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Titulo:   “La Herencia de los Santos en Luz”  2/4

Autor: Wim Malgo 
Nº: PE1029

 

¿Está usted pensado en su herencia Celestial?

Escuche la segunda parte del programa

“ La herencia de los Santos en luz” en la voz del Pastor Herman Hartwich.

 


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“La Herencia de los Santos en Luz” 2/4

Estimado amigo, ¡no desperdicies tu herencia celestial!

¿Sabes, Por qué hay muchos creyentes que no alcanzan esta herencia indeciblemente gloriosa? Porque en realidad, ni piensan en ella.

¿Por qué hay muchos que sí son salvos, pero así como por fuego? Creo que encontramos la respuesta en la parábola del Señor acerca del así llamado hijo perdido. Por supuesto, esta parábola conmovedora fue aplicada innumerables veces en el sentido evangelístico, y seguramente está bien así. Me acuerdo que como joven evangelista también la interpretaba frecuentemente de esta manera, y luego, para invitar al aconsejamiento espiritual, se podía cantar este himno muy conmovedor: 

¡Ven a casa, ven a casa,

alma errante!

Lejos de la casa paterna,

no te alumbra ninguna estrella.

¡Oh, hijo perdido!

¡Ven a casa, oh ven a casa!

Pero al meditar esta parábola se ha pasado por alto algo muy importante y todavía hoy se lo pasa por alto. ¿Qué, pues? El hecho de que el hijo perdido no era ningún siervo o jornalero de su padre, sino que permaneció siempre siendo su hijo.

En realidad, el Señor Jesús dirigió la parábola del hijo perdido al pueblo de Israel, al cual había venido como Mesías. De gozo de que su hijo había regresado a casa, el padre mandó matar el mejor ternero. Se celebró una fiesta de reencuentro. Sin embargo, el hijo mayor no podía regocijarse por esto, pues leemos en Lucas 15:25-32: “Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando vino, se acercó a la casa y oyó la música y las danzas. Después de llamar a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Este le dijo: 'Tu hermano ha venido, y tu padre ha mandado matar el ternero engordado, por haberle recibido sano y salvo'. Entonces él se enojó y no quería entrar. Salió, pues, su padre y le rogaba que entrase. Pero respondiendo él dijo a su padre: 'He aquí, tantos años te sirvo, y jamás he desobedecido tu mandamiento; y nunca me has dado un cabrito para regocijarme con mis amigos. Pero cuando vino éste tu hijo que ha consumido tus bienes con prostitutas, has matado para él el ternero engordado'. Entonces su padre le dijo: 'Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Pero era necesario alegrarnos y regocijarnos, porque este tu hermano estaba muerto y ha vuelto a vivir; estaba perdido y ha sido hallado'.”

Cuando la consideramos a esta luz, vemos que el Señor intentaba en primer línea decir esta parábola a Israel. El hijo perdido representa al pueblo de Israel arrepentido después del mensaje de Jesús. El hijo mayor, celoso y airado, representa a las autoridades religiosas con su justicia propia, que desprecian al pueblo.

¿En qué, pues, consistía el pecado del hijo perdido? Consistía en que desperdició la herencia que le correspondía para su propio placer, aún antes que su padre había muerto. Leamos, pues, esta parábola a la luz de este hecho: “Dijo además: Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde.' Y él les repartió los bienes. No muchos días después, habiendo juntado todo, el hijo menor se fue a una región lejana, y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Cuando lo hubo malgastado todo, vino una gran hambre en aquella región, y él comenzó a pasar necesidad. Entonces fue y se allegó a uno de los ciudadanos de aquella región, el cual le envió a su campo para apacentar los cerdos. Y él deseaba saciarse con las algarrobas que comían los cerdos, y nadie se las daba. Entonces volviendo en sí, dijo: '¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.' Se levantó y fue a su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre le vio y tuvo compasión. Corrió y se echó sobre su cuello, y le besó. El hijo le dijo: 'Padre, he pecado contra el cielo y ante ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.' Pero su padre dijo a sus siervos: 'Sacad de inmediato el mejor vestido y vestidle, y poned un anillo en su mano y calzado en sus pies. Traed el ternero engordado y matadlo. Comamos y regocijémonos, porque este mi hijo estaba muerto y ha vuelto a vivir; estaba perdido y ha sido hallado.' Y comenzaron a regocijarse”.

Esta parábola del Señor es muy profunda. También tiene un significado para nosotros. Aún cuando vivía su padre, el hijo menor pidió que le entregara la herencia que le correspondería un día, y con ella “se fue a una región lejana, y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente”. Entregó todo para su codicioso yo.

Aquí veo en espíritu a los muchos hijos e hijas perdidos. Sí, son hijos de Dios. Han sido llamados a ser herederos de Dios y coherederos de Cristo, pero no se identifican con Su muerte Porque así como hemos sido identificados con él en la semejanza de su muerte, también lo seremos en la semejanza de su resurrección. Viven su vida de fe separadamente de la identificación con Jesucristo, pero exigen de El paz, gozo y fuerza. Cuando se les pregunta si tienen victoria, responden: ¡Sí, ciertamente! ¿Si sus oraciones encuentran respuestas? Por supuesto, maravillosas respuestas. ¿Si creen? Seguro, esto lo hacemos todos, ¿verdad? Piden continuamente su parte de la herencia, el legado y la herencia del Señor, como El lo dijo en la última noche antes de ir al Gólgota, en Juan 14:27: “La paz os dejo, mi paz os doy. No como el mundo la da, yo os la doy. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”. Con las palabras: “No como el mundo la da, yo os la doy”, el Señor advierte contra el falso uso de Su maravillosa paz. Pero esto se pasa concientemente por alto. También el hijo menor había pasado por alto las suaves preguntas de su padre, si era bueno lo que iba a hacer. Buscaba solamente su propio placer. De este modo, el hijo llegó a ser el ladrón de la herencia, siendo que la entregó al mundo y desperdició todo. ¿Ya no era, pues, el hijo de su padre? Oh sí, todavía lo era; pero en la separación de su padre, su herencia se consumió, y él terminó medio muerto de hambre en una pocilga.

Entre mis amigos hay hijos e hijas del Padre celestial que están desperdiciando por su apostasía la herencia que les ha sido encomendada por la fe en el Señor. Pablo advirtió a su hijo espiritual contra ello: 

– “Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas y vanas palabrerías y los argumentos de la falsamente llamada ciencia” (1 Timoteo 6:20).

– “Guarda, mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros, el buen depósito (o: tesoro) que te ha sido encomendado” (2 Ti. 1:14)

Estimado amigo, piensa personalmente sobre esta advertencia y examínate delante del Señor. En la próxima emisión vamos a escuchar más aún sobre los seis grados de apostasía y los siete grados de gracia. ¡No te pierdas la continuación de este mensaje!

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