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Título: La soledad del Cordero de Dios (2/3)

Autor: Marcel Malgo
PE1389

En este mensaje, Dios nos pèrmite hechar un conmovedor vistazo al corazón afligido del Cordero de Dios. Está basado en el Salmo 22, el cual justamente es un salmo profético, que habla de los sufrimientos de Jesucristo.


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Queridos amigos, en el programa anterior mencionamos la aparente contradicción de Dios el Padre, que por un lado amaba entrañablemente a Su Hijo, y por otro lado lo entregó para ser ofrecido en holocausto. ¡Y también de la extraordinaria disposición que demostró el Hijo amado del Padre, cuando fue elegido para ser el Cordero de Dios inmolado! Y que lo quiso hacer de todo corazón.

Regresemos ahora brevemente al Paraíso, a la hora de la creación de los primeros seres humanos, Adán y Eva. En el momento en que el Padre celestial hizo de Su Hijo, a quien amaba entrañablemente, el Cordero inmolado de Dios, todavía no existía la creación y tampoco el hombre. Pues todavía no había tenido lugar la fundación del mundo. En otras palabras: las criaturas por las cuales el amado Hijo tenía que morir, todavía no existían.

Luego vino el día en el cual Dios el Padre decidió crear al hombre, como lo leemos en Gn. 1:26 y 27:“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. Y nos preguntamos: ¿quién más estuvo presente en la creación de los seres humanos, por los cuales el Hijo de Dios iba a morir como sustituto por sus pecados? Y la respuesta es: El Hijo unigénito del Padre, pues como leímos, dice:“Hagamos(nosotros – no: yo)al hombre a nuestra imagen(no: a mi imagen)…“.Estas expresiones “hagamosy “nuestrasignifican que el Dios Uno y Trino estaba en la obra de la creación de la primera pareja de seres humanos.

El Dios Uno y Trino sabía que los hombres que había creado con una voluntad libre, pronto tomarían una decisión equivocada y caerían en pecado. También sabía que desde entonces, cada ser humano también nacería en pecado. Dice en el Sal. 51:5:“He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre”. Y en Ro. 5:12:“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. A pesar de saber esto, Dios el Padre creó a las criaturas los cuales, más adelante, serían la causa de la horrible muerte de Su Hijo unigénito. ¡Esto nos parece incomprensible! Seguramente debe haber sido extremadamente difícil para el Padre celestial. Y ¿cómo pudo el Hijo llevar este peso y participar en la creación? Pues Él sabía y se diría a Sí mismo: Estas criaturas que hemos creado conforme a nuestra imagen, y toda su descendencia después de ellos, un día me harán morir con una muerte lenta, dolorosa y horrible.

Pero aún así Él sobrellevó esta situación – no como si colaborara a regañadientes -, sino que Él participó en el acto de creación con profundo gozo, como está expresado en Prov. 8:22 y 23; y 30 y 31: “Jehová me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternamente tuve el principado, desde el principio, antes de la tierra… Con él estaba yo ordenándolo todo, y era su delicia de día en día, teniendo solaz delante de él en todo tiempo. Me regocijo en la parte habitable de su tierra. En estas palabras, el amado Hijo Unigénito no solamente habla del hecho de que ha sido el Amado del Padre desde la fundación del mundo, sino que también testifica que Él estaba presente y que se regocijó en gran manera cuando el Padre creó a la corona de la creación, o sea: a los primeros seres humanos.

Jesucristo, que estuvo con el Padre desde la eternidad, y desde antes de la fundación del mundo ya era el Cordero de Dios, participó de una manera perfecta en la creación de los primeras criaturas. Estamos aquí delante de un acontecimiento incomprensible para nosotros, el cual el Señor describe con palabras muy sencillas, diciendo en Mr. 10:45:“… el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”. El amado Hijo Unigénito colaboró en la creación de los primeros seres humanos – ¡y de esa manera, construyó para sí mismo el altar en el cual más tarde iba a ser sacrificado!

Veamos ahora una gran diferencia: 

En Gn. 22:6 y 7, se nos relata que cuando Isaac, el hijo de Abraham, llevaba la leña sobre la cual él iba a ser sacrificado, él mismo no era conciente de esto, ya que preguntó:“He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?En el caso de Jesucristo, el Hijo del Padre celestial, fue completamente diferente. Cuando participó con todo empeño en la creación del hombre, lo hizo completamente conciente de que Él mismo iba a ser sacrificado.

Lo que me impresiona mucho, en relación a la creación de la primera pareja de seres humanos, son los siguientes dos hechos: 

– En primer lugar, que en la creación, el Padre y el Hijo actuaron como si nunca fuera a ocurrir la caída, ya que pusieron Su propia imagen gloriosa en el hombre.

– Y en segundo lugar, que Jesucristo, que ya había sido elegido como el Cordero de Dios desde antes de la fundación del mundo, participara en la creación del hombre con un gozo tan intenso como si nunca le fuera a tocar ser el Cordero inmolado.

Ante estos hechos, nuestra razón se detiene. Y solamente podemos adorar y decir: – Señor, ¡qué infinitamente grande eres Tú! ¡Qué glorioso es tu plan para con nosotros los hombres! ¡Qué grandiosa y perfecta es tu obra en la cruz del Gólgota!

Concentrémonos ahora en lo que le costó al Cordero la salvación de los perdidos

Cuando hubo culminado la etapa preparativa – el planeamiento de la salvación antes de la fundación del mundo, la creación de los hombres y la encarnación del Cordero de Dios – llegó el día de la muerte del Cordero de Dios, de Su sacrificio en la cruz del Gólgota, que nos abrió la entrada a la presencia del “Abba, Padre, de nuestro Padre celestial que nos ama.

Sin embargo, la muerte del Cordero de Dios fue mucho más espantosa que todo lo que pudiéramos imaginar, pues el Señor Jesús no solamente sufrió la burla, el escarnio e indecibles dolores cuando fue condenado y brutalmente azotado, y cuando vivió la tortura en la cruz, sino que en aquellas horas, el Cordero de Dios también experimentó una soledad infinita. Él hizo recordar al Padre Sus promesas inquebrantables que hemos citado al principio, y que están escritas en el Sal. 22, vers. 4 al 7:“En ti esperaron nuestros padres; esperaron, y tú los libraste. Clamaron a ti, y fueron librados; confiaron en ti, y no fueron avergonzados. Mas yo soy gusano, y no hombre; oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo. Todos los que me ven me escarnecen; estiran la boca, menean la cabeza… “. Pero aún así, siguió clavado en la cruz, solo y abandonado, en la oscuridad absoluta. Estas palabras, que son un grito de Su corazón, las podríamos interpretar de esta manera: – A todos los hombres que invocan a Dios, se les concede ayuda. Pero yo no recibo ninguna.

Estoy clavado en la cruz, y completamente abandonado.

Cuando alguien de nosotros experimenta una gran desgracia, normalmente tiene a alguien cerca, que puede apoyarlo en la tristeza y cuidar de él. Pero cuando Jesucristo entró a la prueba de fuego más difícil de Su vida, ya no tenía ningún amigo, sino solamente enemigos que se burlaban de Él:“Todos los que me ven me escarnecen; estiran la boca, menean la cabeza”. Leemos en Mr. 14:50, que cuando detuvieron a Jesús“todos los discípulos, dejándole, huyeron”.

Y en nuestro caso, cuando en nuestra vida experimentamos una desgracia y nadie se ocupa de nosotros, aún tenemos al Señor con nosotros, si es que creemos en Jesucristo. Él, quien es la Verdad en Persona, prometió:“He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”(así lo dice en Mt. 28:20). Pero cuando Jesucristo mismo, como el Cordero de Dios, agonizaba sufriendo tormentos horribles, estaba completamente solo. Es trágico lo que leímos en el Salmo:“En ti esperaron nuestros padres; esperaron, y tú los libraste. Clamaron a ti, y fueron librados; confiaron en ti, y no fueron avergonzados. Mas yo soy gusano… “.En otras palabras: – ¿Dónde está la ayuda para mí? Padre, ¿dónde estás? Además de los insoportables dolores en el cuerpo, en el alma y en el espíritu, la soledad infinita debe haber sido lo más difícil para el Cordero de Dios. Como nuestro Sustituto, hecho pecado por nosotros y cargando los pecados de todos los seres humanos de todos los tiempos, Jesucristo sufrió solo, clavado en la cruz. Incluso Su Padre celestial, del cual aun leemos en Jn. 8:29 que les había dicho a Sus discípulos:“No me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada”, en Su santidad, tuvo que apartarse de Su Hijo hecho pecado y cargado de pecados. Por eso, el grito desgarrador de Jesús de Mt. 27:46:“Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”¡Por nuestra causa, Jesús fue realmente abandonado por Dios y por los hombres!

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