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Titulo: “Enoc”4/6 segunda parte
  

Autor: HermanHartwich 
Nº: PE1221

La fe que busca Dios, es una fe incondicional, una entrega absoluta a Él, un reconocimiento de Su persona y entrar en una relación personal con Él.

Enoc tuvo esta fe y nos muestra en su vida lo maravilloso de esta relación personal con Cristo que te da seguridad para toda tu vida.


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“Enoc” 4/6 segunda parte

Estimado amigo, en el programa pasado estabamos analizando la fe de Enoc. Hemos visto que su fe era una fe personal en Dios y una fe sincera. Pero hay más aún de aprender de la fe de Enoc y esto es que la fe es práctica y da seguridad.

Dice Santiago: “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Sgo.2:17). Santiago es muy explícito en cuanto a este tema. La fe se tiene que demostrar. La fe se vive. Jesucristo mismo dijo que nuestra luz debe brillar nítidamente. Ahí no se refiere sólo a nuestra predicación, sino sobre todas las cosas a nuestra vida: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt.5:16). Cuando el médico Lucas escribe el libro de Hechos empieza diciendo: “…hablé de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar” (Hch.1:1).

Es interesante observar el orden de las actividades atribuidas a Jesús. No fue primero la enseñanza, la predicación y luego le siguieron los hechos. Al contrario primero “hizo” y luego “enseñó”. ¡Qué no se tenga que decir de nosotros como alguien le dijo a un cristiano que hablaba mucho, pero no lo vivía: “Tus hechos hablan tan fuerte que no me dejan oír lo que dices”.

Hay más para descubrir en la vida de Enoc, que caminaba con Dios: 

  • Una fe que da seguridad.

El paracaidista cuando se lanza del avión en vuelo, tiene que creer que su paracaídas existe y que tiene el poder de llevarlo seguro a tierra. Mientras está en el avión puede creer en el paracaídas pero recién lo experimentará cuando se lance al vacío.

Justamente esto es lo que tuvo que hacer Enoc. Tenía que creer que existía Dios y por lo tanto también poner en Él su confianza absoluta. Enoc estaba seguro que Dios lo llevaría en forma segura a la eternidad en la cual disfrutaría de los galardones celestiales. Me imagino que a los que quieren aprender paracaidismo e inclusive a los que ya lo practican, lo que más les cuesta es el momento en que se deciden a separarse de la seguridad del avión y confiar su vida únicamente al trozo de tela que se encuentra en la mochila en sus espaldas.

El gran hombre Moisés en los últimos días de su vida escribió acerca del trato de Dios con el pueblo de Israel y utilizó el ejemplo del águila para ilustrarlo: “Como el águila que excita su nidada, revolotea sobre sus pollos, extiende sus alas, los toma, los lleva sobre sus plumas” (Dt.32:11).

Para entender este pasaje tenemos que conocer un poco la vida de las águilas. Como bien sabemos, las águilas son de los pájaros que más alto vuelan y ponen sus nidos en alturas inaccesibles, generalmente al borde de un precipicio. Allí ponen sus huevos, y cuando sus polluelos alcanzan la suficiente madurez, tienen que aprender a volar. El águila “excita”, empuja a sus polluelos a que se dejen caer del nido para poder aprender a volar. Lógicamente, este primer vuelo es bastante torpe, aleteo sin control y sobre todo muy cansador para alas que todavía no tienen los músculos ejercitados para vuelos largos. Esto significa que a los pocos instantes empiezan a caer a tierra, en la cual se estrellarían. Ahí el águila vuela en picada hasta posicionarse por debajo de su polluelo y allí extiende sus magníficas y amplias alas. Sobre ellas aterriza el asustado polluelo y es llevado de vuelta a la seguridad de su nido, para descansar y esperar el siguiente vuelo de entrenamiento, y esto hasta saber volar perfectamente.

Esto era lo que estaba pasando con Israel. El pueblo había salido de Egipto guiado por la poderosa mano de Dios. Pero en vez de confiar en su Libertador, se rebelaron y murmuraron muchas veces contra Dios y Su siervo Moisés. Dios tuvo mucha paciencia con ellos, pero se dejaron llevar a otra rebelión al regreso de los espías que habían ido a observar la tierra prometida, describiendo las fuertes ciudades y la fiereza de sus pueblos. Ahí Dios dijo que toda esta generación moriría en el desierto. Sólo sus hijos, los que habían nacido en el desierto entrarían a la tierra prometida. Pero estos jóvenes no tenían experiencia, habían vivido una vida nómade de recorrer el desierto, no sabían nada de enfrentar y conquistar ciudades fortificadas. En otras palabras tenían que aprender a volar. Pero, ¿quién estaría con ellos, sosteniéndolos y guiándolos? ¡Claro, era el Dios todopoderoso! El pasaje sigue diciendo: “Jehová sólo le guió… Lo hizo subir sobre las alturas de la tierra, y comió los frutos del campo…” (vs.12,13).

Muchas veces sucede esto en nuestra vida. Dios nos pone frente a nuevos retos, situaciones difíciles, enfermedades, decisiones, etc. Hay que extender las alas, empezar a volar, para llegar a conquistar las “alturas” espirituales de la fe; el conocimiento de la voluntad de Dios. Esto no es fácil, nos da temor. Pareciera que nos estrellaremos contra los riscos. ¿Cómo triunfar cuando las circunstancias están contra nosotros? Para los creyentes en Jesucristo, la respuesta es una fe radical, sabiendo que nuestro Dios es poderoso para vencer a pesar de nuestras debilidades.
En Génesis, Sara dudó del mensajero de Dios cuando profetizó el nacimiento de su hijo. “¿Hay para Dios alguna cosa difícil?”, respondió Él. Al año, esa pregunta estaba respondida para Sara al dar a luz al bebé Isaac. Ella descubrió que Dios es todopoderoso.

Cuando Dios envió a Moisés para que se enfrentara a Faraón y exigiera la liberación de los esclavos hebreos, Moisés se atemorizó. “¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?” (Ex.3:11) preguntó. Dios contestó asegurándole a Moisés que Él prepararía el terreno para su liberación, lo cual hizo de una manera maravillosa. Moisés descubrió, positivamente, que Dios es poderoso.

Escuché la historia de un barco que naufragó. Un tripulante pudo salvarse subiendo a una roca que inconmovible se oponía al embate de las olas. Temblando el pobre náufrago se aferró a la misma. Al poco tiempo fue rescatado de este lugar por otro barco que pasaba. Los marineros le preguntaron al náufrago si no había tenido miedo sobre esta roca. Él contestó: – Sí, yo temblaba de miedo, ¡pero la roca no!

Esta es la realidad de los creyentes en un mundo tempestuoso y difícil de enfrentar. Nos hace temblar, pero nuestra Roca que es Cristo, es la roca inconmovible de los siglos. El que se aferra a esta “Roca”, jamás será defraudado.

Lógicamente, no podemos confiar en nuestras propias fuerzas. Dijo Jesús: “Separados de mí nada podéis hacer” (Jn.15:5b). Pero pongamos nuestra confianza en Dios, confiemos en Su poder y Él se encargará del resto. Cuando actuamos dentro de la voluntad de Dios tenemos acceso a una fuente de poder ilimitado que sobrepasa nuestra comprensión. Esto ya lo reconocía David: “Tú dominas sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y el dar poder a todos” (1Cr.29:12).

Si te encuentras abrumado por las cargas del mundo, es hora de que te lances a los brazos del Único que puede llevar tu pesada carga: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt.11:28).

Confía en Él, y aprende por experiencia que Dios es poderoso. Si pareciera que te encuentras cayendo, hundiéndote en problemas insuperables; pon tu fe en el Señor y experimentarás lo que decía Moisés: “El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos eternos” (Dt.33:27).

Siempre habrá unos brazos extendidos que te sostendrán. Pero para que esto suceda es clave hacer lo que decía el escritor de la carta de los Hebreos: “(Dios)…es galardonador de los que le buscan” (He.11:6). El paracaídas no cumple con su función a no ser que uno confíe en él y tire de la argolla para abrirlo. Algo similar pasa con Dios; hay que buscarlo para poder experimentar Su ayuda y Su bendición. El profeta Jeremías decía: “Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jer.29:13). Esto es lo que hizo Enoc y lo que tenemos que hacer nosotros.

“Y aquel que es poderoso para guardaros sin caída y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea la gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén” (Judas 24,25).

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