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Título: Gloria eterna (parte 1)

Autor: Marcel Malgo
PE1452

„Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días.” Mientras que la primera parte de este versículo habla de la vida del creyente aquí en la tierra, la segunda trata de la eterna gloria.¡Poder estar eternamente con su Redentor y Salvador Jesucristo, es la esperanzamás gloriosa de todos los hijos de Dios!


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Hola amigos, una vez más con ustedes para acercarles este mensaje de Marcel Malgo titulado “Eterna Gloria”. Trata de la segunda parte del verso 6 del Salmo 23, que dice así:„…Y en la casa de Jehová moraré por largos días”.

Mientras que la primera parte de este versículo habla de la vida del creyente aquí en la tierra (cuando dice:„Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida…”), la segunda parte trata de la eterna gloria:„… en la casa de Jehová moraré por largos días.”El poeta de este salmo, David, seguramente pensó también en el santuario de Dios en Jerusalén cuando escribió esto, pero proféticamente anuncia su certeza de poder estar un día eternamente en la casa del Padre celestial. Como creyentes del Nuevo Pacto, este versículo nos hace pensar inmediatamente en las palabras de Jesús de Juan 14:2:„En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros”. Los cristianos renacidos pueden saber, con inquebrantable certeza, que: Después de esta vida viene la gloria eterna, la vida eterna junto al Señor. Por eso, en 1 Corintios 15:19, Pablo escribe:„Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres”. ¡Poder estar eternamente con su Redentor y Salvador Jesucristo, es la esperanza más gloriosa de todos los hijos de Dios!

En Salmos 23:6, David habla de dos certezas inamovibles. Dice: 

„… en la casa de Jehová moraré por largos días.”Aquí habla de un hecho inmutable, definitivo, resuelto, que nunca jamás cambiará. La palabra „moraré” expresa que no solamente llegará a ese lugar y se quedará allí un tiempo, sino que será una morada eterna. Santiago exhorta, en su carta, a las personas demasiado seguras de sí mismas, que planifican su vida sin Dios y dicen, como leemos en Santiago 4:13:„Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos”. En el verso 15, Santiago les advierte seriamente con las palabras:„En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello”. Pero cuando David habla de morar en la casa de Dios por largos días, no es porque tenga un concepto demasiado alto de sí mismo, o por soberbia, sino que lo testifica con gran confianza en la fe.

„Y en la casa de Jehová moraré por largos días.”Aquí David piensa en primer lugar en el Templo en Jerusalén, donde moraba la presencia de Dios. Dice en el Salmo 27:4:„Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo”.Pero también se refiere a la morada definitiva en la presencia de Dios, y ¿no tenemos nosotros, los que pertenecemos a Cristo, toda la razón de hablar con esta misma confianza de nuestra morada eterna? ¿No debería ser la cosa más natural también para nosotros? Para el apóstol Pablo, por lo menos, era así, cuando escribió a los tesalonicenses acerca del arrebatamiento, en su primera carta, cap. 4, vers. 17, y exclamó con suma alegría:„… y así estaremos siempre con el Señor”. David dice „por largos días”, Pablo dice „siempre”, pero los dos hablan de una misma cosa: de la comunión eterna con el Señor.

Jesucristo anhela estar con los Suyos

No solamente los cristianos perseguidos, o los hijos de Dios que sufren grandes aflicciones en su salud, o en otras áreas, quisieran ser llevados en el arrebatamiento lo antes posible para estar para siempre con Jesús. También el mismo Buen Pastor anhela ser unido a los Suyos. ¿Cómo lo sabemos? Porque en Su oración sumosacerdotal, que encontramos en Juan 17:24, Jesucristo se dirigió a Su Padre con las palabras:„Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo”.

¿Tenían estas palabras solamente significado para los discípulos de aquel entonces? No, pues pocos versos antes, en el 20, Jesús oró:„Mas no ruego solamente por éstos(sus discípulos de aquel entonces), sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos”. Esto se refiere, pues, a todos los hijos de Dios hasta el día de hoy. También en Juan 12:26 encontramos una declaración interesante, de la cual desprendemos que el Señor Jesús quiere tener a los Suyos con Él:„Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor.”Por supuesto que debemos entender estas palabras, en primer lugar, con relación al llamamiento de Sus primeros discípulos. Pero más allá de eso, tienen un significado aún mucho más amplio. Cuando Jesús dice:„… donde yo estuviere, allí también estará mi servidor”, abre Su corazón y nos da a conocer el anhelo que tiene de poder tener íntima comunión con los Suyos. En aquel entonces, se dirigía a los discípulos, y hoy, a través del Espíritu Santo, a la Iglesia universal – y pronto tendrá lugar en el cielo el acto final sin fin: la comunión eterna del Hijo de Dios con Su Iglesia, la cual es Su Esposa.

Nuestro Salvador anhela con fervor la comunión eterna con los Suyos. Por eso tendríamos que pensar en las cosas eternas, como lo hicieron David y Pablo. Pero hay otra razón para hacerlo: Los hijos de Dios están estrechamente unidos a la eternidad, más de lo que suponen.

Cada hijo de Dios, conforme a su sublime llamamiento en Jesucristo, se encuentra, a partir de su nuevo nacimiento, directamente a las puertas del cielo. En otras palabras: Como cristianos creyentes nos movemos, desde el punto de vista espiritual, en la inmediata cercanía del cielo; éste es nuestro espacio vital, nuestro ambiente. ¿Por qué? Porque cada verdadero hijo de Dios ha sido hecho partícipe e inscrito en el cielo por medio de Jesucristo, ya durante su vida terrenal. Es verdad que todavía no estamos en el cielo, pero ya estamos registrados allí. En este sentido nos encontramos a las puertas del cielo, estamos muy cerca de él. Falta un pequeño paso para que efectivamente estemos allí para la eternidad.

¿Qué significa haber sido hecho ya partícipe del cielo? Que formamos un solo cuerpo con Jesucristo, como dice la Escritura en 1 Corintios 12:12 y 13: 

„Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo…”

Y en el versículo 27 del mismo capítulo: 

„Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular.”

Y Efesios 5:23 dice: 

„… Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador.”

Si formamos un solo cuerpo, con Cristo como Cabeza, y Él ya está en el cielo, a la diestra de la Majestad en las Alturas (según Hebreos 1:3; y 8:1), entonces en Él y a través de Él ya somos partícipes del cielo. Por eso, realmente nos encontramos a las puertas del cielo, o muy cerca del mismo.

Además, los hijos de Dios ya estamos registrados en el cielo porque tenemos allí nuestra ciudadanía. Pablo escribe a los cristianos de Filipos, en el cap. 3, vers. 20 de su carta:„Mas nuestra ciudadanía está en los cielos…”Allí existe un registro civil, en el cual están inscritos todos los futuros ciudadanos del Reino de los Cielos. Se llama el „libro de la vida” (del cual se nos habla en Ap. 20:12 al 15). Pablo lo menciona, también, en su carta a los cristianos en Filipos, cap. 4, vers. 3:„Asimismo te ruego también a ti, compañero fiel, que ayudes a éstas que combatieron juntamente conmigo en el evangelio, con Clemente también y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida”. Además, leemos al respecto en Ap. 3:5:„El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles”. El que ha recibido a Jesucristo por la fe en su corazón y por lo tanto pertenece a Su grey, ha sido hecho partícipe del cielo en y a través del Hijo de Dios y su nombre permanecerá inscrito, de manera indeleble, en el „libro de la vida”. Por eso, los cristianos renacidos, los hijos de Dios, se encuentran en inmediata cercanía a las puertas del cielo. Y por eso, cuando un hijo de Dios respira por última vez aquí en la tierra, es como si pasara, en su propia casa, de una habitación a otra.

En realidad, solamente estamos esperando que se abra la puerta, y entonces entraremos a nuestra patria eterna. Esto puede suceder en cualquier momento, ya sea por la muerte o por el arrebatamiento, como se menciona en 1 Tesalonicenses 4, 16 y 17, cuando la Iglesia sea llevada de esta tierra.

Se nos ha acabado el tiempo amigos, pero continuaremos con este tema en el próximo programa. ¡Hasta entonces!

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