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El Universo Nuevo
(2ª parte)

Autor: René Malgo

 En Apocalipsis 21:1 dice así: “Viun cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierrapasaron, y el mar ya no existía más”. Nuestra meta final no es el cielo actual, a dondeiremos cuando muramos, sino un universo nuevo. Eso es lo que añora la creacióncon vehemencia. Escuchemos más acerca de este apasionante tema!

 


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PE1944 – Estudio Bíblico
El Universo Nuevo (2ª parte)



Estimados amigos, en la primera parte dijimos que: La creación añora con vehemencia la promesa de un nuevo cielo y una nueva tierra. Así como el Fénix resurgió de las cenizas, de este universo quemado por el fuego surgirá un nuevo universo. Ésa es la gloria futura que esperamos. Ése es el paraíso que añoramos. ¡Y la nueva tierra de la nueva creación será más magnífica, más variada, más hermosa, más pintoresca, más espléndida, más gloriosa, más imponente y más emocionante que la tierra que conocemos ahora!

Esa nueva creación tendrá, también, un nuevo centro. Porque a pesar de que Dios siempre es el Señor soberano sobre todo, momentáneamente le es dado al diablo el dominio sobre la tierra caída. El mundo hace lo que Él quiere (como vemos en Ef. 2:2). ¡Eso cambiará! Jesucristo, el “Rey de reyes y Señor de señores”, pondrá Sus pies sobre esta (vieja) tierra con gran poder y gloria (según leemos en Ap. 19:16). Él tomará el dominio, y hará atar a Satanás y a sus demonios por mil años (nos dice Ap. 20:2 y 3). Durante ese tiempo, Jesucristo reinará sobre esta tierra como rey de los judíos desde Israel, como lo han prometido Moisés y los profetas (p.ej. en Dt. 30:1 al10; e Is. 2:1 al 5). El profeta Daniel, del Antiguo Testamento, lo previó de la siguiente manera: “Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido” (así leemos en Dn. 7:14; y 2:44). Será el comienzo del renacimiento, “cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria” (como dice Mt. 19:28). La creación que gime recibirá lo que ha añorado tanto – pero sólo en parte. Porque el pecado aun estará presente, a pesar del dominio de Jesucristo y de la ausencia de Satanás y de sus poderes de las tinieblas; y la gente seguirá teniendo que morir. El poder devastador del pecado se hará visible cuando Satanás sea soltado después de mil años, y seduzca a muchos de entre las naciones, “el número de los cuales es como la arena del mar”, para una última rebelión (de lo cual leemos en Ap. 20:7 y 8). Pero, vemos en el vers. 9 que Dios consumirá a los rebeldes con fuego desde el cielo.

La consecuencia de esto será el juicio final ante el gran trono blanco de Dios. Será ahí que Jesucristo quitará definitivamente “todo dominio, toda autoridad y potencia” (como se menciona en 1 Co. 15:24). El diablo, sus demonios y todos los enemigos de Dios serán “lanzado(s) en el lago de fuego y azufre (…) y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Ap. 20:10; y 11 al 15). Y “el postrer enemigo que será destruido es la muerte” (1 Co. 15:26). Entonces, todo será sometido a los pies de Jesucristo (v. 27). Toda rodilla de “los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra” tendrá que doblarse, y toda lengua tendrá que confesar “que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (como leemos en Fil. 2:10 y 11). Con esto, habrá llegado el fin, cuando el Señor Jesús “entregue el reino al Dios y Padre” (como menciona 1 Co. 15:24), para reinar juntamente con Él de eternidad en eternidad. Y, entonces, Dios el Padre creará un nuevo cielo y una nueva tierra “en los cuales mora la justicia”: un nuevo universo sin pecado, sin diablo, sin demonios. El renacimiento se habrá completado, los dolores de nacimiento de la creación antigua habrán terminado definitivamente.

El universo purificado con fuego, en cierto sentido, dará a luz uno nuevo, un universo purificado del pecado. El ferviente anhelo de la creación antigua se habrá cumplido totalmente. Entonces, todo será sometido a Dios, “para que Dios sea todo en todos” (como leemos en 1 Co. 15:28). El reino, “que no será jamás destruido” y que comenzará en la tierra pecaminosa, en el reino de mil años, en la eternidad sin pecado habrá alcanzado su condición definitiva.

Ese reino eterno del cielo, en el nuevo universo, tendrá un centro que lo sobrepasará todo: Será “el Señor Dios Todopoderoso, (…) y el Cordero” (así lo leemos en Ap. 21:22). Acerca de esto, en Ap. 21:2 al 4, el apóstol Juan da una de las descripciones más gloriosas existentes en la Biblia: “Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”.

Lo que caracterizará al nuevo universo, será que Dios vivirá con los seres humanos (como vimos en los vers. 3 y 4). Ellos, incluso, “verán su rostro” (así dice Ap. 22:4). Así como Dios se paseaba con Adán y Eva en el Huerto del Edén, ¡la gente en la nueva tierra podrá vivir y pasearse con Dios! Dios tendrá su trono de gloria en la nueva metrópolis del nuevo universo que ha descendido del cielo. Esa capital de la nueva tierra también será llamada “la desposada, la esposa del Cordero” o “la gran ciudad santa de Jerusalén” (como leemos en Ap. 21:9 y 10).

Probablemente será la casa del Padre donde hay “muchas moradas” (mencionada en Jn. 14:2). De modo que será la residencia de Dios, la Sion celestial, la que bajará a la nueva tierra (según Ap. 21:2, y 10). En el nuevo universo, el cielo, literalmente, estará en la tierra.

En Apocalipsis 21 y 22 se menciona, también, una y otra vez, al Cordero, Jesucristo. A Él le pertenece la nueva Jerusalén (según Ap. 21:9), y Él juntamente con Dios el Padre es el templo de la ciudad ( v. 22). Él se sentará en el trono y reinará juntamente con el Padre (según Ap. 22:3). Por toda la eternidad, el centro del nuevo universo será el Cordero, y será el Cordero como inmolado (mencionado en Ap. 5:6). Con esto, se enfatiza que es Jesucristo “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (del cual se nos habla en Jn. 1:29). No es una coincidencia que el Rey de reyes sea llamado aquí el Cordero. En Juan 20:27, se nos dice que el cuerpo de resurrección de Jesucristo lleva las marcas de la crucifixión. Para Dios, después de todo, habría sido fácil darle un cuerpo glorificado, libre de heridas. Pero, con ese cuerpo Jesucristo ascendió al cielo. ¿Por qué? De este modo, a los redimidos de Dios, en todo tiempo, “de eternidad en eternidad”, esto les hará recordar por qué tienen el privilegio de disfrutar de esa gloria eterna del nuevo universo.

Por amor, Dios envió a Su hijo hace 2000 años a la tierra. Éste se humilló a sí mismo y murió en la cruz por los pecados del mundo (según leemos en Fil. 2:6 al 8). Él llevó voluntariamente el castigo de Dios para los pecadores, para que ellos cuando creyeran, fueran reconciliados con el Dios muy santo, fueran justificados por medio de Su sangre derramada y recibieran la vida eterna a través de Su resurrección (como nos dice Ro. 4:25; y 5:9 y 10). De esa verdad también se acordará la gente en el nuevo universo, cuando ellos vean al Cordero de Dios cara a cara, con las marcas de los clavos en Su cuerpo de resurrección.

Dios el Padre y el Cordero, en el trono de la gloria en la nueva metrópolis de la nueva tierra, serán el centro indiscutido del nuevo universo. Ya no reinará el poder del pecado, sino el poder el Altísimo.

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