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Gran alegría en el pueblo de Dios
(1ª parte)

Autor: Wolfgang Bühne

Toda persona anhela una alegría genuina, profunda y duradera… Una alegría auténtica y contagiosa, que no depende de las circunstancias exteriores,
debería en verdad ser la característica de todo creyente. La Biblia nos exhorta muchas veces a gozarnos, y tenemos todas las razones para hacerlo.

 


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PE2058 – Estudio Bíblico
Gran alegría en el pueblo de Dios (1ª parte)



Hola amigos! Ya hemos escuchado que el tema de hoy es: Gran alegría en el pueblo de Dios. Vamos a comenzar leyendo 2 Crónicas 30:15 al 27:

“Entonces sacrificaron la pascua, a los catorce días del mes segundo; y los sacerdotes y los levitas llenos de vergüenza se santificaron, y trajeron los holocaustos a la casa de Jehová. Y tomaron su lugar en los turnos de costumbre, conforme a la ley de Moisés varón de Dios; y los sacerdotes esparcían la sangre que recibían de manos de los levitas. Porque había muchos en la congregación que no estaban santificados, y por eso los levitas sacrificaban la pascua por todos los que no se habían purificado, para santificarlos a Jehová. Porque una gran multitud del pueblo de Efraín y Manasés, y de Isacar y Zabulón, no se habían purificado, y comieron la pascua no conforme a lo que está escrito. Mas Ezequías oró por ellos, diciendo: Jehová, que es bueno, sea propicio a todo aquel que ha preparado su corazón para buscar a Dios, a Jehová el Dios de sus padres, aunque no esté purificado según los ritos de purificación del santuario. Y oyó Jehová a Ezequías, y sanó al pueblo. Así los hijos de Israel que estaban en Jerusalén celebraron la fiesta solemne de los panes sin levadura por siete días con grande gozo; y glorificaban a Jehová todos los días los levitas y los sacerdotes, cantando con instrumentos resonantes a Jehová. Y habló Ezequías al corazón de todos los levitas que tenían buena inteligencia en el servicio de Jehová. Y comieron de lo sacrificado en la fiesta solemne por siete días, ofreciendo sacrificios de paz, y dando gracias a Jehová el Dios de sus padres. Y toda aquella asamblea determinó que celebrasen la fiesta por otros siete días; y la celebraron otros siete días con alegría. Porque Ezequías rey de Judá había dado a la asamblea mil novillos y siete mil ovejas; y también los príncipes dieron al pueblo mil novillos y diez mil ovejas; y muchos sacerdotes ya se habían santificado. Se alegró, pues, toda la congregación de Judá, como también los sacerdotes y levitas, y toda la multitud que había venido de Israel; asimismo los forasteros que habían venido de la tierra de Israel, y los que habitaban en Judá. Hubo entonces gran regocijo en Jerusalén; porque desde los días de Salomón hijo de David rey de Israel, no había habido cosa semejante en Jerusalén. Después los sacerdotes y levitas, puestos en pie, bendijeron al pueblo; y la voz de ellos fue oída, y su oración llegó a la habitación de su santuario, al cielo”.

Desde los días de Salomón – es decir, desde hacía 215 años – no se había percibido y documentado tal plenitud de alegría en el pueblo de Dios. Cuatro veces se nos habla de la “alegría” en estos pocos versículos:

“Así los hijos de Israel … celebraron la fiesta solemne de los panes sin levadura por siete días con grande gozo” (v. 21).
“Y toda aquella asamblea determinó que celebrasen la fiesta por otros siete días; y la celebraron otros siete días con alegría” (v. 23).
“Se alegró, pues, toda la congregación de Judá, como también los sacerdotes y levitas…” (v. 25).
“Hubo entonces gran regocijo en Jerusalén; porque desde los días de Salomón hijo de David rey de Israel, no había habido cosa semejante en Jerusalén” (v. 26).

Todo hombre anhela una alegría genuina, profunda y duradera. No obstante, todos sabemos, por experiencia, que este anhelo de gozo auténtico de corazón no se satisface ni con cosas materiales ni con alegrías sensuales.

Una alegría auténtica y contagiosa, que no depende de las circunstancias exteriores, debería en verdad ser la característica de todo creyente. La Biblia nos exhorta muchas veces a gozarnos, y tenemos todas las razones para hacerlo. Pero, la realidad es que hoy en día hay que buscar con lupa a los creyentes con una alegría no fingida y rebosante. Nuestra cara y expresión casi nunca es una buena propaganda para el cristianismo; es más apropiada para una empresa funeraria.

El filósofo y burlador Friedrich Nietzsche observó esto mismo:

“Vuestras caras siempre han sido más afrentosas para vuestra fe que vuestras razones. Si esas buenas nuevas de vuestra Biblia se os notaran en vuestras caras, no tendríais necesidad de exigir con tanta testarudez la fe en la autoridad de este libro … una nueva Biblia debería formarse constantemente por medio de vosotros mismos.”

En los tiempos de Ezequías, también había escasez de alegría. Generaciones de israelitas habían vivido sin haber conocido ese gozo en el Señor. Pero ahora, Jerusalén casi explotaba por tanta alegría y júbilo. ¿De dónde vino eso y qué podemos aprender nosotros de ello?

La alegría y la idolatría no son buenas compañeras

El versículo 16 nos narra que “una gran multitud del pueblo” iba marchando hacia Jerusalén, para celebrar allí la pascua. El contexto parece indicar que se trataba de personas del norte de Israel que se pusieron en camino hacia Jerusalén, y también personas de las ciudades de Judá. Una vez llegadas a Jerusalén, vieron los altares dedicados a los ídolos de tiempos pasados y se deshicieron de ellos echándolos al torrente de Cedrón.

Los habitantes de Jerusalén parecen haber estado tan acostumbrados a verlos, que ya no les saltaban a la vista. ¿Habían pasado inadvertidos algunos de ellos durante la limpieza de Ezequías (de la cual leemos en 2 Re. 18:4)?

No podemos dar una respuesta segura, porque no podemos determinar claramente el orden cronológico de las reformas de Ezequías.

Pero aquí tenemos que plantearnos la pregunta: ¿Por qué vemos en seguida, como con lupa, y condenamos rápidamente el paganismo y la mundanalidad en la vecindad lejana, mientras que en casa a menudo estamos ciegos en cuanto a los errores en nuestras propias filas? Un examen desde afuera vendría bien en nuestras familias e iglesias.

La idolatría, no importa de qué clase sea, no se lleva bien con el culto a Dios. Eso lo vieron claro los visitantes del norte del reino, y evidentemente los habitantes no los estorbaron cuando se pusieron a eliminar los altares idólatras e, incluso, les ayudaron. Eso es algo poco visto.

La condición necesaria para recibir bendición y alegría, es la humildad.

Es interesante que ver que el celo de los visitantes de Jerusalén, hizo que cambiaran de color los sacerdotes y levitas presentes allí (el v. 15 dice que estaban “llenos de vergüenza”). Aquellos que por su conocimiento de las Escrituras deben ir al frente con su buen ejemplo, reaccionan con humildad ante la fidelidad de los peregrinos, se corrigen, y no se sienten heridos en su dignidad. Eso es algo grande espiritualmente.

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