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Titulo: “Enoc”6/6 primera parte
  

Autor: EstebanBeitze 
Nº: PE1217

La meta de tu vida la tienes clara? Como llegaste a definirla? En qué está puesta? La persigues como un atleta? Aprendemos de este ejemplo que también el apóstol Pablo usa en su carta a los Filipenses.


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“Enoc” 6/6 primera parte

Estimado amigo, con el estudio bíblico de hoy llegaremos al fin de la primera serie de lecciones prácticas que aprendemos a través de la vida de Enoc, un hombre sagrado a Dios. Por eso quiero hacer un breve repaso de lo que hemos compartido hasta hoy.

En Génesis 5:21 – 24 está escrito acerca de Enoc: 

“Vivió Enoc sesenta y cinco años, y engendró a Matusalén. Y caminó Enoc con Dios, después que engendró a Matusalén, trescientos años, y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los días de Enoc trescientos sesenta y cinco años. Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios”

Enoc caminaba con Dios. Y su caminar lo destacó de la sociedad restante. El buscaba tener un encuentro con Dios y esto es lo que Dios desea tener con nosotros también, un diálogo fluido, donde nosotros escuchamos lo que Dios nos quiere decir a través de su Palabra y donde nosotros le decimos a Él todo lo que está en nuestro corazón.

Y no olvidamos que esta comunión íntima con Dios es nuestra arma en la batalla espiritual: la Palabra y la oración.

Constantemente estamos en peligro de abandonar el camino de Dios, de desviar nuestra mirada de la meta.Pero justamente esto es importante: 

Caminar con Dios significa también: tener la misma meta que Dios tiene para nuestra vida.Enoc vivió de tal forma que Dios lo llevó consigo. Evidentemente había llegado a la meta, pero también había cumplido con la meta, con el propósito de Dios para su vida aquí en la tierra.

Me gusta mucho la meta que tenía el apóstol Pablo para su vida: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil.3:13). La meta del apóstol era seguir este “supremo llamamiento”. Es un llamado a una vida celestial, no sólo recién en el cielo, sino ya ahora. Todo tiene que ser dirigido por los parámetros celestiales y con vista a la gloria celestial.

Es de fácil comprensión este principio por el ejemplo que utiliza el apóstol Pablo. El ejemplo es el atleta, en una carrera. El atleta se abstiene de todo aquello que le impide llegar bien entrenado, o que de lo contrario lo eliminaría de la competencia, como ser: las drogas, el alcohol, trasnochar, etc. Además de eso se tiene que entrenar todos los días, mantener una estricta dieta calculada específicamente para su actividad. Luego cuando viene el gran día de la competencia, procura poner toda su concentración en la carrera que va realizar. Cuando está en su carril esperando la largada, todos sus músculos y su mente están en máxima tensión aguardando el disparo que señala la salida.

Cuando corren, toda la atención y las miradas del corredor, están puestas en la meta. Él sabe muy bien, que si empezara a mirar a los costados o hacia atrás sería muy probable que perdiera su equilibrio y cayese. Durante la carrera, ningún corredor se le ocurriría pararse a comprar una gaseosa, saludar al público o a su novia en las tribunas. Al cruzar la meta, los corredores no la cruzan con las manos en los bolsillos (aparte que sus trajes ni los tienen), ni arrastrando los pies. No, sino que se extienden para adelante procurando cruzar la meta antes que los demás. Vemos el anhelo ferviente de llegar a la meta. Este es el ejemplo que utiliza Pablo para ilustrar la carrera y la llegada a la meta.

En Hebreos 12:2 vemos otra vez la meta de nuestra carrera: ” puestos los ojos en Jesús…” Otra vez se utiliza el ejemplo del corredor. En una carrera de 100 metros los atletas desde el momento de la largada hasta el final de la carrera, no apartan sus ojos de la meta. Esta también debe ser nuestra actitud. La meta, Jesucristo mismo, nos debería atraer tanto, que no tengamos ojos para otras cosas; todo lo demás se vuelve completamente secundario.

Pablo dice: “porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo…(Ro.8:29); y también: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2Co.3:18).

La meta a la cual estamos enfocados es ser como Jesucristo mismo. Sería como si nos miráramos en un espejo y viéramos reflejado a Cristo. Claro está, que no llegaremos a consumarlo, pero a esto tiene que estar enfocada nuestra vida. Tiene que ir cambiando y adoptando cada vez más la imagen de Cristo. Así lo dice también Juan: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1Jn.2:6).

Un artista estaba dándole los últimos retoques a su estatua de bronce. Era una preciosa obra de arte, pero seguía limando y puliendo, aquí y allá. Un hombre que lo observaba le preguntó por qué seguía puliendo si la obra ya estaba lista. El artista contestó que no estaba lista todavía. El hombre le preguntó entonces: – ¿ Y cuándo dejará de trabajar en ella? El artista le contestó: – Cuando se la lleven.

El Señor es el artista que está trabajando en nuestra vida cada día. Todavía no somos perfectos (lo que es demasiado evidente), pero llegará a su consumación cuando suceda el arrebatamiento o pasemos por la muerte a la eternidad.* Por esto el apóstol Pablo decía: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado…”. Inclusive el gran apóstol Pablo todavía se encontraba en el taller del Señor. Dios quiere seguir trabajando en nosotros. La cuestión es si le dejamos hacer la obra que Él desea. La meta es que la imagen de Cristo se refleje en nosotros. ¿Cómo es esto? Tenemos el ejemplo de los creyentes de Antioquia que se les llamó cristianos por primera vez. ¿Por qué los llamaron así? Simplemente, porque vivían a Cristo. Esta es también nuestra meta.

Un soldado volvió de la Primera Guerra Mundial con el rostro muy desfigurado por una explosión. Estaba desanimado y amargado. Un día un cirujano plástico aceptó el reto de restaurar su desfigurado rostro, si se le presentaba un fotografía que le guiara. El hombre dijo que no quería parecerse a como era antes; y le preguntó al médico si le podía arreglar la cara en forma semejante al cuadro de Jesús que colgaba en la pared. El médico convino en ello. Cuando los vendajes fueron quitados, el joven vio un rostro sorprendentemente semejante a la supuesta cara del Maestro. Entonces decidió: “Siendo que me parezco a Él, sólo hay una cosa para hacer… En mi vida debo llegar a ser semejante a Él”.

Nosotros fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, y es la voluntad de Él, ir transformándonos a la imagen de Su amado Hijo. La fotografía a imitar la tenemos en la Palabra. Sólo hay una cosa que hacer, como decía el soldado: “En mi vida debo llegar a ser semejante a Él”.

Como ya vimos anteriormente, Dios tiene un plan perfecto para cada ser humano desde el momento mismo del nacimiento. Tiene un propósito para tu vida en cuanto al estudio, la carrera, el oficio, el lugar de trabajo, en lo emocional, en lo familiar y también en el servicio a Él. ¿Encontraste el propósito de Dios para tu vida en las diferentes áreas? ¿Estás dispuesto a seguirlo? De esta manera podrás llegar al final de la carrera y exclamar como Pablo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día…” (2Ti.4:7,8).

Por esta razón reflexiona: Si no sabes dónde es el lugar de Dios, cuál es el propósito que tiene Dios para tu vida, ora y búscalo. El que busca encuentra.

Si te fuiste del lugar de Dios, vuelve al primer amor. Si te empecinaste en andar fuera de los propósitos de Dios, arrepiéntete. Si te encuentras en los caminos de Dios, si has logrado reconocer el propósito de Dios para tu vida en cualquier área, queda allí y sé un canal de bendición para los demás. Y que en todo puedas reflejar a Cristo, que nada ni nadie te quite la mirada de la gloriosa meta.

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