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La lección – La piedra angular y la gloria 
(1ª parte)

Autor: Greg Harris

    En su primera carta, capítulo 2, versículo 7, Pedro escribe: “La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo”. Estas palabras son las que Jesús había usado en una lección personal para Pedro, hacía más de treinta años atrás – una lección que lo acompañó por el resto de su vida. Y es una lección que Jesús también quiere dar a todos los que Le siguen – y a todos los que se oponen a Él.  


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PE1827 – Estudio Bíblico
El Pecado que Nadie Confiesa (1ª parte)



¡Qué gusto estar con ustedes nuevamente, amigos! ¿Cómo están? Como ya se dijo, el título del mensaje es: “La lección – La piedra angular y la gloria”, y el mismo está basado en el pasaje del Salmo 118, versículos 22, 25 y 26, que dice así:

“La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo … Oh Jehová, sálvanos ahora, te ruego; te ruego, oh Jehová, que nos hagas prosperar ahora. Bendito el que viene en el nombre de Jehová…”

Al escribir su primera epístola, Pedro citó las palabras de Isaías 28:16, una profecía concerniente al futuro Mesías:“Y el que creyere en él, no será avergonzado”(así leemos en el cap. 2, vers. 6 de 1 Pedro). El que Pedro citara a un profeta del Antiguo Testamento no es particularmente extraño; muchos de los otros autores del Nuevo Testamento a menudo han citado pasajes del mismo, al igual que el propio Jesús en Sus enseñanzas. No obstante, y considerando todo, la verdad de Isaías 28 no correspondía a las circunstancias de la vida de Pedro. En este caso, había un hombre que en el correr de unas semanas se enfrentaría a la prisión. Sufriría intensamente por su Señor, dejando este mundo terrenal después de experimentar la extrema tortura reservada para los que son crucificados. Pedro no había llegado a obtener una fortuna, ni grados profesionales, ni tampoco tenía una herencia terrenal que dejar a su familia – en caso de que le quedara algún familiar. Quizás ellos también ya habían sufrido la muerte como mártires, por seguir a Jesucristo.

No obstante, Pedro escribió con confianza que “el que creyere en él, no será avergonzado”. La declaración de Pedro en enfática, recalcando su punto de vista de la manera más fuerte posible en griego, lo que se podría traducir como: “absolutamente, de ninguna manera, uno será desilusionado”. Pedro sabía lo que le esperaba, porque Jesús había revelado, con anterioridad, la forma de muerte a través de la cual Pedro glorificaría al Señor (lo que leemos en Juan 21:18 y 19). A medida que su profetizada muerte se acercaba, Pedro no se achicaba ni huía – sino que se mantenía firme. Sin embargo, sigue existiendo una pregunta difícil de resistir: ¿Por qué?  ¿Por qué esa confianza? ¿Por qué esa gran firmeza, en vista de la inminente tortura? ¿Por qué esa evaluación de las peores circunstancias de la vida, y aun así él podía declarar confiadamente que uno, bajo ninguna circunstancia, en absoluto, sería desilusionado por Jesús? Mucha gente ha estado muy desilusionada de Jesucristo; mucha gente aún lo está – desde el tiempo de Judas hasta los tiempos actuales. A decir verdad, la mayoría de nosotros hemos experimentado – o experimentaremos en el futuro — algún tiempo que otro con algún grado de desilusión en Jesús, especialmente cuando Él nos guía a una oscuridad que nosotros no comprendemos.

Una base considerablemente firme para la confianza de Pedro la encontramos en el próximo versículo de su primera epístola, o sea el versículo 7, donde él cita el Salmo 118:22:“La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo”. Estas palabras son las que Jesús había usado en una lección personal para Pedro hacía más de treinta años atrás – una lección que acompañó a Pedro por el resto de su vida. Y es una lección que Jesús también quiere dar a todos los que Le siguen – y a todos los que se oponen a Él.

Para que podamos comprender por qué Pedro consideraba este versículo como algo tan importante, una vez más debemos regresar a su vida, tal cual está descrita en los evangelios, para ver con sus ojos y escuchar con sus oídos todo lo que estaba sucediendo, tanto como podamos hacerlo en el presente.

Si alguna vez existió un tiempo en que no se podía estar desilusionado con Jesús, fue en Su “entrada triunfal”, en lo que muchos llaman el Domingo de Ramos. La entrada triunfal, no obstante, tiene un nombre equivocado – y aún más que eso, la mayor parte de las veces es malentendida. “La profecía de la última entrada triunfal de Jesús”, o “La entrada profética del humilde Mesías”, son frases que describen más exactamente el evento. Pero, si tú te encuentras entre los confundidos discípulos de Jesús, todavía argumentando para reclamar su parte, en cuanto a quien entre ellos era el mayor (como leemos en Lucas 9:46; y 22:24), entonces éste es tu día – especialmente porque tú supones “que el reino de Dios se manifestará inmediatamente” (como dice en Lucas 19:11). Hoy es lo que tanto has esperado y añorado, lo que has deseado ver: cómo Israel da la bienvenida a su Mesías. Jesús mismo ha enseñado que recibirás tu prometido trono de autoridad cuando Él se siente en el trono de Su gloria (lo que encontramos en Mt. 19:28). La multitud está celebrando la llegada del Mesías a Jerusalén. Las profecías bíblicas, de décadas de antigüedad, se están desplegando delante de tus propios ojos. La multitud responde como es debido – yde acuerdo a las Escrituras. Especialmente Pedro, Jacobo y Juan, apenas pueden contener su exuberancia, ya que ellos habían tenido un vistazo del poder y la gloria del venidero reino hacía algunos meses atrás, durante la transfiguración (como está escrito en Mt. 17:1 al 8). De buena gana ellos responden a lo que hace la multitud, pero a esa altura no pueden dar a conocer todo lo que saben. La multitud no ha contemplado la gloria de Jesús. En ese momento, ellos solamente ven Su humanidad y humildad, mientras Jesús silenciosamente cabalga a través de la muchedumbre. Sólo estos tres, los del grupo íntimo, comprenden que Jesús, en ese momento, se refrena a Sí mismo de desplegar toda Su gloria. Ellos no están muy seguros de cuando Él la manifestará al mundo entero, pero saben que lo hará – quizás aún en este mismo día.

Jesús entra en Jerusalén cabalgando en un pollino que posiblemente haya sido precedido por su madre – un burro. Él viene ofreciendo paz; Él viene ofreciéndose a Sí mismo. Mateo enfatiza la importancia bíblica de la llegada de Jesús, citando Zacarías 9:9: “Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna” (así leemos en Mt. 21:4 y 5). Jesús entra en la ciudad de David en forma mansa, sólo pocos días antes de la Pascua. Muchos preferirían que Él hubiera tenido una entrada más majestuosa, cabalgando sobre un potro blanco, lo que indicaría victoria y triunfo. Un caballo blanco espera a Jesús, sí, pero uno que está reservado para Su entrada realmente triunfal, a Su tierra y a Su ciudad (como está escrito en Ap. 19:11 al 16).

Hoy, no obstante, no es ese día. La entrada de hoy a Jerusalén cumple la profecía requerida y establece el orden de los acontecimientos de la Semana de la Pasión. Juan registra que él y los otros discípulos “no… entendieron… al principio [el significado de los eventos de ese día]; pero cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de él, y de que se las habían hecho” (así leemos en Juan 12:16). Las memorias de los discípulos eran de la mayor importancia posible para Jesús, ya que, después de todo, las memorias son tierra fértil de la cual, a menudo, emergen las lecciones más importantes. Aun antes de que hubiera cualquier tipo de pronunciación durante esa semana de pascua, Jesús constantemente enseñaba lecciones a Sus discípulos, que ellos sólo comprenderían después de los eventos que sacudirían la tierra en los próximos días.

Este tema es fascinante, por lo cual tendremos que continuar con él en el próximo programa. ¡Hasta entonces y qué Dios los bendiga!

 

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