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Autor: William MacDonald

Hay un fenómeno típico de la vida cristiana que se llama: recaída. La comunión es un débil hilo. La recaída tiene consecuencias, tiene un costo. Pero… como veremos en este mensaje… ¡hay un camino de vuelta a Dios!


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PE2193 – Estudio Bíblico
Hay un camino de vuelta a Dios (7ª parte)



¿Cómo están, amigos? Hemos llegado a la última parte de este mensaje, y hoy hablaremos de:

LAS CONSECUENCIAS DE LA RECAÍDA

Por lo dicho hasta ahora, podría surgir la idea de que un cristiano puede pecar y salirse con la suya. En otras palabras, todo lo que ha de hacer, es confesar el pecado y abandonarlo. Suena demasiado fácil. Por eso, es importante volver a distinguir entre el perdón de los pecados y las consecuencias de los pecados. En cuanto al perdón, ya hemos observado que hay dos clases: el judicial y el paterno.

– Cuando alguien confía en Jesucristo como Señor y Salvador, recibe el perdón judicial de sus pecados. Esto significa que Dios, como Juez, lo perdona sobre la base de la obra de Cristo en el Calvario. El pecador que cree, nunca tendrá que pagar la pena de sus pecados, por cuanto el Salvador la pagó en la cruz (como vemos en 2 Corintios 5:21).

– Cuando un creyente peca, y después confiesa sus pecados, recibe el perdón paterno. Esto significa que Dios, como su Padre, lo perdona y lo restaura a la comunión en la familia (así nos dice 1 Juan 1:9).

Pero, debemos también recordar que el pecado tiene consecuencias, y que a veces estas consecuencias persisten a través de la vida y prosiguen hacia la eternidad. Esto se puede ilustrar observando las vidas de algunos personajes bíblicos:

– Abraham se casó con Agar durante un período de recaída y desaliento (lo leemos en Génesis 16:1 al 16). Sus descendientes (los ismaelitas) han sido acerbos enemigos del pueblo terrenal de Dios desde aquel entonces.

– Como resultado de su recaída, Lot perdió a su mujer, a sus yernos, su testimonio, y casi su misma vida (Génesis 19:14 al 26). También vino a ser padre de los moabitas y amonitas, crueles enemigos del pueblo de Israel (Génesis 19:33 al 38).

– Sansón perdió su castidad, libertad, testimonio, vista, y finalmente su misma vida (Jueces 16).

– Noemí perdió a su marido y a sus dos hijos, que murieron en tierra extraña (Rut 1:3 y 5).

– David fue perdonado de sus pecados, pero le fue demandada la cuádruple restauración por el asesinato de Urías. Posteriormente murieron cuatro de sus hijos:
_ Murió el bebé nacido de Betsabé (2 Samuel 12:19).
_ Amnón murió a manos de Absalón (2 Samuel 13:28 y 29).
_ Absalón fue muerto por Joás y sus hombres (2 Samuel 18:14 y 15).
_Adonías fue muerto por Benaías (1 Reyes 2:24 y 25).
Dios dijo a David que la espada jamás se apartaría de su familia – y nunca se apartó. A David no le fue permitido edificar el Templo debido a su fracaso moral (como leemos en 1 Crónicas 22:8).
Las consecuencias de su pecado persisten hasta el día de hoy. Por su recaída, dio gran ocasión de blasfemar a los enemigos del Señor. De hecho, hasta hoy los ateos siguen blasfemando contra Dios por llamar a David un hombre según Su corazón, después que David actuase tan malvadamente.

¿Quién puede jamás medir las consecuencias de la recaída? Por ejemplo, el tiempo perdido fuera de comunión con Dios. La pérdida de recompensa ante el Tribunal de Cristo.

Y ¿qué hay de la influencia del recaído sobre otros? ¿Cuántos no habrán tropezado por su mal ejemplo? ¿Cuántos padres no han vivido para ver su pecado repetido en su familia? ¿O para ver a sus hijos apartados de la fe cristiana? ¡Qué precio se ha de pagar por un breve momento de pecado!

Y ¿qué hay de las oportunidades desperdiciadas? Ninguna lágrima puede jamás recuperarlas.

¿Quién puede describir el remordimiento del recaído? ¿Quién puede hablar de las luchas de conciencia que lo trastornan? ¿Quién conoce la contaminación de mente y espíritu que reaparece durante los momentos más sagrados de la vida?

Todas estas cosas nos recuerdan que un cristiano no puede pecar sin un gran costo.

Decíamos que un cristiano no puede pecar sin tener que pagar un gran costo. Sigue siendo cierto que «de sus caminos recibirá hartura el necio de corazón» (como nos dice Proverbios 14: 14). Y sabemos por la Escritura y por experiencia que «todo lo que el hombre siembre, eso también segará» (Gálatas 6:7).

PERO… HAY QUE PROSEGUIR A LA META

Aunque es cierto que las consecuencias del pecado son costosas, es también cierto que Dios es un Dios de restauración. Anhela ver al recaído restaurado y levantándose por encima de todos los fracasos del pasado, y viviendo una vida llena del Espíritu. ¿Cómo puede el cristiano conseguir esto? ¿Cómo puede estar seguro de que no cometerá otra vez el mismo error?

– Lo primero que debería hacer, es limpiar su vida de una manera completa. Esto puede incluir quemar ciertos libros, librarse de ciertos objetos que formen hábitos nocivos, destruir todo aquello que pueda estimular los deseos pecaminosos. Incluso cierto tipo de ropa puede conducir a asociaciones impuras. Judas dice que debemos aborrecer el vestido manchado por la carne. Aferrarse a cosas materiales que estimulan malos deseos, revela la insinceridad en el arrepentimiento o la ignorancia acerca de la propia capacidad de resistir a la tentación.

– Lo segundo que se debe hacer para mantener la comunión, es confesar constantemente todo pecado. Tan pronto como uno se hace consciente del menor mal en su vida, debería llevarlo al Señor, llamar el pecado por su nombre, y juzgarlo en la presencia de Dios (como nos exhorta 1 Corintios 11:31). Debe haber quebrantamiento en cuanto a esto: una continua disposición a ponerse del lado de Dios, en contra del pecado y en contra del ego.

– Luego, debería haber una plena entrega de la propia voluntad al Señor (como vemos en Romanos 12:1 y 2). Esto comienza como una experiencia de crisis, pero prosigue como un hábito constante. Hay fuerza y seguridad en estar rendido a la voluntad de Dios, sea cual fuere. Cuando afirmamos nuestra propia voluntad, nos adentramos en una zona de peligro.

– Y desde luego, el creyente ha de leer y obedecer a diario las Escrituras (Salmo 119:9 y 11). De esta manera quedamos advertidos contra tropiezos, somos conducidos de una manera positiva y somos fortalecidos contra las tentaciones que nos sobrevienen. No es suficiente con leer la Palabra o escucharla. Debemos estar listos para hacer todo lo que el Señor nos dice (Santiago 1:22). Esta actitud de profundo sometimiento a las Escrituras es indispensable.

– La oración ha de ser asimismo una fuerza viva y vital, en la vida del creyente (como nos exhorta Filipenses 4:6 y 7). Básicamente, la oración es hablar con Dios. Es tenerle presente en cada área de nuestras vidas, buscar Su conducción y reconocer Su Señorío. La oración debería incluir el constante clamor: «No nos metas en tentación, mas líbranos del mal» (como leemos en Mateo 6:13).

– Otra influencia santificadora en la vida del cristiano, es la asistencia regular a las reuniones de la asamblea local (de lo que nos habla Hebreos 10:25). La asociación con otros creyentes resulta en edificación y fortalecimiento. Asimismo, la rememoración constante del Salvador en la Cena del Señor, es un poderoso freno al pecado.

– El creyente debería también tratar de mantenerse ocupado para el Señor (Efesios 5:15 y 16). La tentación es más intensa en los momentos de ocio, cuando la mente está en estado neutro y el cuerpo excesivamente adormecido. De modo que hay protección en aprovechar bien el tiempo para el Señor, haciendo lo que nuestras manos encuentren para llevar a cabo.

– También es importante que el creyente se haya acostumbrado a confiar en el Señor para las necesidades de su vida. Somos llamados a vivir por fe. Pero esto es algo que exige una acción deliberada de nuestra parte. Lo natural es vivir por vista, poner a nuestro lado tesoros sobre la tierra, acumular reservas, apoyarnos en seguridades y muletas financieras. Andar por fe significa que estamos contentos con el alimento, la vestimenta y un lugar donde vivir, que invertimos todo lo demás en la obra del Señor, y que confiamos en Él para el futuro.

– Finalmente, el cristiano que quiere evitar la recaída debería andar humildemente delante del Señor todos los días de su vida. No hay una solución de una vez por todas al problema de vivir una vida cristiana victoriosa. Es un andar constante, en humilde dependencia del Señor (como nos exhorta Proverbios 3:5 y 6).

¡Dios nos bendiga y nos ayude a poder lograrlo!

1 Comment

  1. Luis Fernando Gomez Serna dice:

    Saludos hermanos,acabo de encontrar los mensajes relacionados con el Cristiano que se apartó y regresó.!!!Gloria a Dios!!!
    Sufrí mucho por que ese fué mi caso por 22 largos años de traer afrenta a mi Señor,quien un día me llamó a la restauración.
    Ni les cuento de la inseguridad que esto trajo a mi vida y el temor de no haber sido perdonado,más las acusaciones del enemigo.
    Hoy el Señor misericordioso me permitió escuchar su programa y en su página encontré la serie y la descarguè para escucharla con avidèz.
    Dios bendiga y prospere su ministerio.
    Escribo desde la isla de Guernsey,channel Islands

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