La Realidad del Reino de Mil Años

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La Biblia deja inequívocamente claro que Dios establecerá un reino de mil años en Israel. ¿Qué es eso? ¿Y qué significa eso para nosotros personalmente? 

Apocalipsis 20:1-6 menciona el reino de mil años. Este reino comenzará en forma visible cuando Satanás sea atado. Durante ese cautiverio de mil años, Satanás no podrá engañar a las naciones ni a los individuos, lo que tendrá como resultado que en la tierra reinará absoluta paz, y que se extenderá una gran bendición en todo el mundo.

¿Qué es, en realidad, el reino de mil años? Sobre todo, es el cumplimiento de la oración de Jesús: “¡Venga tu reino! Hágase tu voluntad en la tierra como es hecha en el cielo.”

Ya los patriarcas, los profetas, los reyes y sacerdotes han esperado el reino de mil años. Cuando leemos la Biblia, sólo podemos asombrarnos del número de veces que habla del venidero reino. Tan sólo en el Antiguo Testamento encontramos unas cincuenta profecías al respecto. Dicho reino siempre es mencionado en conexión con el Rey: “Lo veré, mas no ahora; lo miraré, mas no de cerca; saldrá ESTRELLA de Jacob, y se levantará cetro de Israel, y herirá las sienes de Moab, y destruirá a todos los hijos de Set… De Jacob saldrá el dominador” (Nm. 24:17,19). Eso lo vio el profeta pagano Balaam. También Ana, la madre de Samuel, vio el reino venidero, y se expresó así en su canción profética, inspirada por el Espíritu Santo: “Delante de Jehová serán quebrantados sus adversarios, y sobre ellos tronará desde los cielos; Jehová juzgará los confines de la tierra, dará poder a su Rey, y exaltará el poderío de su Ungido” (1 S. 2:10).

El Antiguo Testamento testifica de ese Rey Jesucristo, y nos lo revela claramente. Isaías nos cuenta de Su gestación sobrenatural: “He aquí que la virgen concebirá” (Is. 7:14). El lugar de nacimiento del Rey es mencionado en Miqueas 5:1: “Belén”. Y la muerte del Rey se describe en Isaías 53, y también en el Salmo 22 que comienza con la exclamación del rey moribundo: “Mi Dios, mi Dios, ¿por qué me has abandonado?” De la ejecución del pastor leemos en Salmos 22:16: “Horadaron mis manos y mis pies.” Seguidamente se nos informa de Su reino venidero, que Él mismo establecerá: “Se acordarán, y se volverán a Jehová todos los confines de la tierra, y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti. Porque de Jehová es el reino, y él regirá las naciones” (Sal. 22:27-28). Esta última profecía se refiere a los acontecimientos por suceder. En Salmos 45:6 leemos: “Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre; cetro de justicia es el cetro de tu reino.” Es sorprendente que el autor de la carta a los hebreos cite esta palabra: “Tu trono, oh Dios, es eterno”, y luego hable de Jesucristo: “Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy, y otra vez: Yo seré a él Padre, y él me será a mí hijo? Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos los ángeles de Dios… Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; cetro de equidad es el cetro de tu reino” (He. 1:5-6,8).

También los Salmos 47 y 48 profetizan de ese reino de paz de mil años. Pero, de quién más información recibimos al respecto es del profeta real Isaías. Por ejemplo: “Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra. Venid, oh casa de Jacob, y caminaremos a la luz de Jehová” (Is. 2:2-5). Aquí se menciona el lugar donde el reino será establecido. La central del desarme mundial y de la paz del mundo no estará ni en Washington DC, ni en Moscú, no estará en Roma ni en Ginebra, ni en cualquier otro lugar de la tierra, sino en el Monte Santo en Jerusalén. Cuando Jesucristo esté sentado allí en el trono y reine, ya no podrá haber guerra.

El odio, los chismes vecinales, los divorcios y todo tipo de disensiones quedarán abolidos. Ésa será una situación maravillosa, en la que también estará incluido el mundo animal: “Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja. Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora. No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar. Acontecerá en aquel tiempo que la raíz de Isaí, la cual estará puesta por pendón a los pueblos, será buscada por las gentes; y su habitación será gloriosa” (Is. 11:5-10).

La Biblia, de principio a fin, trata el tema que el Señor será rey eterno, y que todas las cosas son de Él y a través de Él y para Él (Ro. 11:36). De modo que se trata del reino de Dios. El primer pecado demostró que el ser humano no quería reconocer que el reinado le pertenece únicamente a Dios, y con eso también destruyó el suyo. De este modo, el ser humano, bajo la seducción de Satanás, perdió el reino que Dios le dio, porque Dios había puesto al ser humano como gobernador de la creación.

Cuando Jesucristo venga otra vez, el reino de Dios será establecido definitiva y visiblemente. Sí, se hará visible lo que a través de los milenios fue preparado en los corazones de los creyentes. El Señor Jesús dijo: “El reino de Dios está dentro de vosotros.” Pero, nunca es la meta final que el mismo quede dentro de nuestros corazones, sino que algún día sea revelado: “Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Col. 3:4).

Nuestra salvación del poder de Satanás ya estuvo decidida en el corazón de Dios antes de la fundación del mundo. Y realizó esta salvación en la muerte y resurrección de Su Hijo. Del mismo modo, Su reino también se hará visible. Del objetivo del reino de Jesucristo, leemos: “Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas. Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos” (1 Co. 15:27-28). O sea, que el reino de mil años es la realización de la total restauración del reino de Dios. En las Santas Escrituras vemos que la meta siempre es el Dios eterno mismo, y que eso también debe ser así en nuestra vida: “A fin de que seamos para alabanza de su gloria” (Ef. 1:12).

Y ahora, nos queda la pregunta de quién participará en el reino de mil años. Los seres humanos serán divididos en dos grupos: un grupo participará en la primera resurrección, el otro en la segunda. Todo depende, de si usted puede participar en la primera resurrección, porque escrito está: “Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección” (Ap. 20:6). Quien no participa en la primera resurrección, se queda en la tumba, en el Hades. Éste es el reino de los muertos. Aquellos, sin embargo, que están presentes en la primera resurrección, serán salvos y santos, y verán lo que el Señor ha prometido: “La segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años” (Ap. 20:6). Los demás, deben esperar mil años y, luego, tendrán que comparecer para la última rendición de cuentas: “Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios” (Ap. 20:23).

Después de mil años, el diablo nuevamente puede seducir, pero luego se le preparará el fin: “Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra” (Ap. 20:7-8). Luego, tendrá lugar la segunda resurrección: “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos” (Ap. 20:11-13).

Muchos se hacen cremar por temor al juicio, pensando que con eso pueden borrar su existencia en forma completa. Pero, eso es una equivocación: “Y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Ésta es la muerte segunda” (Ap. 20:13-14). Ésa es la muerte, y eso por toda la eternidad: estar-separados-de-Dios: “Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Ap. 20:15). En esta última rendición de cuentas ante el gran trono blanco, falta algo. ¡Es el Cordero y Su sangre derramada! Allí ya no hay perdón posible. Por eso, es ahora el tiempo agradable para alcanzar, a través de la fe en Jesucristo, las cuatro características necesarias para poder estar en la primera resurrección, es decir:

– El dejarse purificar cada vez más profundamente: “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Jn. 3:3). – El buscar la santidad: “Sin la cual (la santidad) nadie verá al Señor” (He. 12:14). – La disposición cada vez más profunda al sufrimiento, porque si sufrimos y morimos con Él, entonces también reinaremos con Él (2 Ti. 2:11). – La constante espera de la venida del Señor Jesús: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Fil. 3:20). “Y el Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven!… ¡Amén; sí, ven, Señor Jesús!” (Ap. 22:17,20).

Wim Malgo (1922-1992)

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