroso en los buenos tiempos… (1ª parte)



Amigos, ¿cómo están?, como ya se dijo el tema de hoy es: Lo peligroso en los buenos tiempos …

Comenzamos leyendo en 2 Crónicas 32, los vers. 27 al 31: “Y tuvo Ezequías riquezas y gloria, muchas en gran manera; y adquirió tesoros de plata y oro, piedras preciosas, perfumes, escudos, y toda clase de joyas deseables. Asimismo hizo depósitos para las rentas del grano, del vino y del aceite, establos para toda clase de bestias, y apriscos para los ganados. Adquirió también ciudades, y hatos de ovejas y de vacas en gran abundancia; porque Dios le había dado muchas riquezas. Este Ezequías cubrió los manantiales de Gihón la de arriba, y condujo el agua hacia el occidente de la ciudad de David. Y fue prosperado Ezequías en todo lo que hizo. Mas en lo referente a los mensajeros de los príncipes de Babilonia, que enviaron a él para saber del prodigio que había acontecido en el país, Dios lo dejó, para probarle, para hacer conocer todo lo que estaba en su corazón”.

Y también vamos a leer en Isaías 39, los vers. 1 y 2: “En aquel tiempo Merodac-baladán hijo de Baladán, rey de Babilonia, envió cartas y presentes a Ezequías; porque supo que había estado enfermo, y que había convalecido. Y se regocijó con ellos Ezequías, y les mostró la casa de su tesoro, plata y oro, especias, ungüentos preciosos, toda su casa de armas, y todo lo que se hallaba en sus tesoros; no hubo cosa en su casa y en todos sus dominios, que Ezequías no les mostrase”.

La destrucción inesperada de las fuerzas armadas asirias, que hasta entonces se habían considerado invencibles, fue una noticia que se propagó como un reguero de pólvora. Los judíos temerosos de Dios expresaron su agradecimiento y gozo “trayendo a Jerusalén ofrenda a Jehová, y ricos presentes a Ezequías rey de Judá” (así nos dice 2 Cr. 32:23), mientras los pueblos paganos – que no reconocieron la mano de Dios en la aniquilación de los asirios – colmaron a Ezequías con toda clase de honras y elogios.

El breve comentario del cronista: “y fue muy engrandecido delante de todas las naciones”, deja ya entrever las serpientes venenosas que se escondían detrás de los laureles recibidos…

Después de los meses de cerco y la escasez y necesidad que esto conllevó, ahora sobrevino la abundancia para Ezequías y su pueblo. Habiendo él despojado, hacía muy poco, el templo y su propia casa del oro y de la plata para entregarlo todo a los asirios (como leemos en 2 Re. 18:14 al 16), empobreciendo así a Jerusalén, ahora tiene que hacer depósitos para almacenar las riquezas y la abundancia repentina de oro, plata y piedras preciosas.

Además, fue necesario edificar depósitos para la cantidad de alimentos, establos para los ganados y casas para las muchas personas que ahora venían a Judá. O sea un milagro económico mucho mayor que el milagro económico que vivió Alemania después de la Segunda Guerra Mundial.

– “Y tuvo Ezequías riquezas y gloria…”
– “Dios le había dado muchas riquezas.”
– “Y fue prosperado Ezequías en todo lo que hizo.”

Después de la pausa, hablaremos de: El peligro de las riquezas

Es sabido que para el hombre no hay cosa peor que un período de abundancia. Y los creyentes no están exceptuados de esto.

En el Salmo 62:11, el rey David nos dio el siguiente sabio consejo: “Si se aumentan las riquezas, no pongáis el corazón en ellas.” Y una generación después, Agur oró: “… No me des pobreza ni riquezas” (así leemos en Proverbios 30:7 y 8).

Nuestro Señor Jesucristo advirtió repetidas veces acerca del “engaño de las riquezas” (por ejemplo, en Mt. 13:22) y el apóstol Pablo le dijo a Timoteo, en su primera carta, cap. 6, v. 6, que “la piedad acompañada de contentamiento” era una ganancia que valía la pena.

Juan Wesley (quien vivió entre 1703 y 1791), habiendo reconocido claramente el peligro del dinero para su vida, dijo:

“El dinero nunca se queda conmigo, me quemaría, si se quedara. Lo echo de mí lo más rápido posible, para que no pueda entrar a mi corazón.”

Y William MacDonald, quien ha reflexionado y escrito mucho sobre el dinero y las posesiones, opina:

“La avaricia no es lógica. Nos esforzamos por recibir cosas que no necesitamos, para impresionar a personas que no queremos.”

Las riquezas pueden traer: El pecado del orgullo

Aunque en este punto no es fácil reconstruir el orden histórico de los acontecimientos en la vida de Ezequías, parece ser, sin embargo, que la honra recibida y las riquezas repentinas se le subieron a la cabeza, pues en 2 Cr. 32:25 leemos estas importantes palabras: “Mas Ezequías no correspondió al bien que le había sido hecho, sino que se enalteció su corazón…”

¡Qué razón tenía cierto puritano inglés cuando oró:
“¿Soy rico? ¡Qué pronto me enaltezco! Sabes, que todo esto son trampas, por haber tanta corrupción en mí, siendo yo mismo la mayor trampa para mí mismo!”

C. H. Spurgeon lo expresó así con su lenguaje tan gráfico:
“Ezequías gozó de la bendición, pero no se humilló ante el Dador. Pensó en el fruto, pero se olvidó del árbol. Bebió de la corriente, pero no pensó en la fuente. Sus campos bebieron el rocío, pero no fue lo suficientemente agradecido al cielo, de donde cae el rocío. Robó la madera del altar del amor y la quemó sobre la estufa del orgullo.”

Veamos cuál es: La terapia de Dios

¿Cómo nos trata Dios cuando todos los bienes y bendiciones que recibimos de Él no producen en nosotros una actitud de humildad y agradecimiento?

Nuestro Señor tiene un remedio efectivo para poner nuestra cabeza otra vez en su sitio y librarnos de todo orgullo, engreimiento y altivez. Este medicamento es amargo, pero es capaz de curar a fondo y lo encontramos en 2 Cr. 32:31:

“Mas en lo referente a los mensajeros de los príncipes de Babilonia, …, Dios lo dejó, para probarle, para hacer conocer todo lo que estaba en su corazón”.

Cuando las bendiciones y muestras inmerecidas de la gracia de Dios dan lugar a que no demos a Dios la gloria, atribuyéndolas a nuestra fidelidad, obediencia y supuesta madurez espiritual, entonces muchas veces al Señor sólo le queda un remedio para llevarnos a una evaluación sana de nuestra persona y a una sobriedad necesaria: Se retira de nosotros por algún tiempo, de modo que somos entregados a nosotros mismos y a nuestra naturaleza envilecida.

Para nosotros no es difícil citar Romanos 7:18 y aceptar la doctrina del Nuevo Testamento sobre nuestra propia corrupción, y defenderla incluso. Pero otra cosa es, estar profundamente convencidos por propia experiencia de que en nosotros “no mora el bien.” Si esto realmente fuera así, entonces no podrían extenderse en nuestra propia vida, ni tampoco en nuestras iglesias, la presunción y la arrogancia.

Si en verdad creemos ser algo “no siendo nada” (como dice Gál. 6:3), el Señor tiene que retirarnos Su gracia y protección por algún tiempo, para que por propia experiencia echemos un vistazo al abismo de nuestra corrupción y reconozcamos, como Ezequías, lo que hay “en nuestro corazón”.

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