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Título: “La gran equivoacción”

Autor: Norbert Lieth
Nº PE1287

Hay muchas cosas falsas que se parecen a las auténticas, y apenas se puede distinguir entre una y otra, como por ejemplo flores, oro, diamantes, plata, cuadros, maderas, alfombras. También entre los cristianos hay imitaciones, engaños y copias. Existen los verdaderos cristianos y también los cristianos falsos. Escuche más acerca de este tema tan importante y tan necesario de ser advertido.


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Estimado oyente, palabras como engaño, imitación o copia, todos las conocemos bien. Pero también dentro del pueblo cristiano hay personas que, si bien se llaman „cristianos”, no lo son.

Un auto paró al lado del mío en un estacionamiento. Alguien me ofreció „productos de cuero de excelente calidad” a muy buen precio. Como el ofrecimiento me tomó por sorpresa y tenía poco tiempo, compré algo pequeño. Recién más tarde me di cuenta de qué tipo de productos de cuero había adquirido. Eran solamente imitaciones baratas, que ya al mirarlas se deshacían.

Hay muchas cosas falsas que se parecen a las auténticas, y apenas se puede distinguir entre una y otra, como por ejemplo flores, oro, diamantes, plata, cuadros, maderas, alfombras, etc. En estas áreas se necesita de especialistas que, muchas veces, sólo por pequeñísimas diferencias pueden reconocer lo auténtico de lo falso.

También entre los cristianos hay imitaciones, engaños y copias. Existen los verdaderos cristianos y también los cristianos falsos. La parábola de las diez vírgenes nos ilustra esta situación de una manera muy gráfica (véase Mateo 25). Exteriormente, las cinco insensatas se parecían mucho a las prudentes, excepto en que les faltaba el aceite (una figura del Espíritu Santo, que mora en los creyentes). Muchos viven como cristianos, porque se dejan llevar por la corriente de cristianismo que los rodea. Su entorno es cristiano, por eso ellos también lo son.

No es mi intención robarle a nadie la seguridad de la salvación, que cada persona tiene por el testimonio del Espíritu Santo en su corazón. Además, estoy convencido de que un cristiano espiritualmente renacido, no se pierde (Hebresos 10:10.14). Pero tampoco quiero que alguien se duerma en una falsa seguridad, que no tiene base.

A veces uno se asombra de que una persona que todos consideraban cristiana, de repente se aparta de la fe y ya no quiere saber nada de Jesús y de Su obra consumada en la cruz del Gólgota, e incluso la niega. Esta dolorosa experiencia la vivió también el apóstol Juan, pues en su primera carta escribe:„Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros”(1 Jn. 2:19).

La Biblia nos dice claramente que a la par de los verdaderos y genuinos cristianos, renacidos de „agua y Espíritu”, también existe un cristianismo ficticio, compuesto por „cristianos”, que no están unidos a Jesucristo, que no están arraigados en Él y que no viven con Él y por Él. Todo parece ser auténtico en su vida, pero es solamente una vulgar imitación. En estos „cristianos” pensaba Pablo cuando, en su segunda carta a Timoteo, escribe lo siguiente:„…que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita”(2 Ti. 3:5).

Practican la Religión Cristiana sin ser Cristianos

Según algunas encuestas, en EE.UU. casi cada dos norteamericanos dice ser un cristiano renacido. Pero mirando más detenidamente, constatamos que muchos de ellos confunden el nuevo nacimiento con un sentimiento positivo acerca de Dios y de Jesucristo.

Otra estadística realizada entre cristianos norteamericanos, que testifican ser creyentes, es muy desilusionadora y representativa de los cristianos en todo el Occidente: 

Un 20% nunca ora.

Un 25 % nunca lee la Biblia.

Un 30 % nunca va a la iglesia.

Un 40 % no apoya con donaciones la „obra del Señor”.

Un 50% nunca visita la escuela dominical (de todas las edades)

Un 60 % nunca va a una reunión de predicación o estudio.

Un 70 % nunca da nada para la misión.

Un 90 % nunca tiene un devocional familiar.

El Señor Jesús ya nos advirtió que es posible testificar con los labios sin que haya nada detrás que respalde ese testimonio, o sea sin que las palabras correspondan al verdadero estado del corazón:“No todos los que me dicen: ‘Señor, Señor’, entrarán en el reino de los cielos, sino solamente los que hacen la voluntad de mi Padre celestial. Aquel día muchos me dirán: ‘Señor, Señor, nosotros comunicamos mensajes en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros.’ Pero entonces les contestaré: ‘Nunca los conocí; ¡aléjense de mí, malhechores!’”(Mt. 7:21-23). Aquí el Señor explica cuatro hechos decisivos: dos de ellos no son suficientes para ser salvo, y dos son necesariamente imprescindibles para la salvación.

Dos cosas que no son suficientes para ser salvo: Ni la confesión hueca: „Señor, Señor” (1), ni las acciones que se hicieron en el nombre de Jesús (2) son suficientes para ser salvo eternamente.

En muchas iglesias, denominaciones, monasterios y organizaciones cristianas se ora formalmente y hay actividad cristiana en el nombre del Señor, sin que las mismas personas pertenezcan a Jesús y sean hijos de Dios. ¡Cuántos que se dicen cristianos realizan obras de caridad „cristiana” sin pertenecer a Cristo! Lo más terrible es que sus obras, al fin y al cabo, serán desechadas por Jesús como malas obras:„¡Aléjense de mí, malhechores!”

Dos cosas son imprescindibles para ser salvo: hacer la voluntad de Dios (1) y ser conocidos por Dios (2).

El hacer la voluntad de Dios, nuestro Padre celestial, no se refiere a las muchas, grandes o pequeñas, buenas obras, sino a la fe en Jesucristo. A la conciente entrega de la vida a Él y al seguirle en la vida práctica.

Los judíos de aquel entonces, bien podían presentar buenas obras. Muchos eran celosos de la Ley, leían la Palabra de Dios, echaban fuera a los malos espíritus y hacían milagros. Pero había una cosa que no querían hacer: creer en Jesucristo y aceptar la gracia que se recibe en Él. Pensaban que llegarían al cielo sin Jesús, que Dios reconocería sus obras y les abriría la puerta. Pero justamente en este punto, Jesús desbarató completamente su falsa confianza. Tuvieron que aprender a aceptar que la voluntad de Dios era que declararan su propio fracaso y creyeran en Jesús.

Hoy en día sigue existiendo el mismo problema. Los que son „cristianos” porque nacieron en un país cristiano, piensan que pueden llegar al cielo por sus obras cristianos. Cuando se les dice que a los ojos de Dios sus obras no sirven, que Él no las puede aceptar, y que por eso todavía están perdidos, la gran mayoría se sienten muy ofendidos, porque creen que no necesitan a Jesús personalmente. Pero, cuando le preguntaron a Jesús:„¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?”, Jesús les respondió:Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado”(Jn. 6:28-29).

Tenemos que ser conocidos por Dios. Habrá personas a las cuales el Señor Jesús tendrá que decir en aquel día:„Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.”

Pues no es suficiente creer sólo superficialmente en Jesús, estar de acuerdo con Él, concederle cierta autoridad o aceptarlo de cierta manera. ¡No! Debe haber un encuentro personal con Él.

Por ejemplo, yo ciertamente puedo decir: „Conozco a Angela Merkel, la primer ministro alemana.” ¿De dónde la conozco? Por sus comunicaciones a través de los medios. Pero, ¿me conoce ella a mí? Seguramente no. Pero si ella me invitara, yo aceptaría su invitación. Y recién entonces tendría un contacto, un intercambio de ideas personal con ella; y recién entonces ella me conocería a mí también personalmente.

El Señor Jesús invita muy personalmente a cada individuo a venir a Él:„Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”(Mt. 11:28). El que acepta esta invitación y viene a Él con todos sus pecados, Lo recibe en su corazón y en su vida y cree en Su nombre (Juan 1:12), es conocido por Él. El que hace esto, conoce al Padre y al Hijo de Dios, e irá al cielo:„Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”(Jn. 17:3).

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