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Autor: William MacDonald

Uno de los primeros síntomas de la decadencia espiritual, es la acumulación de polvo sobre las tapas de la Biblia. La vida de oración se vuelve errática, y luego desaparece por entero. Pero, más tarde o más temprano, llega el desenlace. Si una persona es verdaderamente creyente, no puede seguir alejada de Dios de manera indefinida. Ha de haber un momento en que toca fondo.

 


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PE2133 – Estudio Bíblico
La decisión crucial



Estimados amigos, como ya se dijo: Más tarde o más temprano, ha de llegar un desenlace. Si una persona es verdaderamente creyente, no puede seguir alejada de Dios de manera indefinida. Ha de haber un momento en que toca fondo. El momento en que abandona toda esperanza de poder solucionar sus propios problemas. Se podría decir que se trata de un tiempo de desesperación y de frustración absoluta, en el cual parece inútil seguir luchando. Pues, ¡todas las posibles rutas de escape están cerradas!

Justo en este momento crucial, hay una voz que susurra:
«No hay esperanza.»
«De nada vale intentarlo.»
«Más valdrá que lo dejes.»
«Todo lo que puedes hacer es cooperar con lo inevitable.»
«De todas formas, las cosas nunca podrás volver a ser lo que eras. El pájaro con un ala rota nunca vuelve a volar tan alto como antes… »
«Has pecado hasta el punto de perder tu día de oportunidad.»
«Has rebasado el punto de retorno.»
«La leche derramada, no se puede recoger…»

Y la voz sigue lanzando sus ecos por el largo y vacío corredor.
«No hay esperanza.»
«No hay salida.»
«Estás más allá de toda restauración.»
«Imposible.»

Pero, en aquella oscura y solitaria hora se oye otra Voz, y esta Voz está llena de resplandeciente promesa. Dice:
«Hay un camino de vuelta a Dios.»
«La puerta está siempre abierta.»
«El pasado puede ser perdonado y borrado. La culpa acumulada de un millón de pecados puede ser purificada en un momento.»
«Las cosas pueden ser tan buenas como fueron, e incluso mejores… »
«Dios puede restaurar los años que se comió la langosta.»
«Nada hay demasiado difícil para el Señor. Ni siquiera tú.»
«¿Por qué no vuelves a casa?»

Entonces, llega el gran momento de la DECISION CRUCIAL. Se siente desgarrado por emociones contrapuestas. Por una parte, está la vergüenza atormentadora de admitir el pecado y el fracaso. Por la otra, está el anhelante deseo de volver al hogar y arreglar las cosas.

Tan pronto como piensa en dar media vuelta, mil demonios parecen estarle sujetando. Se maravilla de que un cuerpo humano pueda contener unas tensiones tan violentas y contrarias.
Una vez más oye la voz de Dios: no es una voz dura ni vengativa, sino tierna y amante: «Vuelve… a Jehová tu Dios; es tu pecado el que te ha hecho tropezar. Llevad con vosotros palabras de súplica, y volved a Jehová, y decidle: Quita toda iniquidad, y acepta lo que es bueno, y te ofreceremos en vez de terneros la ofrenda de nuestros labios» (Os. 14:1 y 2).

Luego, llega el momento de la gran resolución. El dique de tensiones acumuladas se rompe de repente. Comienzan a fluir las lágrimas, con sollozos que brotan de un corazón quebrantado. El terco y orgulloso recaído yace postrado a los pies del Salvador.
Pronto, los labios temblorosos se encuentran diciendo las palabras del salmo 51: «Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio. He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre. He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría. Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido. Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis maldades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti. Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación; cantará mi lengua tu justicia. Señor, abre mis labios, y publicará mi boca tu alabanza. Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios».

Y de Lucas 15: «He pecado contra el cielo y ante ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme como a uno de tus jornaleros».

Aparece ya una sensación de enorme alivio. Se ha levantado una carga. Ha amanecido una gran luz: el amanecer de un nuevo día. Las palabras del apóstol Juan vienen a su mente: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda iniquidad». Se aferra a esta promesa como si todo dependiese de ella.

Después, recuerda cómo volvió el hijo pródigo y cuál fue la regia bienvenida que le esperaba: «Y levantándose, marchó hacia su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a compasión, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó efusivamente. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos. Sacad de prisa el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro engordado y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y ha sido hallado. Y comenzaron a regocijarse.»

Y piensa especialmente en las palabras «… su padre… corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó efusivamente». Se da cuenta de que esto es lo que le ha sucedido también a él.

El Padre le vio cuando estaba todavía lejos. Corrió y le abrazó y le besó. Comprende ahora lo que significan estas palabras, porque está gozando del beso del padre.
el mejor vestido…
un anillo en su mano…
calzado en sus pies. Y…
el becerro engordado…

Las campanas han comenzado a tañer en su alma, pero sigue habiendo un gran obstáculo: la vuelta a su familia y amigos cristianos. Se encoge de vergüenza ante el pensamiento de tener que comparecer ante ellos. Teme la reacción de ellos. ¿Se mostrarán fríos y distantes? ¿Intentarán evitarlo? ¿O se mostrarán acerbos y críticos?

Recuerde a Noemí, en el Antiguo Testamento. Cuando volvió a Belén tras un tiempo de alejamiento y recaída en Moab, la gente preguntaba: «¿No es ésta Noemí?» Ella respondió: «No me llaméis Noemí (que significa Placentera), sino llamadme Mara (que significa Amarga); porque en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso. Yo me fui llena, pero Jehová me ha vuelto con las manos vacías».

Sus temores acerca de cómo su familia y sus amigos le recibirán carecen de fundamento. Lo que le dan es una maravillosa bienvenida, casi como si hubiese vuelto de los muertos. Le dan un cálido apretón de manos, algunos le abrazan, y las lágrimas corren libremente. No hay recriminaciones. Nadie dice: «Te lo había advertido.» Todos están contentos de veras de verle de vuelta. Él trata de pedir perdón por la deshonra que ha causado al Nombre del Señor, por el dolor que ha causado a su familia, por la tristeza que ha provocado a los cristianos en la iglesia local. Pero, ellos le interrumpen afirmando que ha sido perdonado, y con expresiones de gratitud porque sus oraciones han sido contestadas. Él pensaba que le harían entrar a gatas, en humillación; pero aquí los tiene, tratándole con amor y misericordia.

Cada latido del corazón dice: «¡Es maravilloso! Estar de vuelta en la comunión con el Señor y con Su pueblo. Tener restaurado el gozo de Su salvación».

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