¿Falló en llegar a la meta suprema, o aún la puede alcanzar? 2/3

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21 febrero, 2008
¿Falló en llegar a la meta suprema, o aún la puede alcanzar? 3/3
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Título»¿Falló en llegar la meta suprema, o aún la puede alcanzar?» 2/3

Autor: Herman Schmälzle Nº: 1240

En la audición anterior vimos que muchos cristianos se contentan con la conversión y el nuevo nacimiento. Pero para las personas nacidas de nuevo hay mucho más que «solamente» ser salvos.

Para Pablo había algo más, una «meta predeterminada», un «premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús», que él aún no había alcanzado.

Hoy estaremos hablando de: Cuál es la meta elevada que hay que alcanzar. Desea descubrirlo con nosotros?


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Hola Amigo, sabe usted cuál es la meta más elevada que hay que alcanzar? Escuche esto: Pablo lo expresó así: «… llegando a ser semejante a él en su muerte…»Él no estaba hablando aquí de conversión y nuevo nacimiento, sino de verdadera consagración. Se refería al ferviente anhelo de caminar cada hora y cada día por el camino de la muerte de Jesús. El Hijo de Dios descendió de las más sublimes alturas para tomar la forma de un ser humano, de un siervo, en la figura de sufrimiento del hombre del Gólgota.

Todo ser humano está lleno de orgullo y gloria personal, o de sentimientos de inferioridad, porque en realidad quiere ser más de lo que es. Pero en ambos casos, el Yo generalmente es sumamente grande. El orgullo y el amor propio obstruyen el camino de muchos de nosotros para llegar a ser «…semejante a él en su muerte».

Pablo había alcanzado un elevado discernimiento de Cristo Jesús, su Señor. Pero aunque él, en todo el sentido de la palabra, había caminado por muchos caminos de sufrimiento y de muerte, en lo más íntimo de su ser sabía que aún no había llegado a ser semejante a Él en Su muerte.

¡Cuánto nos hemos cansado y debilitado muchos de nosotros en el camino de la verdadera santificación, en el constante crecimiento en el camino de la muerte! Sabemos que el Señor Jesús, como Hijo de Dios, dejó la gloria para convertirse en ser humano y para tomar forma de siervo. Pero pareciera que mayormente a muchos de nosotros eso, el precio que a Él le ha costado, no nos toca muy de cerca. Jesús se despojó de Su deidad, se humilló profundamente al hacerse hombre y convertirse en un esclavo, en un servidor. Él ya no tenía orgullo, ni título, ni nombre, y nunca buscó su propio honor.

Hay muy pocos creyentes a quienes los títulos y los nombres no les importen. Un ejemplo lo fue un misionero, que luego de una conferencia misionera fue abordado por un creyente el cual le dijo: «Lamentablemente no le conozco. ¿Quién es usted?» Él contestó: «Soy misionero.» Más adelante esta persona supo que ese hombre era muy conocido. En sus conferencias, sin embargo, no mencionó ni una sola palabra de que él era director de misiones. Solamente quería ser un simple misionero.

Un día el Señor Jesús tuvo que decirles a los arrogantes fariseos y escribas: «Gloria de los hombres no recibo. Mas yo os conozco, que no tenéis amor de Dios en vosotros. … ¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?»(Jn. 5:41-42, 44). ¿Por qué será que muchos hijos de Dios aun no están firmemente arraigados en Su amor? Porque su propio Yo continúa estando presente y se jactan de todo lo que han hecho en su profesión y en los negocios, y de los títulos que han recibido. Todos quieren llegar a ser grandes. Algo muy diferente sucedía con el Señor Jesús, de quien dice: «… se humilló a sí mismo …»A Sus discípulos, que se preguntaban quien de ellos iba a ser el más importante, les dijo: «Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve. Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros come el que sirve»(Lc. 22:25-27). Pablo había comenzado con esa forma de servir, pero él se daba cuenta que aún le faltaba algo: «No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello…»Qué importantes estas palabras plasmadas en Filipenses 3:12.

Renuncia y obediencia, para que la voluntad de Dios sea hecha.

¡Qué poco sabemos lo que significa renunciar voluntariamente a algo! No era así con el Señor Jesús. Él tuvo que decirle a uno que Le quería seguir: «Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza». El secreto está en renunciar a todo por Jesús.

El mencionado director de misiones, dijo en su conferencia: «Antes, cuando se encomendaba a un misionero, él se comprometía a quedarse por muchos años en el campo misionero – sin vacaciones para regresar a su patria. Y todos lo hemos logrado. Pero ahora se establecen exigencias, como ser: ‘Primero quiero ir por un tiempo de prueba, y ver si me gusta. Si no es así, estaré libre y podré ir adónde yo quiera.’» ¿Dónde está actualmente la renuncia? Este hombre también mencionó que en Europa, donde a la gente en general le va bien, es donde menos personas aceptan a Cristo, y que de Europa es de dónde sale el menor número de creyentes al campo misionero mundial.

¿Cómo es hoy en día con el asunto de la obediencia? Ya no está «de moda» disciplinar a un niño que se porta mal, aun cuando la Biblia dice: «El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige». Por supuesto que un castigo de ese tipo debe ser aplicado con medida, no por el impulso del momento, o por ceguedad de la ira.

El Señor Jesús aprendió la obediencia con lo que sufrió, y se hizo «obediente hasta la muerte, y muerte de cruz». Él siempre estaba renunciando, y era de eso que Pablo todavía tenía algo que aprender.

Estimado amigo, Pablo debía aprender a ser cada vez más parecido al Cordero de Dios.

En cuanto a la aplicación de las siguientes palabras del Señor Jesús en los evangelios, que Pablo conocía muy bien, él también se encontraba en la etapa de la práctica todavía: 

«El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor»(Mt. 10:24).

«Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al padre de familia llamaron Beelzebú, ¿cuánto más a los de su casa?»(v. 25).

Beelzebú se le llamaba al superior de los demonios; era otro nombre del diablo. Pablo quizás aún no habría experimentado que lo llamaran «diablo».

¿Y qué talestamos nosotros en esto? ¿Tenemos que tener todo, o podemos renunciar a algo por causa del reino de Dios? Y: ¿Ya nos han llamado «diablo» anosotros? Al Señor Jesús, quien acababa de devolverle la voz a un mudo por medio de la expulsión de demonios, los fariseos le culpaban diciendo: «Por el príncipe de los demonios echa fuera los demonios».

A Sus discípulos dijo el Señor: «Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros». ¿Ya nos han odiado alguna vez por pertenecer a Cristo? El Señor quiere conmovernos hasta lo más profundo con las palabras de Mateo 5:11-12: «Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.»

¿Cómo era el Señor Jesús? «… manso y humilde de corazón…». Pablo en sus cartas muchas veces escribe sobre la humildad, pero en eso de ser «humilde de corazón»como lo era Jesús, aun al apóstol le faltaba trabajar mucho con la ayuda del Señor.

Y usted querido amigo, cree que le falta trabajar este aspecto de su vida?. Deseo de todo corazón que pueda proponerse esta gran meta, ante los ojos de Cristo.

 

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