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Autor: Herman Hartwich

La cruz era un instrumento de tortura, símbolo de vergüenza, dolor y muerte. Pero para los cristianos la cruz es símbolo de la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte.


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PE1889 – Estudio Bíblico  –  La Cruz



Mis queridos amigos, como en todas las oportunidades procuro desearle lo mejor para su vida hoy también. Pero yo quiero pedirle en esta oportunidad que usted se permita ser bendecido tanto como Dios quiere bendecirle, con un corazón abierto, con una mente abierta a la palabra de Dios.

El apóstol San Pablo cuando escribe a los Gálatas en el capítulo 6, verso 14 dice: “Pero lejos esté de mí gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”. Creo que el compositor de algunos cuantos viejos y maravillosos himnos de los cancioneros evangélicos, quizá en este versículo se inspiró para aquel viejo himno que en su primera estrofa dice “en el Monte Calvario estaba una cruz, emblema de afrenta y dolor. Y yo amo a esa cruz do murió mi Jesús por salvar al más vil pecador”. En otras oportunidades hemos dicho que la cruz nos habla de sufrimiento y de muerte, nos habla del alto costo de nuestra salvación. La cruz fue un instrumento de tortura posiblemente inventado por los fenicios o por los persas, pero fue muy utilizado por los romanos porque ellos sometían a las personas a la mayor humillación y al sufrimiento más extremo. Había diferentes tipos de cruz; usted puede tomar un diccionario enciclopédico, por ejemplo, busca “cruz” y va a encontrar distintos tipos de cruz: Algunos en forma de X, otros en forma de T, y luego estaba el “patíbulum” que era una madera vertical que sobresalía del horizontal.

En esta clase de cruz pusieron a nuestro Señor Jesucristo. ¿Cómo lo sabemos? Bueno, porque en Juan 19:19 dice que Pilato había escrito un título que puso sobre la cruz, el cual decía “Jesús Nazareno, Rey de los Judíos”. La cruz era una forma de muerte bien planeada, hasta el más mínimo detalle, y a la vez pretendía ser un castigo ejemplar para que nadie se atreviera a revelarse al César. Un crucificado podía permanecer hasta dos o tres días clavado al duro madero y allí sufrir una muerte terrible, desangrado, por deshidratación, una sed intolerable, levantando temperatura. Acostumbraban a encender inclusive un pequeño fuego al pie de la cruz para dificultar la respiración del crucificado por medio del humo, y le ofrecían vinagre, que era una especie de narcótico. ¡Qué tremendo! Para prolongar el tiempo de sufrimiento finalmente le quebraban las piernas, como dice el propio Evangelio, que le fueron a quebrar las piernas a Jesús pero ya no fue necesario. Es decir, se cumplió la palabra de Dios que no quebrarían ninguno de sus huesos: “Horadaron mis manos y mis pies; contar puedo todos mis huesos” decía David en la profecía en el Salmo 22.

El crucificado era una persona llevada a la cruz por homicidio, traición o sedición, es decir un rechazo manifiesto al César romano. Y de esto último acusaron a Jesús, lo acusaron de sedición. Vamos a ver el proceso para que una persona llegara a la cruz. Por ejemplo, en Mateo capítulo 27, versículos 26 al 31 dice: “Entonces les soltó a Barrabás, y habiendo azotado a Jesús le entregó para ser crucificado. Desnudándole pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas e hincando la rodilla delante de él le escarnecían, y escupiéndole tomaban una caña y le golpeaban en la cabeza. Después de haberle escarnecido le quitaron el manto, le pusieron sus vestidos y le llevaron para crucificarle”. Note qué humillante todo el proceso pre crucifixión. Luego aparecían los empleados de los invasores expertos en destrozar cuerpos; utilizaban un látigo conocido como el “flagrum” o “látigo de siete colas” porque tenía siete puntas de metal o de cristal o de hueso, y cada golpe dado con esa destreza, con esa maestría, literalmente arrancaba pedazos de su carne. Se acostumbraba a dar 39 latigazos para dejar a una persona al borde de la muerte, de modo que 273 surcos profundos había en el cuerpo del Señor Jesucristo, y por eso no pudo llevar mucho la cruz; no tenía fuerzas, su cuerpo estaba tan dañado que no tenía el más mínimo aspecto de un ser humano. Esto ya lo había profetizado Isaías en el capítulo 52, desfigurado totalmente, y en el capítulo 53. Dice la segunda estrofa del viejo himno al cual hicimos referencia, “aunque el mundo desprecie la cruz de Jesús para mí tiene suma atracción, pues en ella llevó el cordero de Dios de mi alma la condenación. Cuando llegaron al monto Calvario le clavaron sobre la cruz, manos y pies, y luego al poner la cruz en el pozo, el sacudón y los clavos desgarrando manos y pies.

La cruz, según la enseñanza de los apóstoles es el medio de reconciliación entre el hombre pecador y un Dios santo. El apóstol Pablo lo expresa en el capítulo 1 de Colosenses, versículo 20: “Y por medio de Él, reconciliar consigo todas las cosas haciendo la paz mediante la sangre de su cruz”. Jesús había dicho en el capítulo 9, verso 23 del Evangelio de Lucas: “Y decía a todos: ‘Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame’”. Sí, la cruz es símbolo de vergüenza ya que el crucificado era paseado por las calles; los padres salían a la puerta de sus casas con sus hijos para ver ese espectáculo. Los romanos querían sepultar aun en los niños todo impulso de libertad y rebelión. La cruz es símbolo de dolor: los clavos, el tremendo sufrimiento sumado a la humillación. Símbolo de muerte, ya que todo crucificado inevitablemente moría. El Señor Jesús usa esta figura para enseñar a sus seguidores que hay un precio a pagar, y muchas veces será el desprecio de quienes nos rodean.

Ahora, ¿estás tú dispuesto a seguir a Jesús? ¿O eres un simple religioso lleno de hipocresía, de vanidad? Tomar la cruz cada día con constancia, con fidelidad, es el desafío para los cristianos verdaderos, pero no para los hipócritas, no pueden tomarla. La otra estrofa dice “yo quisiera seguir en pos de Jesús y sus desprecios llevar, y algún día con los santos en luz, en la gloria con Él he de estar”. El Cristo de la Biblia, el Hijo de Dios, no está aferrado a la cruz como el Cristo de las religiones, sino que murió y resucitó y ahora vive, y vive para siempre. No quedó en la cruz ni quedó en el sepulcro en el cual fue puesto; dijo “yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque esté muerto vivirá”. Él y solo Él puede limpiar y perdonar todo el pecado de tu vida, como lo hizo con la mía. No importa cuán perdido yo me encontré o tú te encuentres ahora, no importa cuán bajo hayas caído; la Biblia dice “la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado”. ¿Por qué no pones tu fe en Él? ¿Por qué no pides que te salve? Él puede darte vida eterna, el regalo más precioso que un ser humano puede recibir. Lo dice aquel versículo tan conocido: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él crea no se pierda mas tenga vida eterna”. Allí donde estás ahora, recíbele por fe a Él y Él abrirá las puertas del cielo para toda la eternidad. Yo deseo que Dios te bendiga, que Dios bendiga tu decisión y puedas cantar junto a nosotros este himno tan hermoso: “En la cruz de Jesús do su sangre vertió, hermosura contemplo en visión, pues en ella triunfante a la muerte venció, y mi ser puede santificar”. ¡Realmente maravilloso! Que Dios te bendiga.

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