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Ezequías – El hombre que puso su esperanza en Dios
(2ª parte)

Autor: Wolfgang Bühne

El rey Ezequías es, junto a Josías, uno de los reyes de Judá bajo cuyo reinado Dios dio un notable avivamiento, en un momento cuando el juicio de Dios sobre Su pueblo estaba ya pronunciado. La historia de Ezequías tiene una actualidad especial para nosotros, además de ser un reto, porque nosotros, como Iglesia del Nuevo Testamento, también nos encontramos en los últimos tiempos.

 


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PE2042 – Estudio Bíblico
Ezequías – El hombre que puso su esperanza en Dios (2ª parte)



Hola amigos! ¿Cómo están? Hemos dicho que: Ezequías se crió en un entorno impío. Su padre, Acaz, fue un rey sumamente cruel. Era impensable que su hijo recibiese una formación especial, fiel a la Biblia, que lo preparara para sus tareas futuras. Pero, parece sugerirse que de parte de la madre hubo una influencia positiva. Sea como fuere, el hijo del impío Acaz recibió el nombre de Ezequías (“mi fuerza es Dios”), por razones que no conocemos. Y efectivamente, en su vida posterior, Ezequías hizo honor a su nombre – confió en Dios. Tanto, que se dice de él: “En Jehová Dios de Israel puso su esperanza; ni después ni antes de él hubo otro como él entre todos los reyes de Judá.”

Otra singularidad en la vida de Ezequías fue que, en respuesta a su súplica, su vida fue alargada exactamente 15 años. Como señal, Dios hizo volver atrás diez grados la sombra del reloj de sol de Acaz (como leemos en 2 Re. 20:8 al 11). Esto también es único en la Biblia.

Finalmente, Ezequías es uno de los pocos reyes cuyo fin no está marcado por el pecado y la idolatría, sino por las “buenas obras”. No murió “sin que lo desearan más” como Joram, uno de sus predecesores impíos (del cual leemos en 2 Cr. 21:20), sino que después de su muerte, como vemos en 2 Cr. 32:32 y 33, fue honrado con un entierro digno y la condolencia de todo el pueblo.

De las pocas observaciones que hemos hecho, podemos aprender que los avivamientos siempre, y en cada caso, son pruebas de la gracia de Dios. Un avivamiento no se puede organizar. No existe una receta fiable para conseguirlo, como algunos personajes de la historia eclesiástica reciente y antigua han querido demostrar en vano. Un avivamiento es siempre un obsequio de Dios. A veces es la respuesta divina a una oración perseverante juntamente con un estudio bíblico intenso; pero, a menudo, es un “aguacero” incalculable. Eso debería darnos esperanza y animarnos para nuestros días también, en los cuales las circunstancias exteriores y la situación dentro del pueblo de Dios parecen indicar todo menos la llegada de un avivamiento.

Pereza, tibieza, indiferencia y mundanalidad son las características que saltan a la vista entre nosotros, los cristianos. Ya hace más de 50 años, A. W. Tozer lo describió con gran acierto: “El hecho de que nosotros, que fuimos creados para estar con ángeles, arcángeles y serafines, incluso para tener comunión con Dios mismo, quien los creó – que fuimos llamados a ser águilas libres en los aires, ahora hayamos caído tan bajo, como para escarbar con las gallinas comunes en la granja – es, en mi opinión, lo peor que nos ha podido ocurrir en este mundo.”

O, dicho menos tajantemente: “Una iglesia débil imita a un mundo fuerte para entretener a los pecadores inteligentes – y para su propia vergüenza eterna.”

Y es verdad que, como creyentes, en nuestras latitudes estamos viviendo más bien “momentos estelares” de insignificancia, que señales de un avivamiento. Pero, un montón de estiércol puede ser el abono para todo un campo. Por eso, la historia de Ezequías nos debe animar a “emprender grandes cosas para Dios y a esperar grandes cosas de Él,” como dijo, hizo y experimentó William Carey en la India, en su rol de misionero pionero.

Vivir en los últimos tiempos, jamás debe ser un motivo para resignarse, o una coartada para continuar con nuestra pereza. Y, mucho menos, debe ser un calmante para nuestra desobediencia.
“En cada crisis reside una oportunidad” – eso lo estamos oyendo desde todas partes en los últimos años, tanto de políticos, como de empresarios. Por eso, el bajo nivel espiritual o las crisis actuales de las iglesias, deberían ser un estímulo para no invertir en ‘burbujas de aire’ espirituales, sino para volver a las raíces y a los sólidos fundamentos de nuestra fe.

Veamos ahora: El valor de los ejemplos espirituales.
Es sabido que las imágenes se quedan grabadas. De la misma manera, es cierto que el ejemplo de otra persona marca y puede influir en el curso de una vida. El joven Ezequías tuvo un ejemplo, una regla para su vida, con la cual podía orientarse y medirse, y de hecho lo hizo. Un ejemplo que lo ayudó a hacer lo justo ante los ojos de Dios, fue el que leemos en 2 Re. 18:3: “Hizo lo recto ante los ojos de Jehová, conforme a todas las cosas que había hecho David su padre”.

Aunque su padre carnal, el rey Acaz, fue un hombre impío y completamente inadecuado para marcar positivamente la vida de su hijo Ezequías, éste, sin embargo, buscó orientación en su línea genealógica y halló a David, el rey de Israel, el “hombre conforme al corazón de Dios”.

Es una bendición cuando el propio padre es un ejemplo y puede indicar a su hijo el camino para hallar a Dios. Esto lo leemos por ejemplo del Rey Azarías, en 1 Re. 15:3, quien se dejó marcar positivamente por su padre Amasías. No obstante, leemos acerca de Amasías: “Y él hizo lo recto ante los ojos de Jehová, aunque no como David su padre; hizo conforme a todas las cosas que había hecho Joás su padre”.

Hoy muchos jóvenes creyentes anhelan tener ejemplos en su familia o en la iglesia, y a menudo se desaniman cuando no los encuentran, o cuando no corresponden a las elevadas expectativas que tienen. En este caso, nosotros también podemos echar un vistazo a nuestra “línea genealógica espiritual” y estudiar la biografía de hombres y mujeres cuyas vidas fueron ejemplares, desafiantes y capaces de mostrarnos el buen camino.

Oswald Sanders lo expresó muy bien: “Si es verdad que a una persona se la conoce por sus amigos, entonces se la conoce también por los libros que lee, porque ellos reflejan su hambre interior y sus anhelos. […] Para el líder, las biografías siempre son interesantes, porque presentan personalidades. Aparte de la Biblia, no hay mejor género literario que la biografía para enseñarnos cómo Dios obra con Su pueblo. Es imposible leer la vida de grandes hombres y mujeres, sin que despierte en nosotros entusiasmo y nazca el deseo de realizar algo parecido.”

Entre los muchos ejemplos que podríamos mencionar aquí para recalcar cuán decisivamente ha influido en la vida de muchos creyentes la lectura de diarios y biografías, observemos éstos:
– Los diarios de David Brainerd inspiraron y estimularon a Jonatán Edwards, Juan Wesley, Guillermo Carey, Henry Martyn, David Livingstone y Jim Elliot, entre otros.
– La biografía de Jorge Whitefield dejó huellas indelebles en C. H. Spurgeon y Jorge Müller.
– Por los diarios de Jorge Müller, por otra parte, Hudson Taylor y otros fueron animados a ir a la misión, apoyándose únicamente en el Señor.
– ¿Y quién puede contar los muchos jóvenes de nuestra generación que fueron retados a llevar una vida de entrega a nuestro Señor, gracias al diario de Jim Elliot “Bajo la sombra del Omnipotente”?

Pero, hay una biografía única y decisiva.
Porque a pesar de nuestro aprecio por las buenas biografías, no queremos convertirnos en “luteranos”, “calvinistas”, “menonitas”, “wesleyanos”, “darbystas” u otros “… istas.” La vida y la obra de estos hombres debe señalar hacia el Señor Jesús, cuya vida y cuyo ejemplo es el único perfecto, el modelo por excelencia para nuestra vida. Así como Ezequías no se detuvo en sus antepasados temerosos de Dios, como lo fueron Asa o Josafat, sino que tomó a David como su modelo, nosotros también, como dice Hebreos 12:2, deberíamos “poner la mirada en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe”, por mucho que apreciemos a nuestros padres espirituales.

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