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La Venida en Poder 
(3ª parte)

Autor: Norbert Lieth

  Pedro, en su segunda carta, cap. 1:16:21, nos enfrenta a la realidad de la segunda venida de Jesús. Y lo hace refiriéndose a la extraordinaria experiencia de la transfiguración de Jesús, de la cual él mismo fue testigo ocular. Escuchemos este mensaje, en el cual queda claro que nos encontramos en la viva expectativa del regreso del Señor.


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PE1917 – Estudio Bíblico
La Venida en Poder (3ª Parte)



  Estimados oyentes, hemos ya visto que en 2 Pedro 1:3 al 15, el apóstol nos presenta la realidad de una mesa espiritual servida, y deduce de ello que, a causa de esa premisa, es que nosotros tenemos la base para una vida en santidad.

Luego, escribe en los versículos 16 al 21:“Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo. Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.”

Pedro nos enfrenta a la realidad de la segunda venida de Jesús. Con estas pocas frases, él deja en claro que nosotros nos encontramos en la viva expectativa del regreso del Señor, y que deberíamos prestar especial atención a Su Palabra profética al respecto. Al decir esto, se refiere a la extraordinaria experiencia de la transfiguración de Jesús (que menciona en el v. 18), de la cual él mismo, juntamente con Jacobo y Juan, fue testigo ocular.

Jesucristo volverá, esto es una realidad. Aquello que sucedió en el Monte de la Transfiguración, no es otra cosa que una gran y real visión anticipada del regreso del Señor.

Jesús volverá como Aquél a quien señaló Moisés y a quien se refirieron todos los profetas. Leemos en Dt. 18:15 que Moisés dijo:“Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis”.

Cuando Moisés y Elías aparecieron junto a Jesús en el Monte de la Transfiguración, se oyó la voz de Dios desde el cielo, confirmando justamente estas palabras de Moisés, en forma extraordinaria. Así está escrito en Mt. 17:3 al 5:“Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él. Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd”.

Hoy en día se presta atención a muchas voces diferentes. Y eso que Jesús es el único a quien realmente vale la pena escuchar, quien tiene algo para decirnos, quien nunca nos deja sin una respuesta, quien es fidedigno, en quien podemos encontrar consejo y ayuda, en quien nos podemos resguardar, y de quien no tenemos nada que temer.

Y algo extraño sucede: la gente añora la verdad pura, la no violencia, la justicia, la paz, la armonía y el amor al prójimo. Y para ellos, sin embargo, Jesús, quien vivió y enseñó justamente eso, y lo prometió para Su reino, ese Jesús, es persona no grata. Detrás de esto, sólo se puede encontrar un poder demoníaco, que tiene al mundo firmemente en su mano y lo tiene enceguecido.

Jesús regresará como Dios. La transfiguración es una confirmación de la deidad de Jesús:“Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.”Esto se encuentra tanto en el evangelio de Mateo, como también en la segunda carta de Pedro. ¿Quién es Jesús, al ser el Hijo de Dios? Sólo puede ser Dios, ya que Él no fue creado, sino “engendrado”, pero no en el sentido humano, ya que Él no tiene comienzo. Así como el ser humano engendrado es un ser humano, así el Hijo de Dios “engendrado” es Dios. Así como todo padre humano tiene principio y fin, todo nuevo ser humano que nace tiene principio y fin. Lo que comienza con la gestación, termina con la muerte. Dios el Padre, sin embargo, no tiene ni principio ni fin. Él es desde siempre y por la eternidad El que es: “Yo soy el que soy.” Así como Dios no tiene comienzo, el hijo tampoco tiene comienzo. Desde la eternidad, es el Hijo de Dios.

Los judíos lo comprendieron muy bien, y mucho mejor que muchos cristianos, por eso leemos en Jn. 5:18:“… los judíos aun más procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios”. La afirmación de ser Hijo de Dios, incluye el hecho de ser Dios (en cuanto a esto podemos comparar los vers. 33 y 36, de Jn. 10). Pedro pone todo el peso en este hecho, cuando escribe en la introducción de su segunda carta, cap. 1, vers. 1:“Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra”. Jesús regresa como Dios, en la majestad de Dios, con honor, poder y gloria.

¿Qué efecto tiene esta sublime verdad en la práctica de nuestra fe? Sin falta, deberíamos aferrarnos a la profecía bíblica hasta que el Señor venga por Su iglesia. Pues, como leemos en 2 P. 1:19:“Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones”. Como ya hemos visto, en las palabras anteriores, Pedro había hablado de la segunda venida de Jesús en gloria, de la cual ya dieron testimonio los profetas del Antiguo Testamento, y los apóstoles la vieron proféticamente en el Monte de la Transfiguración, proclamándola más adelante en sus escritos.

Pedro enfatiza con mucha vehemencia la palabra profética totalmente segura, y la urgencia de prestar atención a la misma y de aferrarnos a ella, porque su carta es una carta del fin de los tiempos. La misma, en cierto sentido, es su testamento poco antes de su muerte y, por eso, un legado. Pedro ve, de antemano, el peligro del tiempo del fin de descuidar la profecía. En realidad es una paradoja, que justamente en el tiempo cuando es más necesaria, menos atención se le presta.

Un dicho dice: “El abuso no anula el uso.” Aplicado a la Biblia, esto significa: el mal uso de la profecía, no anula la necesidad de la profecía bíblica. Vivimos en un mundo oscuro, y la única luz fidedigna en la oscuridad de nuestro mundo es la Palabra de Dios con respecto a la segunda venida de Jesús. No debemos dejar de orientarnos por esa palabra, de aferrarnos a ella, de dejar que ella nos guíe, de escudriñarla y de dejarla brillar hasta que comience un nuevo día, y el Señor Jesús regrese cual lucero de la mañana.

 

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