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21 febrero, 2008

Titulo: La seriedad del plazo limitado. 2/4
 

Autor: WimMalgo 
Nº: PE1049

Sueltosde Jesús, nos quedamos sin fruto; el fruto que permanece, solamente nace de la unión de vida con Él. Esto significa muy concretamente que el Señor Jesucristo creó toda la condición por la cual nos es posible llevar fruto.

 


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La seriedad del plazo limitado. 2/4

Querido amigo, en Juan 15:16, el Señor dice: «Vosotros no me elegisteis a mí; más bien, yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y para que vuestro fruto permanezca…» Esta es la única razón por la cual fuimos plantados con El, como dice Romanos 6:5. Pero para llevar mucho fruto, por el cual el Padre celestial es glorificado, es necesario que permanezcamos en Jesús: «Permaneced en mí, y yo en vosotros… El que permanece en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto». Sueltos de Jesús, nos quedamos sin fruto; el fruto que permanece, solamente nace de la unión de vida con El. Esto significa muy concretamente que el Señor Jesucristo creó toda la condición por la cual nos es posible llevar fruto: «Yo os elegí a vosotros, y os he puesto «(podríamos decir también: plantado) «para que vayáis y llevéis fruto, y para que vuestro fruto permanezca…» En otras palabras: ¡Esta es vuestra vocación! ¡Para esto voy ahora al Gólgota, para esto voy a derramar Mi sangre – para que llevéis fruto que permanezca!

Pero, estimado radioescucha, ¿Qué fruto espera Él de nosotros?

Para que podamos llevar este fruto necesario, debemos primero llegar a ser una planta, un árbol en los atrios de Dios, en Su viña. Recién después podemos – independientemente de la edad o de debilidad física – llevar fruto grato a Dios. Leemos al respecto en Salmos 92:12-15: «El justo florecerá como la palmera; crecerá alto como el cedro en el Líbano. Plantados estarán en la casa de Jehová; florecerán en los atrios de nuestro Dios. Aun en la vejez fructificarán. Estarán llenos de savia y frondosos, para anunciar que Jehová, mi roca, es recto, y que en él no hay injusticia.» Es esto lo que Dios busca, que tú como Su hijo, arraigado en Jesús, lleves incesantemente fruto que permanece, independientemente de todas las circunstancias y de todos los problemas, como dice Jeremías 17:7-8: «Bendito el hombre que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Será como un árbol plantado junto a las aguas y que extiende sus raíces a la corriente. No temerá cuando venga el calor, sino que sus hojas estarán verdes. En el año de sequía no se inquietará, ni dejará de dar fruto.» También Pablo estaba compenetrado de esta condición indispensable de llevar continuamente fruto, por lo tanto exhortó a los recién convertidos en Colosenses 2:6-7: «Por tanto, de la manera que habéis recibido a Cristo Jesús el Señor, así andad en él, firmemente arraigados y sobreedificados en él, y confirmados por la fe…».

Estimado amigo, ¿ Sabe usted qué fruto exige el Señor de nosotros? Ya hemos visto que solamente en la unión con nuestro Señor Jesús somos capaces de llevar fruto. Por eso, respondamos con otra pregunta: ¿No es el Espíritu Santo el que obra todo, el que hace vivo todo lo que viene a nosotros de Dios por medio de Jesucristo? Y por eso: Lo que El está buscando en nuestras vidas, ¿no es el fruto del Espíritu? ¡Sí, con toda seguridad!

Equivocadamente, muchos piensan que existen diferentes frutos del Espíritu. Pero no es así, pues en Gálatas 5:22, Pablo habla expresamente en singular: «Pero el fruto del Espíritu es: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio.» Se trata, pues, de un fruto con nueve efectos. Como Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, habla aquí como judío, basándose en las costumbres judías, muchos teólogos modernos tropiezan con este fruto del Espíritu, opinando que en realidad se debería decir: frutos del Espíritu. Como esta pregunta es de significado fundamental, citamos a continuación los pensamientos reveladores de un judío mesiánico: 

¡El que no encuentra a Cristo en el Antiguo Testamento, difícilmente llegará a conocerle claramente en el Nuevo Testamento! Esta sentencia señala hacia una verdad histórica o mejor dicho, cronológica. Pues el Nuevo Testamento se cristalizó recién de las actividades de la iglesia primitiva, que basaba su doctrina solamente en las Escrituras del Antiguo Testamento; los primeros evangelistas y apóstoles de autoridad espiritual enseñaban acerca de Jesús solamente con base en el Antiguo Testamento – el Nuevo Testamento vino recién más tarde. Por eso, ciertos conceptos en el Nuevo Testamento solamente se pueden explicar en relación con la tradición judía. Así, por ejemplo, el sermón de Pablo acerca del «fruto del Espíritu». Teólogos modernos tropezaron con el singular que Pablo usa en la enumeración de los nueve frutos: «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza»; no dice: los frutos (plural), sino que encasilla estos nueve frutos en la forma del singular. Aquellos teólogos modernos no conocían la costumbre judía, pues con el «fruto», Pablo recuerda a los judíos de Galacia la caja de Bessomim, que se conoce todavía hoy.

Al final del sábado en las familias judías religiosas, tiene lugar la ceremonia de Havdala. Havdala significa «distinción» y tiene que demostrar la diferencia entre la santidad del sábado y el carácter profano del día laborable y documentar la diferencia entre luz y oscuridad; entre el Israel elegido y los pueblos gentiles. En esta ceremonia el judío ora, entre otras cosas: «Tú nos has elegido – Tu nos has concedido gracia…», y haciéndolo, llena el vaso de Havdala – que es parte de la ceremonia y está puesto sobre un platillo – con vino, de manera que rebosa(!). Luego enciende la vela trenzada de Havdala y llena la caja de Bessomim con nueve especias olorosas, inhala su buen olor y pasa a sus familiares la caja mayormente en forma de fruto de filigrana o plata compacta con agujeritos. Este buen olor debe recordar, como saludo del sábado, la paz del sábado durante toda la semana laborable; un buen olor que nos recuerda la diferencia entre la luz y las tinieblas.

Según Josefo Flavio, en el tiempo antiguo testamentario se permitían doce especias y sal para la santa costumbre. No todas las especias eran suficientemente olorosas, pero nueve de ellas se podían usar en la caja de Bessonim. La mezcla de especias estaba sujeta a la tradición local. Entre los judíos de la diáspora, por supuesto, se preferían especias del Oriente, de la Tierra Santa, como por ejemplo el cilantro, la menta, canela, clavos, vainilla, hinojo, comino, cardamomo y eneldo. Cuando Pablo hablaba del «fruto del Espíritu», sus amigos judíos enseguida recordaban la caja de Bessomim, aquel buen olor de la vida, que distingue a los creyentes de las tinieblas, del olor a podrido de la muerte, pues a través de «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza», el mundo reconoce que somos hijos de la vida.

Havdala – la distinción de los que rebosan, que brillan y que a través del fruto del Espíritu han llegado a ser un buen olor de vida – es un desafío, justamente para el cristiano de hoy. «¡Alabado seas, oh Señor, quien distingue entre lo santo y lo profano!» ¡Que esta oración de Havdala nos saque de la media luz espiritual, a nosotros que muchas veces vivimos aún en la indecisión, para que penetremos como un buen olor, para testimonio, por todas las puertas y hendiduras vecinas!

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