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Espera en Dios

(2ª parte)

Autor: Marcel Malgo

¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío“. Estas palabras tan expresivas las encontramos tres veces en los salmos. Hay una gran ganancia en esperar en el Señor, pues ¡no hay nada imposible para Él!


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PE1488 – Estudio Bíblico – Espera en Dios


 


Estimados amigos, los intérpretes concuerdan en que los Salmos 42 y 43 forman una unidad, y en que el Salmo 43 es la continuación del Salmo 42. Además, los dos fueron escritos por los hijos de Coré.

Cada Salmo de los hijos de Coré es en sí el testimonio de un Dios muy misericordioso y lleno de gracia, ya que estas canciones bíblicas han sido compuestas por los descendientes de un linaje maldecido. Esto seguramente es un maravilloso consuelo para el creyente que proviene de una familia quebrantada. Nadie puede negar de dónde viene; hay que vivir con esta verdad. Pero cada persona nacida de nuevo ha llegado a ser una criatura absolutamente nueva, de manera que incluso el pasado más horrible – y también el de sus antepasados – ha perdido su efecto aterrador. En este caso, tiene plena validez lo que dice 2 Corintios 5:17:“De modo que si algunoestáen Cristo, nueva criaturaes; las cosas viejaspasaron; he aquí todas sonhechas nuevas.”

El salmista se encontraba en un pozo profundo. Sin embargo, no se quedó sentado allí desesperado, sino que se exhortó a sí mismo a levantar la vista. Miró desde el pozo oscuro hacia arriba, al Señor, y se dijo:“Espera en Dios”.Pues sabía que solamente en y con Dios podía encontrar la solución de sus problemas, la verdadera ayuda.

Por eso, también te digo a ti, que quizás te encuentras en una situación muy difícil, sumamente grave, humanamente visto sin salida: ¡Recapacita! Mira al Señor y encomiéndale tu alma:“Espera en Dios.”

¡Levántate, resplandece!

Mirando la gloria futura de Sión, el profeta exhorta al pueblo de Israel por mandato del Señor, con las siguientes palabras que encontramos en Is. 60:1:“Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti”. Esta promesa también es para los que pertenecen a Jesucristo, para que Dios sea alabado a través de ellos. Tenemos aquí la gloria del Evangelio, pues sabemos quién es la verdadera luz del mundo: Jesucristo. En Juan 8:12 vemos que Él mismo dijo:“Yo soy la luz del mundo”.

¿Qué tenemos que hacer, entonces, cuando estamos sentados en un pozo profundo y quisiéramos ser tocados nuevamente por la luz celestial, por nuestro Señor Jesús? Tenemos que levantarnos y reivindicar por fe nuevamente la luz de nuestro Salvador. Por eso la exhortación:“Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti.”La luz y la gloria del Señor están presentes – pero tenemos que levantarnos para apropiarnos nuevamente de ellas. Para eso necesitamos tomar la decisión de fe de obedecer la exhortación:“Levántate, resplandece.”Si nos levantamos por la fe, experimentaremos la luz y la gloria del Señor en nuestra vida, de la manera que está escrito:“… ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti.”

El salmista hizo exactamente eso: Sus aflicciones y problemas eran sumamente serios, pero una cosa sabía con total certeza: “¡Tengo un Dios fuerte, para quien nada es imposible!” Por eso, no se quedó con el conocimiento teórico, sino que recapacitó, y se levantó para tener nuevamente un encuentro con Dios, exhortándose a sí mismo:“Espera en Dios…”Y acompañó la exhortación con una fe firme:“Porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío.”La Biblia de las Américas lo traduce así:“Pues he de alabarle otra vez por la salvación de su presencia.”

Quisiera animarte a hacer lo mismo que el salmista, no importan las aflicciones y los problemas con los cuales estés luchando. Recapacita y dite a ti mismo: “¡Quiero confiar nuevamente en Dios y esperar en Él!” Tienes buenas razones para hacerlo, pues en 2 Pe. 1:3 está escrito:Todaslas cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia”. Y en Romanos 8:32 leemos:“El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?”Ya lo hemos recibido todo, pues con Jesús todas las cosas nos han sido dadas; ¡pero nuevamente, o por primera vez, tenemos que comenzar definitivamente a apropiarnos de eso! Si has llegado a ser un hijo de Dios a través del nuevo nacimiento, puedes decirle al Señor Jesús: “Señor, te agradezco que en ti tengo todo lo necesario.” Y si casi te hundiste en tus problemas y tu falta de fe, como Pedro en el lago de Genesaret, entonces ora diciendo: “Me acerco a ti, en quien todo me es dado. ¡Quiero volver a confiar en ti!” El levita Asaf todavía no sabía que en Jesucristo habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad (como nos dice Colosenses 2:9), pero el Dios de Israel era todo para él. Por eso oró las palabras que encontramos en el Sal. 73, vers. 25 y 26:“¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre”.

“Escrito está…”

Juntamente con la exhortación “¡Espera en Dios!”, va el grito de combate: “¡Escrito está!” Pues este grito le da vida y dinamismo a la exhortación de esperar en Dios. La verdadera espera en Dios implica que levantemos, como una bandera de victoria, estas palabras: “¡Escrito está!”. Así como lo hizo el Señor Jesús cuando fue tentado por Satanás en el desierto (como leemos en Mt. 4:1 al 11).

Cuando Jesús detuvo a Satanás, en aquel entonces, con las palabras:“Vete, Satanás, porque escrito está…”, aconteció algo grandioso:“el diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían”.

Muchos hijos de Dios sufren bajo tentaciones y el peso del pecado. Sin embargo, con la Palabra de Dios tenemos en las manos un arma eficaz. Cuando estamos en medio de la lucha contra el enemigo, contra el poder del pecado, el esperar en Dios significa que nos aferremos una y otra vez a la verdad absoluta de la Palabra de Dios:“¡Escrito está!”En el mundo hay cada vez más inseguridad. Pero una cosa es y seguirá siendo siempre segura: la Palabra escrita de Dios:“Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los cielos”(dice el Sal. 119:89).

También hoy hay creyentes que, utilizando las palabras del Sal. 42:9, se preguntan:“¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del enemigo?”. A través de los medios de comunicación nos enfrentamos a tanta miseria y oscuridad, que nos podría dar mucho miedo y podríamos decir también como el salmista en el vers. 10:“Como quien hiere mis huesos, mis enemigos me afrentan…”Pero hay algo que está sobre todo esto: la eternamente válida Palabra de Dios. Leemos en Mt. 5:18 que Jesús dijo:“De cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley…”Y en Mr. 13:31:“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. La Palabra de Dios nunca se apagará, brillará siempre y en todo lugar. Pues como dice el Sal. 119:130:“La exposición de tus palabras alumbra; hace entender a los simples”. Nos alumbra el camino por el cual tenemos que andar. El vers. 105 dice:“Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino”. La Palabra de Dios permanece, aunque todo lo demás pase:“Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre”(dice en Is. 40:8).

Estas dos palabras:“Escrito está…”, hoy más que nunca destacan la única e infalible seguridad absoluta. Bienaventurado el que se aferra a ella y conoce lo que está escrito en la Biblia, para poder detener al enemigo con la Palabra de Dios. Tú también espera en Dios, tomando siempre, como dice Ef. 6:17, la“espada del Espíritu, que es la palabra de Dios”, pues es un arma poderosa en la mano de cada cristiano creyente. Porque en la Biblia encontramos promesas que nos aseguran la victoria sobre todo poder enemigo, como por ejemplo la de 1 Co. 15:57:


“Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”.

Y la de 1 Jn. 5:4: “Esta e
s la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe”.

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