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La Muerte Vencida

(3ª parte)

Autor: Marcel Malgo

El mensaje del profeta Oseas es el del increíblemente paciente amor de Dios. Usted quedará asombrado con los aspectos personales, que tienen que ver con nuestra vida, que serán mencionados en este estudio. Se tratarán temas específicos que nos conducirán, cada vez, a un nuevo desafío.


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PE1588- Estudio Bíblico –
La Muerte Vencida (3ª parte)



En el programa anterior, habíamos dejado claro que la muerte está vencida.

Luego nos preguntamos si los hijos de Dios estamos realmente listos para cuando llegue la hora de nuestra partida.

Dimos una primera respuesta, y ésta es que existen cristianos que piensan y hablan gustosamente sobre el cielo y la vida eterna, pero no hacen lo mismo con respecto al camino que conduce hasta allí. Pues han eliminado ese camino, pensando que seguramente seremos arrebatados. Tal vez seamos arrebatados, ¿por qué no? Pero también es posible que tengamos que morir; y para este día debemos estar listos.

Finalmente, concluimos que lo que podemos, y debemos hacer, es vivir en la firme esperanza que algún día llegaremos sanos y salvos al eterno cielo.

En el Salmo 31:16, el salmista dice: “En tu mano están mis tiempos”. Esto significa que el instante de nuestra última gran mudanza está fijado con exactitud. ¡El modo en que el Señor la lleve a cabo debe ser cedido totalmente a Él!

Llegamos, entonces ahora a:
La segunda respuesta, que es la siguiente

Todos conocemos el famoso dicho:“Lo que Juancito no aprendió, Juan nunca lo aprenderá”. Pues no es otra cosa que la verdad bíblica que está escrita en Proverbios 22:6:“Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”.En este pasaje somos confrontados con una profunda verdad acerca de la muerte. Ya que, ¿qué podría salir a luz repentinamente el día que iniciemos nuestro último gran viaje? Que durante una parte de nuestra vida no hayamos llevado todo a los pies de la cruz de Cristo, para así ser partícipes de la victoria de Jesús; que existan áreas completas de nuestra vida que sean como tierra que no está preparada.

Todos tenemos faltas y debilidades en nuestras vidas, esto es lo que sucede normalmente. Pero, ¡ay de nosotros si no comenzamos a tiempo, y con todo empeño, a luchar contra las mismas en el nombre de Jesús! No pretendo decir con esto que deberíamos mejorar con todas nuestras fuerzas, sino que, con la ayuda de Dios, corrijamos nuestras debilidades y faltas; debemos crecer en Cristo, tal como está escrito en Efesios 4:13:“Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la estatura de la plenitud de Cristo”. O en Colosenses 1:9 y 10: “Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios”.

¡Ay de nosotros, si hemos desaprovechado nuestro tiempo a medida que envejecemos, y sorpresivamente nos encontramos ante la puerta de la eternidad! Recién allí nos daremos cuenta quenohemos aceptado la victoria de Jesús en su totalidad en nuestras vidas; que no hemos luchado contra esas debilidades, sino que permanecimos en la misma condición, no permitiendo ser cambiados por el Espíritu Santo.

¿Usted ya se imagina qué sentimiento se levanta en un momento como éste? ¡Pánico! Vemos todo lo que hemos omitido, pero ya no tenemos la fuerza para repararlo. Ésta, precisamente, es la mayor fatalidad en toda esta situación: en un momento así, ya no hay posibilidad de corregirse; sencillamente es demasiado tarde. Recuerde las palabras que Jesús le dijo a Pedro con respecto a este tema, y que encontramos en Juan 21:18:“De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías, mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras”. Estas palabras son particularmente significativas; y las mismas deberían ser estudiadas en su contexto. Pero no podemos negar, que se refieren a un momento en la vida de una persona, en el cual está limitado para realizar ciertas cosas; o sea, sencillamente, no podrá hacerlas más. ¿Y entonces qué?

Por favor, tome esto con seriedad: podría ser que usted también llegue a vivir las mismas cosas, una instancia donde ya no tendrá oportunidad de ordenar ciertas cosas en su vida, aunque desee hacerlo. ¡Y qué difícil será entonces su última gran mudanza al hogar eterno! Si es un hijo de Dios, no tenga duda que llegará a la morada que Cristo ha preparado para usted, pero el camino hacia ella podría ser muy penoso, a causa de que no se ha preparado de la mejor forma para su último viaje. Reflexione entonces en la siguiente pregunta: ¿No debería, según estas cosas, hacer algunos cambios en su vida? Por favor, tome este tema con absoluta seriedad y atienda la exhortación del predicador, el cual dice encarecidamente en Eclesiastés 12:1 al 7: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento; y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio”. El que actúa de esta manera, el que a tiempo se somete en todo a su Creador, éste estará preparado para el día de su despedida. ¡Para este hijo de Dios, la muerte ciertamente está vencida!

Hablemos ahora de
La preparación para la muerte

Cómo nos preparamos para este gran viaje? Ya sea a través del arrebatamiento o cruzando el Jordán de la muerte, todo puede ser resumido en una palabra: ¡Espera! En Filipenses 3:20 leemos: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, el Señor Jesucristo”. Mientras que en Tito 2:13 dice: “Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”.

¿Qué será entonces lo más grande y magnífico que encontraremos al final de nuestras vidas? ¡A Jesús mismo! ¡Deberíamos esperarlo fervientemente todos los días de nuestra vida; cuanto más lo hagamos, más preparados estaremos para entrar al eterno hogar el día en que dejemos esta tierra!

¡Recuerden al viejo Simeón en Jerusalén! Este señor vivía con la esperanza de ver la primera venida del Salvador. En Lucas 2:25, leemos acerca de él: “Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y ese hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel”.¿Cuáles fueron las consecuencias? Sucedieron dos cosas de suma importancia:

La primera esque: Llegó el momento en el que pudo tomar en sus brazos al Salvador, así lo leemos en Lucas 2:28:“Él le tomó en sus brazos”. El llevar en sus brazos al niño Jesús es símbolo de una profunda comunión con el Señor, la cual es asignada a aquellos que lo esperan fervientemente, al igual que el viejo Simeón. Grábelo profundamente en su corazón: ¡Sea usted, con todas las fibras de su corazón, un cristiano fervoroso y expectante! Ya que sólo así experimentará más y más el significado de tener una profunda comunión con su Salvador.


La segundacosa que sucedió, fue que: Vivir en una ferviente espera le trajo a Simeón una magnífica consecuencia; leemos acerca de esto en Lucas 2:29:“Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz”.En otras palabras: ¡el viejo Simeón estaba completamente listo para emprender su último gran viaje!

Está claro que esta historia guarda un mensaje especial dentro de su contexto; pero mi deseo es dar evidencia con respecto a dos cosas:


Primero, que: ¡todos los creyentes que viven en una ferviente espera, experimentarán una profunda comunión con su Salvador!


Y segundo, que: Todos los creyentes que viven en una ferviente espera estarán enteramente dispuestos a dejar esta tierra el día que el Señor así lo disponga.

Simeón, quien había estado esperando, dijo confiadamente: “Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz”.

No sabemos cómo el Señor lo ha provisto para nosotros, cómo será exactamente nuestro caso. Tal vez seamos arrebatados, lo cual todos preferimos, o quizás tengamos que cruzar el Jordán de la muerte. En cualquiera de los dos casos, tenga en cuenta el pasaje de Lucas 12:37:“Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando”.

Hacemos bien en vivir en una ferviente espera, y no olvidar lo siguiente: ¡La muerte está vencida por toda la eternidad!


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