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Título: Emaús – Un encuentro que aún está pendiente (4 de 4)

Autor: Norbert Lieth
PE1372

La inspiración divina de la Biblia se confirma una vez más al ver que el Antiguo y el Nuevo Testamento siempre engranan perfectamente el uno con el otro. El crucificado, sepultado, resucitado y ascendido Señor Jesucristo y Su regreso están inseparablemente ligados con los acontecimientos antiguo-testamentarios, como también con los actuales, en y alrededor de Israel


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Estimado amigo, los dos discípulos en camino a Emaus, totalmente desanimados y pensando solamente en su Señor crucificado, muerto, iban en el atardecer, de Jerusalén a Emaús. En el camino se encontraron con el Señor resucitado, a quien, sin embargo, no reconocieron. Repentinamente El comenzó a enseñarles las Escrituras. Vamos a leer algunos versículos acerca de este encuentro en la noche, un encuentro muy especial.

En el evangelio de San Lucas, capítulo 24, dice así: 

«Y comenzando desde Moisés y todos los Profetas, les interpretaba en todas las Escrituras lo que decían de El. Llegaron a la aldea adonde iban, y él hizo como que iba más lejos.Pero ellos le insistieron diciendo: ¡Quédate con nosotros, porque es tarde, y el día ya ha declinado. Entró, pues, para quedarse con ellos. Y aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo y les dio. Entonces fueron abiertos los ojos de ellos, y le reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Y se decían el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón en nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos abría las Escrituras?»

«Fueron abiertos sus ojos» y reconocieron con quién se habían encontrado.

Seguimos leyendo los versículos 33 a 43: 

«En la misma hora se levantaron y se volvieron a Jerusalén. Hallaron reunidos a los once y a los que estaban con ellos, quienes decían: — ¡Verdaderamente el Señor ha resucitado y ha aparecido a Simón! Entonces ellos contaron las cosas que les habían acontecido en el camino, y cómo se había dado a conocer a ellos al partir el pan. Mientras hablaban estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos y les dijo: — Paz a vosotros. Entonces ellos, aterrorizados y asombrados, pensaban que veían un espíritu. Pero él les dijo: — ¿Por qué estáis turbados, y por qué suben tales pensamientos a vuestros corazones? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy. Palpad y ved, pues un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo. Al decir esto, les mostró las manos y los pies. Y como ellos aún no lo creían por el gozo que tenían y porque estaban asombrados, les dijo: — ¿Tenéis aquí algo de comer? Entonces le dieron un pedazo de pescado asado. Lo tomó y comió delante de ellos».

Los 144.000 proclamarán a su pueblo que Jesús vive, lo que está proféticamente predicho en el versículo 35: «Entonces ellos contaron las cosas que les habían acontecido en el camino, y cómo se había dado a conocer a ellos al partir el pan.» Mientras ellos den sus testimonios, cuando Israel se encuentre todavía en la noche de la gran tribulación, vendrá El y se encontrará con Su pueblo y le traerá Su paz, como sucedió aquel día con los discípulos en Jerusalén: «Mientras hablaban estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos y les dijo: — Paz a vosotros» (v. 36).

Israel se atemorizará cuando reconozca, por Sus heridas, a su Señor una vez crucificado: «…Mirarán al que traspasaron…» (Zacarías 12:10). Lo mismo les sucedió, en su tiempo, a los discípulos cuando, repentinamente, vieron al resucitado con ellos: «Entonces ellos, aterrorizados y asombrados, pensaban que veían un espíritu. Pero él les dijo: –¿Por qué estáis turbados, y por qué suben tales pensamientos a vuestros corazones? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy. Palpad y ved, pues un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo. Al decir esto, les mostró las manos y los pies» (Lucas 24:37-40).

Entonces Israel tendrá su experiencia del Gólgota. «Y como ellos aún no lo creían por el gozo que tenían y porque estaban asombrados, les dijo: — ¿Tenéis aquí algo de comer? Entonces le dieron un pedazo de pescado asado. Lo tomó y comió delante de ellos» (vs. 41-43). Aquí comenzará para Israel el día al cual no le seguirá más ninguna noche. Pues el Señor establecerá Su reino y, desde Jerusalén, gobernará a todo el mundo.

Y por supuesto ahora nos queda hablar del encuentro para el arrebatamiento.

La palabra profética que nos es dada y los acontecimientos actuales dejan demasiado claro que el Señor vendrá pronto para encontrarse con Su Iglesia. Refiriéndose a esto, dice en 1 Tesalonicenses 4:17: «Luego nosotros, los que vivimos y habremos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes, para el encuentro con el Señor en el aire; y así estaremos siempre con el Señor.» El significado de esto sobrepasa nuestra imaginación. Pedro describe este maravilloso encuentro con las palabras: «…alabanza, gloria y honra en la revelación de Jesucristo. A él le amáis, sin haberlo visto. En él creéis; y aunque no lo veáis ahora, creyendo en él os alegráis con gozo inefable y glorioso, obteniendo así el fin de vuestra fe, la salvación de vuestras almas». (1.Pedro 1:7-9).

Si las señales del tiempo ya nos anuncian la llegada de la noche, entonces, debemos saber también que la Iglesia será arrebatada antes de la noche. ¿De dónde obtenemos tales conocimientos? Del contexto de las Sagradas Escrituras. En conexión con 1 Tesalonicenses 4:16-18, las palabras de Pablo en cuanto al arrebatamiento, el apóstol habla de la noche de la gran tribulación y la venida de Jesús en gran poder y gloria, es decir, sobre el «Día del Señor». Allí se dice con toda claridad, que la Iglesia no tiene nada que ver con la noche — o sea con el tiempo de tribulación (70ª semana de Israel = 7 años, compare con Daniel 9:24): «Porque vosotros mismos sabéis perfectamente bien que el día del Señor vendrá como ladrón de noche. Cuando (Israel y las naciones) digan: Paz y seguridad, entonces vendrá la destrucción de repente sobre ellos, como vienen los dolores sobre la mujer que da a luz; y de ninguna manera escaparán. Pero vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, como para que aquel día os sorprenda como un ladrón. Todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día. No somos hijos de la noche ni de las tinieblas» (1 Tesalonicenses 5:2-5). En otra traducción, el versículo 4 dice así: «Pero ustedes, estimados hermanos, no viven en la oscuridad. Por eso el Día del Señor no los puede sorprender como ladrón en la noche.» ¿Porqué no? Porque nosotros, los creyentes nacidos de nuevo, ya habremos sido arrebatados en el «día de Cristo», es decir, con anterioridad. Después de todo el Señor ha dicho a todos los que le pertenecen: «Vosotros sois la sal de la tierra…Vosotros sois la luz del mundo» (Mat. 5:13a,14a).

Recién cuando la luz se va, puede llegar la oscuridad. Arrebatados, o resucitados, a la vida eterna solamente serán aquellas personas quienes, ya anteriormente, hayan tenido un encuentro de fe con Jesucristo.

El apóstol Pablo dice de sí mismo, que el también tuvo un encuentro con Jesús: «Antes fui blasfemo, perseguidor e insolente. Sin embargo, recibí misericordia… Pero la gracia de nuestro Señor fue más que abundante con la fe y el amor que hay en Cristo Jesús… Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero» (1 Timoteo 1:13-15). Pablo antes había torturado a personas creyentes, queriendo obligarlos a dejar a Jesús, que es quizás lo peor que se puede hacer. Pero, cuando el Señor tuvo el encuentro con él, se apartó de todo el mal, se convirtió a Jesús y recibió el pleno perdón de los pecados. Por eso él dice: «Recibí misericordia, para que Cristo Jesús mostrase en mí, el primero, toda su clemencia, para ejemplo de los que habían de creer en él para vida eterna» (v. 16). No existe nadie sobre esta tierra a quien Dios no le pueda perdonar todo. ¡Venga también usted ahora, en el atardecer de la gracia, a Jesús con todas sus cargas y pecados! El desea tanto poder perdonarle también a usted y obsequiarle la vida eterna!

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