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Autor: Thomas Lieth

Dios nos quiere instruir en una alegría que no se basa en el egoísmo, que no se alegra del mal ajeno y que tampoco conoce la envidia y la rivalidad. Una alegría que no existe a expensas de otros, que no menosprecia o se burla de Dios. Sino una alegría que puede alegrar mucho a Dios, y que también la pueden compartir otras personas.

 


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PE2168 – Estudio Bíblico
El verdadero gozo y el sentido de la vida (1ª parte) 



Estimados amigos oyentes, en Ecl. 12:1 leemos: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento”.

En Filipenses 4:4, Pablo nos exhorta diciendo: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” Este gozo – es decir la verdadera alegría duradera – está basada en la fe en la resurrección de Jesucristo. Naturalmente, existe una gran diferencia entre las así-llamadas alegrías de la persona impía y las de una persona creyente en Jesucristo. Eclesiastés, que repetidamente habla del deleite de la vida, nos exhorta a recordar que Dios llamará a cada persona a rendirle cuentas. “Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos; pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios” (nos dice Ecl. 11:9).

Este hecho debería empujarnos a buscar el temor de Dios. Por un lado: podemos, e incluso debemos, alegrarnos de y en la juventud. Podemos y debemos ser alegres todos los días, hasta la vejez. Podemos y debemos disfrutar de la vida. Pero, al mismo tiempo sea consciente de que Dios le llamará a rendir cuentas por todo. Eso no está pensado para disminuir la alegría, sino para profundizarla y para guiarnos a la alegría correcta y verdadera. Porque la verdadera alegría la encontramos solamente “en el Señor”.

El hecho de que Dios, por principio, desea que nos alegremos, eso ya lo muestra Su creación. Él nos ha provisto por ejemplo con el sentido del gusto. ¿Por qué? Si la alimentación sólo tuviera que servir para sobrevivir y saciarnos, el sentido del gusto sería totalmente superfluo. Dios nos lo ha dado para que disfrutemos de los alimentos y nos gocemos de las comidas. Nos ha dado el sentido del olfato, para que, entre otras cosas, podamos disfrutar del perfume de las flores. Nos ha dado el sentido del tacto, para que lo desarrollemos y lo disfrutemos. La creación entera está basada en la alegría, pero lamentablemente, el pecado ha dejado solamente una débil imitación de la creación original. ¡Que maravilloso será cuando Dios nos conduzca otra vez a nuestro destino verdadero, y restaure la creación en Su segunda venida!

La Biblia – y, con eso, Dios mismo – nos quiere instruir en una alegría que no se base en el egoísmo, que no halle diversión en el mal ajeno, ni tampoco conozca la envidia, ni la rivalidad. Una alegría que no exista a expensas de otros, una alegría que no menosprecie a Dios, ni se burle de ÉL. Sino una alegría que puede alegrar a Dios, una alegría que también la pueden compartir otras personas. En otras palabras, una alegría que viene de un corazón purificado, y para la cual el ser humano por sí mismo, en realidad no está capacitado. Por eso: “Alégrense en el Señor”. Porque todo lo que hace – y lo que no hace – el ser humano, si no está basado en Jesucristo, aun la alegría misma, está cargado con pecado. Incluso nuestras buenas obras serán malas a los ojos de Dios. La verdadera alegría encuentra su fundamento en la fe en el Cristo resucitado.

“Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe… Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron” (así leemos en 1 Co. 15:14,17 y 18). En otras palabras: si Jesucristo no resucitó, entonces la fe cristiana es un disparate total. Sin la resurrección de Jesús, no habría perdón para nuestros pecados. Para decirlo claramente:
Por más que usted crea en un Jesús histórico, e incluso crea que Jesús hizo milagros y fue ejecutado en la cruz del Gólgota, que Jesús fue una persona muy especial, incluso con atributos divinos; y aunque usted dirija su vida según las enseñanzas de este Jesús, mejorando su comportamiento social, su ética y moral, pero no cree en que Su resurrección de los muertos es real, entonces todas sus buenas obras son absolutamente sin valor.

Es más, a los ojos de Dios, sus hechos incluso son malos y superfluos. No le interesará en lo más mínimo a Dios todas las cosas maravillosas que usted haya realizado y logrado, cuantos animales haya salvado, cuantas tortas haya horneado, a cuantas damas mayores haya ayudado a cruzar la calle, o a cuantos niños les haya cambiado los pañales. Sin la fe en Jesucristo y en Su resurrección de entre los muertos, todas sus obras son tan inútiles como remover la arena del Sahara a pala. En ese caso usted, en definitiva, es un religioso sin Dios y no encontrará el verdadero gozo.

“Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, ¡somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres!” (nos dice 1 Co. 15:19). Si bien muchas personas tienen una fe, la misma se limita en principio sólo a esta vida. Pero, Pablo – inspirado por Dios – nos quiere dejar en claro que nuestra fe, en primer lugar, se basa en la resurrección y con eso en la eternidad. Esta fe es la fuente del verdadero gozo y del sentido de nuestras vidas. Si la fe en Jesucristo fuera sólo una fe en esta vida, en verdad deberíamos preguntarnos: ¿Qué beneficios tenemos? Después de todo, a los cristianos por lo general no les va mejor que a los ateos o a personas de otras creencias. También los que creen en Jesús se enferman y deben morir. Si por una hora me recuesto a pleno sol, se quema mi piel del mismo modo que la de un ateo. Si caigo en un charco, me mojo tanto como le sucedería a cualquier hindú. Los cristianos que no creen verdaderamente en la resurrección, son muy desdichados, ya que su fe es muerta, y no tienen ninguna razón verdadera para alegrarse.

En Eclesiastés 11:10-12:8, Salomón nos da el consejo de mantener lejos de nosotros todo lo malo, quitar de nuestros corazones el enojo y el disgusto, y de abstenernos de toda maldad, porque de otro modo todo sería en vano. Salomón nos exhorta a pensar en Dios en los días de nuestra juventud, antes de que vengan los días malos, que no nos gustarán. Esos días malos, luego, son explicados a través de imágenes que describen el envejecimiento hasta llegar a la muerte. Acordarnos de nuestro Creador, no significa solamente recordar que Dios existe, sino creer en lo que Él dice y aceptar a su Hijo como Salvador personal.

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