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Título: La Esperanza de Israel en su Mesías

Autor: Fredi Winkler
PE1408

Como un hilo conductor, la esperanza de la venida de un Salvador se puede seguir a través de toda la Biblia, el libro que Dios le ha dado a la humanidad por medio del pueblo de Israel. Aunque esta esperanza del Mesías fue dada en primer lugar al pueblo elegido, según el testimonio de las Escrituras, le pertenece a toda la humanidad


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Estimados amigos, terminamos viendo en el programa anterior que la última figura mesiánica en el judaísmo fue, probablemente, el Rabí Menajem Mendel Schneerson del movimiento jasídico de Lubavitch. Y a pesar de que él falleció hace algunos años, sus adeptos todavía lo veneran como „el Mesías”. La razón para esto es una profecía de su famoso antepasado, el fundador de la dinastía rabínica de la cual descendía. Éste predijo que en la séptima generación después de él vendría el Mesías. Y el Rabí Schneerson pertenecía a esta generación anunciada por la profecía. Como no tenía descendientes a los cuales se podría haber podido trasladar la esperanza del Mesías, con gran pesar sus adeptos creen que su Rabí venerado resucitará en su momento de los muertos, aunque no lo afirman públicamente. Lo asombroso es que ahora – y sólo porque sirve a su causa – de repente creen en un Mesías que resucitará. Aunque en este caso se trata, como lo enseñaba Maimónides, solamente de un ser humano – contrariamente a Jesús, que sí vino en forma de hombre, pero según lo enseña el Nuevo Testamento también era el Hijo de Dios.

En Israel, al borde de las calles, una y otra vez se pueden ver grandes pancartas con la foto de Schneerson, que llevan la inscripción: “Bienvenido el Rey, el Mesías”.

Cuando vemos estas aberraciones, nos preguntamos: ¿Cómo es posible? Y la respuesta es: Porque no se le hizo caso a la Palabra de Dios. Y en el cierre del programa, reflexionamos sobre la importancia de prestar atención a la Palabra de Dios, que es la única que nos puede dar luz en la oscuridad de estos tiempos finales.

 

Veamos ahora algo sobre la autoridad del Talmud y de otros escritos judíos. La teología judía no solamente se basa en el Antiguo Testamento, sino también en las tradiciones, es decir, en los escritos de los sabios judíos o eruditos de la Torá. Los rabinos actuales dicen: “Sin la exégesis de nuestros eruditos – bendita sea su memoria – el Antiguo Testamento no se podría comprender.”

Contrariamente a los escritos rabínicos, en las escuelas judías del Talmud se evita más bien el estudio de los libros proféticos, ya que podrían confundir a los estudiantes. Incluso escuché que hay escuelas religiosas que castigan a sus alumnos si encuentran en su poder un escrito de los profetas. El aprecio de la Torá oral, que halló su expresión en el Talmud, llevó consecuentemente a cierto menosprecio de ciertas partes de la Biblia. Lo vemos, por ejemplo, en esta tesis rabínica que dice: “Las palabras de los antiguos sabios son de mayor importancia que los profetas.” Esta actitud está profundamente arraigada en el alma de los judíos religiosos.

No es casualidad que fueran justamente los libros proféticos los que los sabios de la Torá cosideraron inferiores que los demás, pues es en ellos que la esperanza en el Mesías se ve con mayor claridad. Sin duda alguna, el capítulo más problemático de estos libros para los rabinos, es el 53 del profeta Isaías, pues sus afirmaciones difícilmente pueden ser interpretadas de otra manera que con respecto al Mesías. El cumplimiento asombroso que encontró esta profecía en Jesucristo, causó que la sinagoga prefiriera omitir este capítulo profético de la Santa Escritura en sus lecturas litúrgicas. También en todos los comentarios de la Edad Media, falta una explicación de Isaías 53. En su lugar, se encuentra, entre paréntesis, la observación de que aquí fue suprimido un texto. Este silencio dice más que muchas palabras.

 

Risto Santola, describe en su libro como su único hijo, de solamente siete años, estaba agonizando en un hospital en Jerusalén. Él sabía que iba a morir. Y entonces escribe: “En ese tiempo nos visitó uno de mis colegas de la universidad, un judío, en el hospital. Él sabía de nuestra simpatía por los judíos y me instó que me convirtiera al judaísmo juntamente con mi hijito de siete años. Este profesor de lingüística tenía las mejores intenciones. Pero le dije que no teníamos ninguna razón para hacer eso, puesto que según creíamos, Jesucristo había cumplido la Ley y Él era el Hijo de Dios. Le expliqué que yo creía esto y que también mi hijo lo creía.

– ¡Pero Dios no tiene hijo! – protestó mi amigo y sacó una Biblia de su cartera – Muéstrame dónde dice eso.

En silencio hice una oración, pues este hombre lo tomaba muy en serio y no se contentaría con una respuesta superficial. En algún lugar en mi subconciencia me vino un versículo del cual no me acordaba que lo conocía.

– Lee Proverbios 30:4 – le dije, y él leyó: “¿Quién subió al cielo, y descendió?… ¿Cuál es su nombre, y el nombre de su hijo, si sabes?’

– Esto hay que interpretarlo bien – respondió mi amigo – No se puede tomar literalmente.

Le pedí que siguiera leyendo:“Toda palabra de Dios es limpia; El es escudo a los que en él esperan. No añadas a sus palabras, para que no te reprenda, y seas hallado mentiroso.”Risto Santola concluye: “De alguna manera pareció que estas palabras hubieran dado en el blanco.”

Muchos de los escritos post-bíblicos en el judaísmo, ante todo el Talmud, son para los judíos religiosos no solamente exégesis y explicación del texto bíblico, sino que los estiman incluso superiores a la Biblia. Por eso, deben ser reconocidos claramente como añadiduras a la Palabra de Dios. Y lo que esto significa, lo dice muy claramente el pasaje del libro de Proverbios que acabamos de citar (en los vs. 5 y 6).

Cuando la gente me pregunta: 

– ¿Cuál es la mejor manera de orar por Israel? – siempre les digo: 

– Oren que la gente en Israel lea su Biblia, el Antiguo Testamento, y lo tomen en serio, pues allí encontrarán a su Mesías.

En la historia del hombre rico y del pobre Lázaro, llegado al lugar de tormentos, en el Hades, el rico se da cuenta de que algo anduvo mal en su vida. Cuando le pide a Abraham que se le advierta a sus hermanos que todavía viven, éste le reponde en Lucas 16:29:“A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos”. Realmente es suficiente la Palabra que nos fue dada por Dios en las Santas Escrituras, y su mensaje contiene un gran desafío. ¿Qué hacemos con este mensaje? Esta pregunta no es solamente para el pueblo de Israel, que fue el primero en recibir el mensaje. En Jesucristo, el Mesías, esta pregunta es hecha a todos los hombres. Los errores que Israel cometió en su historia y también en el presente, no deberían ser para nosotros una ocasión para juzgarlo. Sino que tienen que servirnos de advertencia para que no sucumbamos en las mismas equivocaciones.

Analicemos ahora el cumplimiento literal de todas las promesas mesiánicas hechas a Israel. La Biblia no solamente habla del regreso del pueblo de Israel a su tierra, como en Ezequiel 36:24, sino, como vemos en los versículos siguientes, del 25 al 27, se trata de mucho más:“Esparciré sobre vosotros agua limpia… Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros… Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu”. Por eso, la renovación nacional en la tierra de los padres, solamente fue el principio del propósito de Dios para con Su pueblo elegido. La reunión de los judíos en la tierra de sus antepasados fue un proceso traumático, que los llevó por los horrores del Holocausto y costó la vida a seis millones de integrantes de este pueblo. Pero la Biblia no solamente habla de un regreso al país, sino también de una renovación espiritual. Este proceso será desencadenado por los apuros de un tiempo muy difícil, del cual Jesús, en Mt. 24:21, dijo:“porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá”.

También los sabios judíos, a pesar de sus tentativas de reinterpretación, siempre han considerado la época anterior a la venida del Mesías como el tiempo más terrible que vendría sobre Isael y sobre el mundo entero. Sin embargo, justamente este tiempo de tribulación llevará al pueblo judío a llegar a ser de bendición para el mundo entero, tomando por fin el rol para el cual Dios lo designó desde el principio. Con esto, todas las promesas que Dios le dio a Su pueblo encontrarán su cumplimiento literal, tal como lo dijo Jesús en Mt. 24:35: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.

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