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Autor: Marcel Malgo

En cada una de las siete cartas, el Señor se presenta con un nombre diferente, el cual está en relación con el contenido de la carta. Marcel Malgo nos invita a repasar brevemente estas relaciones.


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¿Por qué el Señor usó diferentes nombres para describir al mismo remitente de las cartas?

En cada una de las siete cartas, el Señor se presenta con un nombre diferente, el cual está en relación con el contenido de la carta. Como remitente de la carta a la iglesia de Éfeso, Él se presenta así: “el que anda en medio de los siete candeleros (= iglesias) de oro” (Ap. 2:1). Como en Éfeso el Señor ya no era el centro, tuvo que amenazar a los creyentes de allí con quitar su candelero.

Como remitente de la carta a la iglesia en Esmirna, el Señor se presentó así: “…el que estuvo muerto y vivió(Ap. 2:8). ¿Por qué? Porque le dijo a esta iglesia: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Ap. 2:10).

Bien diferente es la presentación del Señor frente a la iglesia de Pérgamo: “El que tiene la espada aguda de dos filos” (Ap. 2:12). Eligió esta descripción porque amenazó a la secta de los nicolaítas, activos allí, con que iba a pelear contra ellos con la espada de Su boca.

Como autor de la carta a la iglesia de Tiatira, el Señor se presentó, entre otras cosas, de la siguiente manera: “…el que tiene ojos como llama de fuego” (Ap. 2:18). ¿Por qué? Todas las iglesias tenían que saber que El era el que escudriña la mente y el corazón (v. 23).

En la carta a Sardis, el Señor glorificado se presenta como: “El que tiene los siete espíritus de Dios” (Ap. 3:1). Pues el Espíritu Santo ya no podía obrar allí, y esa iglesia estaba espiritualmente muerta.

A la iglesia de Laodicea, Él se presentó como “el testigo fiel y verdadero”  (Ap. 3:14). Justamente esta iglesia profundamente caída, con un sentimiento de superioridad, experimentó la gran fidelidad del Señor, cuando Él, una vez más, le dio una oportunidad: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Ap. 3:20).

Cada vez, pues, el remitente de estas seis cartas se refiere al contenido esencial de la carta. Así también sucede con la iglesia de Filadelfia, a la cual el Señor glorificado se presenta de la siguiente manera: “el Santo, el Verdadero” (Ap. 3:7). La Santa Escritura, la Palabra de Dios de la A a la Z, nos santifica: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Ti. 3:16-17). La iglesia de Filadelfia estaba lista para dejarse santificar. Pues guardaba la Palabra de Jesús y no negó Su nombre. Por eso, el Señor se presentó a ella como “el Santo, el Verdadero”.

Es una verdad bíblica que el Señor, a veces – según Su soberana voluntad – nos trata conforme a la actitud que tenemos frente a El: “Con el misericordioso te mostrarás misericordioso, y recto para con el hombre íntegro. Limpio te mostrarás para con el limpio, y severo serás para con el perverso” (Sal. 18:25-26).

Si el Señor viniera hoy a tu casa, ¿cómo te encontraría? ¿Te santificas diariamente guardando la Palabra de Dios, siguiéndola sin negar el nombre de Jesús, aunque tengas poca fuerza?

En el último libro de la Biblia leemos estas muy serias palabras: “El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía” (Ap. 22:11). Esta afirmación está en un contexto determinado que tenemos que conocer para hacer una interpretación más profunda. Sin embargo, estas palabras contienen también para nosotros la seria advertencia de que viene el día en que, también en nuestras vidas, ya no habrá cambio posible. Entonces, cada hijo de Dios quedará tal como es, en el día de su muerte o en el día del arrebatamiento. ¡El que hasta ese día no se haya dejado cambiar con la ayuda de Dios, nunca más tendrá la posibilidad de hacerlo! Todos los hijos de Dios estarán un día ante el tribunal de Cristo, donde saldrán a luz todas las negligencias y oportunidades perdidas. Esto tendría que conmover aún mucho más nuestro corazón, e impulsarnos a vivir en una verdadera santificación (comp. 2 Co. 5:10).

¿Hay algo más que salvación?

Muchos cristianos renacidos descansan en su seguridad, diciéndose: Ya soy salvo. Pero cuidado: A los cristianos renacidos, después de su muerte o del arrebatamiento, no solamente les espera la felicidad. También podrán sufrir pérdida: “Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego” (1 Co. 3:15). ¡Probablemente esta verdad es mucho más amarga de lo que nos imaginamos! Sin embargo, todavía estamos en el tiempo de la gracia, también para los hijos de Dios. Con la ayuda del Señor y  por medio de Su Palabra, todavía podemos cambiar. Es importante que justamente en el último tramo del camino de la Iglesia de Jesús, guardemos la Palabra de Dios de la A a la Z. De esta manera no perderemos nada de nuestra felicidad eterna (comp. 2 Juan 1:8).

Y ya que estamos hablando de esto, llama mucho la atención que el Señor glorificado, justamente a la irreprochable iglesia de Filadelfia, haya tenido que advertirle y exhortarle de esta manera: He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” (Ap. 3:11). Con esto, quiso darle a entender: “Ahora todo está bien contigo, ¡pero cuídate para que esto siga así!”

Una poderosa promesa para los vencedores

El Señor concluye la carta a la iglesia de Filadelfia con una promesa sublime: “Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo” (Ap. 3:12).

Muchos hijos de Dios se preguntan: ¿Qué haré en la eternidad, en el cielo? Aunque no podemos imaginarnos esta situación, podemos – leyendo con atención esta promesa para los vencedores – constatar lo siguiente: Nuestra vida eterna, nuestra existencia celestial, tendrá en primer lugar una sublime vocación: alabar a Dios el Padre, y a Jesucristo el Cordero.

Los diferentes nombres en las columnas del templo de Dios están llenos de misterios. Pero también nosotros podremos ser columnas, si vencemos: “Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios”. Pensemos en el templo de Salomón: “Estas columnas erigió en el pórtico del templo; y cuando hubo alzado la columna del lado derecho, le puso por nombre Jaquín, y alzando la columna del lado izquierdo, llamó su nombre Boaz” (1 Re. 7:21). Jaquín significa: “Él fortifica, Él establece”, y Boaz: “En Él hay fortaleza”. Estas dos columnas estaban en aquel entonces en el templo de Salomón para la honra del Todopoderoso. Así como ellas eran para la gloria de Dios, también podremos serlo los cristianos renacidos, si vivimos una vida de victoria: “Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios.”

¿Quién no quisiera ser un día una columna así, que llevara para toda la eternidad la gloria de Dios y del Cordero? Pero ojo: Esta promesa es exclusivamente para los verdaderos “cristianos de Filadelfia”, para los que viven una vida de victoria con la ayuda del Señor, guardando la Palabra de Dios bajo todas las circunstancias – y especialmente en el último tramo del camino de la Iglesia de Jesús, en el cual nos encontramos actualmente. ¿Estás dispuesto a aceptar este desafío?

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