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Autor: William MacDonald

Hay un fenómeno típico de la vida cristiana que se llama: recaída. La comunión es un débil hilo. La recaída tiene consecuencias, tiene un costo. Pero… como veremos en este mensaje… ¡hay un camino de vuelta a Dios!


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PE2190 – Estudio Bíblico
Hay un camino de vuelta a Dios (4ª parte)



¡Qué tal amigos! Estábamos hablando, hacia el fin del programa anterior, de los primeros síntomas de la decadencia espiritual. Habíamos dicho que al principio de este proceso, la persona piensa mucho antes de cometer un nuevo pecado. Después, las defensas bajan, y ya no parece tan difícil. Luego decide seguir adelante. Después comienza a justificarse. Y termina diciendo que ciertos pecados no son pecados, porque se hacen con amor. Quiere demostrar que lo malo es bueno.

Pero en el fondo, un creyente en esta situación se siente desgraciado. Sabe demasiado para sentirse feliz con esta clase de vida, aunque nunca querrá admitirlo. Es un buen actor, y sabe darse la apariencia de una persona que domine su vida. Lo último que quiere es derrumbarse y confesar su miseria interior. Está viviendo constantemente una doble vida, siempre tratando de ocultar su verdadero estado espiritual, y tiene el constante temor de quedar en evidencia. Quizás incluso recurre a sobornos para protegerse.

Algunas veces se asusta de la situación en la que se encuentra. Hace concesiones al pecado contra las cuales antes habría protestado enérgicamente. Se da cuenta de que los hermanos más sencillos en la iglesia están mejor que él. Parece atrapado. Pero trata de aguantar. En el área del habla es donde más ha cambiado. Debe ser cosa bastante vergonzosa cuando algunos de sus amigos no creyentes le reprenden: «Solías hablar con decencia cuando llegaste aquí, pero da pena oírte ahora.» Le duele profundamente ser recriminado por unos disolutos como ellos.

Pero hay más cosas tristes todavía. Está la cuestión de la pérdida de oportunidades para testificar. ¡Ve a tantos de sus amigos en una profunda necesidad espiritual! Pero ¿qué les puede decir? Algunos, incluso, acuden a él y le hacen preguntas que dejan la puerta abierta para hablar de su Señor. Pero sus labios están cerrados. Una o dos veces intenta débilmente dar un poco de ayuda espiritual, pero alguien le dice: «Si crees esto, ¿qué estás haciendo aquí?» Después de esto, decide que será mejor callarse.

Quizás hay pecados escondidos, abismos profundos en su alma que nadie sospecha. Se siente abatido cuando piensa en ello. A menudo quisiera hablar con alguien de estas cosas, pero nadie le comprendería. De modo que se guarda todo en su interior. Y se siente asombrado de cómo el amor que antes sentía por sus compañeros de pecado, ahora se ha convertido en odio.

La vida parece haberse convertido en una noria. Trabaja más que nunca, pero nunca parece llegar a ninguna parte. El dinero se le va de las manos y de los bolsillos. Surgen gastos desacostumbrados, como las reparaciones del auto después del accidente, y el incendio accidental por descargas eléctricas en el apartamento. También se encuentra con las facturas del médico. Ha hecho frecuentes visitas a los médicos, y le han hecho multitud de chequeos. Hasta ahora no han encontrado problemas orgánicos. Pero el dolor sigue ahí, y otros síntomas.

Vive con la esperanza de que pronto cambien las circunstancias. Las cosas no pueden siempre ir tan mal como ahora. Quizá si tal o tal persona no estuviera, esto resolvería el problema. De modo que espera un funeral que nunca llega. Entonces, quizás su propio funeral podría solucionar el problema. Ha pensado en esto – ha pensado incluso en acabar de una vez con la vida – pero sólo se ha atrevido a llegar hasta el pensamiento.

Tarde o temprano ha de llegar un desenlace. Si una persona es verdaderamente creyente, no puede seguir alejada de Dios de manera indefinida. Ha de haber un momento en que toque fondo.

El fondo puede ser un accidente en el que milagrosamente sea el único superviviente. Puede que sea una cama de hospital donde se quede hora tras hora en soledad, para pensar meditar en su vida. O puede que no sea nada de todo lo anterior. Puede que sea sencillamente el fin de la fortaleza humana. El momento en que le abandone toda esperanza de poder solucionar sus propios problemas.

Puede venir un tiempo de desesperación y de frustración absoluta, en el que parece inútil seguir luchando. Quedan cerradas todas las posibles rutas de escape.

Justo en este momento crucial, hay una voz que susurra: «No hay esperanza.»
«De nada vale intentarlo.»
«Más valdrá que lo dejes.»
«Todo lo que puedes hacer es cooperar con lo inevitable.»
«De todas formas, las cosas nunca podrán volver a ser lo que eran. El pájaro con un ala rota nunca vuelve a volar tan alto como antes… Has pecado hasta el punto de perder toda nueva oportunidad.»
«Has rebasado el punto de retorno.»
«La leche derramada, no se puede recoger…»
Como un eco por un largo y vacío corredor, parece escucharse:
«No hay esperanza.»
«No hay salida.»
«Estás más allá de toda restauración.»
«Es imposible.»

Pero, en aquella oscura y solitaria hora, de repente se oye otra Voz, y esta Voz sí está llena de hermosas promesas. Dice:
«Hay un camino de vuelta a Dios.»
«La puerta está siempre abierta.»
«El pasado puede ser perdonado y borrado. La culpa acumulada de un millón de pecados puede ser purificada en un momento.»
«Las cosas pueden ser tan buenas como fueron, e incluso mejores… » – «Dios puede restaurar los años que se comió la langosta.»
«Nada hay demasiado difícil para el Señor. Ni siquiera tú.»
«¿Por qué no vuelves a casa?»

Luego llega el gran momento de la decisión crucial. El creyente apartado se siente desgarrado por emociones contrapuestas. Por una parte, está la vergüenza atormentadora de admitir el pecado y el fracaso. Por la otra, siente el fuerte deseo de volver al hogar y de arreglar las cosas.

Tan pronto como piensa dar media vuelta, mil demonios parecen estar sujetándole. Se maravilla de que un cuerpo humano pueda contener tensiones tan violentas y contrarias.

Una vez más oye la voz de Dios: no es una voz dura ni vengativa, sino tierna y amante. Son las palabras de Oseas 14:1 y 2: “Vuelve… a Jehová tu Dios; es tu pecado el que te ha hecho tropezar. Llevad con vosotros palabras de súplica, y volved a Jehová, y decidle: Quita toda iniquidad, y acepta lo que es bueno, y te ofreceremos en vez de terneros la ofrenda de nuestros labios».

El tiempo se nos acaba, pero veremos en el próximo programa que llegará el momento de la gran resolución. ¡Hasta entonces y que Dios los bendiga!

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