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La Muerte Vencida

(2ª parte)

Autor: Marcel Malgo

El mensaje del profeta Oseas es el del increíblemente paciente amor de Dios. Usted quedará asombrado con los aspectos personales, que tienen que ver con nuestra vida, que serán mencionados en este estudio. Se tratarán temas específicos que nos conducirán, cada vez, a un nuevo desafío.


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PE1587- Estudio Bíblico –
La Muerte Vencida (2ª parte)



Hola amigos! Vamos a comenzar con la pregunta:

¿Cómo Jesús venció a la muerte?

¿De qué manera venció Jesús a la muerte? ¿Cómo es que fue vencida, quitándole a Satanás el “poder de la muerte”?

En primer lugar, empezaremos diciendo que la victoria sobre la muerte fue por medio del Cordero de Dios, quien murió voluntariamente. ¡Nuestro Señor no murió a causa de la muerte, sino que Él dejó su vida por propia voluntad! A esto se refiere el mismo Cristo en Juan 10:18:“Nadie me la quita (la vida), sino yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar”. ¡Y en segundo lugar, fue quitado al diablo el“poder de la muerte”, ya que la misma no pudo retener a nuestro Señor, el Príncipe de vida!

En Hechos 2:23 al 24 vemos que Pedro predicó esta maravillosa verdad en su discurso de Pentecostés, al decir de Jesús:“A éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella”.

¡Por esa razón le fue quitado el poder a la muerte, recibiendo su derrota! ¡Jesucristo no sólo murió por su propia voluntad, sino que también puso a la muerte en ridículo, ya que a los tres días se despidió de ella! ¡Ésta ya no pudo retenerlo!

“La muerte está vencida”

Hemos llegado aquí a un punto muy importante, la consecuencia de esta magnífica verdad: ¡así como la muerte no pudo retener a nuestro Señor Jesús, tampoco puede retenernos a nosotros! Porque si Jesucristo venció la muerte y ahora pertenecemos a Jesús, entonces ha perdido para nosotros su espanto. Ella, por cierto, sigue estando allí, pero ha perdido su poder sobre nosotros. Esto está descrito de manera impresionante en Hebreos 2:14 y 15: “Así que por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él (Jesús) también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre”.

Podemos hallar en estos versículos la asombrosa consecuencia de la inhibición del poder de la muerte: ¡A causa de la muerte de nuestro Salvador en la cruz en el Gólgota ya no tenemos que temer! La muerte aún existe, pero no nuestro temor hacia ella, ya que no puede ejercer sobre nosotros un poder permanente; ya no puede retenernos. ¡Qué gran consuelo, qué alivio nos ha dado el Señor a través de esta victoria sobre la muerte!

Pero, ¿Cómo maneja un cristiano el tema de la muerte?

¿Cómo podemos apreciar esto en la práctica? ¿Los cristianos realmente han perdido todo temor a la muerte? Es más que evidente que todos somos sacudidos cuando nos confrontamos con la misma. A ninguno de nosotros le complace ocuparse de ese tema, ya que en el fondo nos sentimos incómodos al pensar en ello.

Para poder adquirir un punto de vista sano en esta temática, es imprescindible diferenciar claramente dos cosas: el miedo a la propia muerte y el miedo al camino hacia la muerte.

El miedo a la muerte es el que deberíamos tener si no conociéramos a Jesús. Mientras que el miedo al camino de la muerte, le sobreviene a una persona cuando sabe que todo llega a su fin. Ve venir la muerte, y con un espanto paralizador reflexiona: estoy cayendo al vacío; pronto todo habrá acabado para mí; mi existencia se desmorona.

¡Como cristianos ya no debemos tener miedo; ya que la muerte no nos podrá retener; por ende, no caeremos al vacío! Todo lo contrario: ¡para nosotros, la muerte es el puente hacia nuestro eterno hogar!

A pesar de eso, el otro miedo, el miedo al camino de la muerte, el cruzar el Jordán de la muerte, los dolores que puedan presentarse, las tentaciones que puedan surgir en ese preciso momento, se convierte a veces en una realidad; y esto también es comprensible.

Dependiendo de cómo la persona haya llevado su vida en los últimos días u horas, tal vez sea confrontado con este miedo, el miedo al camino de la muerte.

Cada persona vivirá este hecho de manera diferente ya que Dios tiene un camino particular para cada una de ellas. A pesar de esto, los hijos de Dios no deben temer la misma. Recuerde los versículos de Hebreos 2:14-15, antes mencionados. Si recibimos la Palabra de Dios de todo corazón, ésta nos quitará el temor a la muerte.

¿Estaremos listos cuando nos llegue la hora?

Lo cierto es que vivimos esto en la práctica, los hijos de Dios a pesar de que la muerte fue vencida, no están realmente listos para su partida. Esto es triste, pero cierto. Eso no significa que teman a la muerte misma, pero de alguna manera aún no están preparados. Todo llega de manera inesperada y rápida.

¿Por qué sucederá esto?
Daremos dos importantes repuestas a esta pregunta.
La primera quizás sea un poco extraña. Puede dar la sensación de que mi intención es quitarle fuerza a una importante verdad bíblica, pero estoy lejos de eso. La segunda respuesta es sobre un asunto muy serio, la preparación que debemos tener en nuestra separación de la tierra, algo que no debería ser menospreciado.

 

La primera respuesta es la siguiente: Existen cristianos que piensan y hablan gustosamente sobre el cielo y la vida eterna, pero no hacen lo mismo con respecto al camino que conduce hasta allí. ¿Por qué motivo? Porque para ellos ese camino ha sido eliminado, y dicen: ¡de todos modos seremos arrebatados! ¿Pero realmente es así?

¡El anuncio del arrebatamiento es un mensaje importantísimo y, sobre todo, verdadero; pero a algunos creyentes los ha alejado de la realidad de la muerte! Esto lo vemos cuando llega el momento en que un buen hijo de Dios debe partir a la eternidad. En ese momento queda en evidencia que aún no estaba preparado, ya que siempre se tranquilizaba pensando: “¡De todos modos voy a ser arrebatado!” Pero mejor, y por favor disculpe esta comparación; pensemos en Agag, el rey de Amalec, a quién el rey Saúl había dejado con vida desobedeciendo el mandato de Dios. Cuando el rey fue llevado ante Samuel, no parecía tener ninguna clase de preocupación. Dice 1 Samuel 15:32: “Y Agag vino a él alegremente. Y dijo Agag: Ciertamente ya pasó la amargura de la muerte”. Pero luego tuvo que percatarse de algo muy diferente, ya que en el versículo siguiente dice:“Entonces Samuel cortó en pedazos a Agag delante de Jehová en Gilgal”.

Tal vez este ejemplo sea un poco extremo, pero en la actualidad algunos cristianos se comportan de la misma manera. Se sienten tan seguros pensando en el arrebatamiento, que la muerte ya no es tema para ellos. Pero, llega el día en el cual viven el amargo despertar, la hora de la despedida donde, en forma repentina, se dan cuenta que no están preparados para ir al cielo a través de este camino. ¡Ciertamente quieren ir al cielo, y piensan en eso con mucho gusto, pero sólo a través del arrebatamiento!

Bueno, es lógico que todos deseemos ser arrebatados; el mismo apóstol Pablo lo anhelaba. Observe estas magníficas declaraciones en 2 Corintios 5:1:“Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos”, declarando unos versículos más adelante:“Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida”(vers. 4).

De igual manera, Pablo anhelaba fervientemente ir al cielo mediante el arrebatamiento, pero no fue así. Y es absolutamente probable que nosotros tampoco seamos arrebatados. Algunos ya han cruzado el Jordán de la muerte y otros tal vez aún tengamos que cruzarlo.

Mi intención, es simplemente recordarle que: puede contar incondicionalmente con el hecho de que en el cielo existe una morada que le ha sido preparada; pero deje que el Señor elija el camino hacia la misma. Tal vez sea arrebatado, ¿por qué no? Pero también es posible que tenga que morir; y para este día debe estar listo.

Naturalmente, no deberíamos irnos al otro extremo, preparándonos intensamente para una eventual muerte. Eso tampoco sería correcto. Pero lo que podemos, y debemos hacer, es vivir en la firme esperanza que algún día llegaremos sanos y salvos al eterno cielo. En el Salmo 31:16, el salmista dice: “En tu mano están mis tiempos”. Esto significa que el instante de nuestra última gran mudanza está fijado con exactitud. ¡El modo en que el Señor la lleve a cabo debe ser cedido totalmente a Él!

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