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Autor: Rich Carmicheal – Wim Malgo – René Malgo

Hebreos 9:29 habla del regreso de Jesús y nos dice: “Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan”.


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PE2182 – Estudio Bíblico
El regreso de Jesús (2ª parte)



Hola amigos! Nos preguntamos, entonces: ¿Cuál es el fundamento de la segunda venida de Jesucristo? – Su amor. En base a este amor, Él ha comprado para Sí, con Su propia sangre, a Su Iglesia. ¡Qué grandioso es lo que leemos en Apocalipsis 1:5!: “Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre”. De acuerdo con nuestro pensamiento natural, el orden debería estar invertido: primero lavado y luego amado. Pero, el hecho es que es justamente al revés: ¡El Señor primero nos amó!
Él nos amó cuando aún estábamos en la suciedad del pecado, éramos Sus enemigos y actuábamos bajo la influencia del diablo.

El resultado de este gran amor inexpresable es algo que sobrepasa todo nuestro entendimiento: Después que Él nos lavó con Su sangre, nos convirtió también en “reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén” (como dice Apocalipsis 1:6). E inmediatamente después sigue la promesa: “He aquí que viene…”

¿Por qué, en realidad, después de convertirnos aún debemos quedarnos aquí en la tierra? ¿No sería lo mejor entrar enseguida a la gloria? El profundo sentido de nuestra presencia en la tierra, es que debemos hacer visible la victoria de Jesucristo, hasta que Él se revele personalmente.
Esta es nuestra tarea por un tiempo limitado, hasta que la cuestión del poder sea solucionada visiblemente por Él personalmente, en Su venida. Por eso tenemos, en Hebreos 2:8, esta aparente contradicción: “Todo lo sujetaste bajo sus pies. Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas.”

¿Por qué aún no lo vemos? Porque todavía estamos en la tierra. Sin embargo, somos los portadores de Su victoria, los que llevan el estandarte de Jesucristo. Pues en este tiempo entre Su primera y Su segunda venida, tenemos la responsabilidad de hacer uso de la victoria de Jesús.

Pablo lo expresó en forma magistral en 2 Corintios 2:14: “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento”. En otras palabras: Antes que Él se revele visiblemente, se revela a través de nosotros. Pablo utiliza aquí una imagen de la vida de los antiguos griegos. El vencedor de las competencias, las olimpíadas de aquellos tiempos, era llevado en marcha triunfal alrededor de la arena, acompañado por los estrepitosos aplausos de miles de espectadores. Dicho vencedor era, como lo dice Pablo, honrado con una corona pasajera. Continúa diciendo que, quien lleva a Jesucristo en el corazón, todo el tiempo es llevado en marcha triunfal, esparciendo así el olor de Su conocimiento. Esto significa que la realidad de la victoria de Jesucristo es esparcida en todo lugar.

¿Cómo están las cosas en este aspecto con usted, en su lugar de trabajo? No importa cuál es su profesión, si su posición es importante o no. Lo que realmente cuenta es que usted sea “llevado en marcha triunfal”, y que en todo lugar donde usted entre en contacto con personas, sea esparcido el olor de Su conocimiento. Pablo habla también de su propia experiencia: “Pero cuando agradó a Dios… revelar a su Hijo en mí” (nos dice en Gálatas 1:15 y 16).

El momento en que el Señor se revele personalmente ya no está lejos, y lo hará ante los ojos del mundo entero, como dice Apocalipsis 1:7: “He aquí que viene… y todo ojo le verá”. Esta revelación del Señor Jesús sucederá en rápida secuencia. Dice, por ejemplo, en Apocalipsis 1:1: “… las cosas que deben suceder pronto”, o en el capítulo 3:11: “He aquí, yo vengo pronto…”. En el último capítulo de la Biblia, en Apocalipsis 22, incluso encontramos esta expresión cuatro veces: “… para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto” (v. 6). “¡He aquí, vengo pronto!“ (v. 7). “He aquí yo vengo pronto” (v. 12). Y “Ciertamente vengo en breve” (v. 20).

Es importante entender que aquí, el Señor habla de dos cosas. En primer lugar, se refiere al transcurso de la historia de la salvación: Él viene en breve, ya que mil años para el Señor son como un día, y un día como mil años. ¡Ahora, entonces, ya hace “dos días” que Él se fue; de modo que volverá pronto! Luego, el texto también indica que la revelación del Señor Jesucristo ocurrirá repentinamente, o sea, los acontecimientos se sucederán a gran velocidad, cuando el tiempo del fin haya comenzado a correr.

Cambiemos ahora de escenario y pensemos en el cielo. Nosotros esperamos nuestra resurrección y el arrebatamiento, cuando Jesucristo nos lleve consigo. Pero, ¿qué pasa en el cielo en este momento, antes de que llegue ese día glorioso?

El cielo, donde Dios mora en Persona, en el Nuevo Testamento también es llamado paraíso (en 2 Corintios 12:4; y en Lucas 23:43). En ese paraíso se encuentran: el monte de Sión celestial, “la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial” (mencionada en Hebreos 12:22), y el “árbol de la vida” (Ap. 2:7). – Llama la atención en este contexto la palabra vida. El paraíso de Dios es el lugar de la vida, el lugar donde hay “vida en abundancia” (de la que Jesús nos habló en Juan 10:10). Porque allí reside el origen y la fuente de toda vida, el Dios vivo mismo.

En Apocalipsis 21:1 al 3, leemos que la actual Jerusalén celestial, un día bajará a la futura tierra nueva como la “nueva Jerusalén”. Esa ciudad tiene muros, puertas de perlas, por lo menos una calle, por lo menos un río, el “río limpio de agua de vida” (mencionado en Apocalipsis 22:1), y “a uno y otro lado” de la calle y del río, se encuentra “el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto” (vs. 2). Esta formulación permite suponer que el “árbol de la vida” no sea un solo árbol, sino un tipo de árbol celestial, que florece a lo largo del río del agua de la vida. Y nuevamente vemos aquí, en la ciudad del Dios viviente, el énfasis en vida.

Ninguna metrópoli de nuestro universo es tan viva y palpitante como lo es la ciudad del Dios vivo en el paraíso. Y con una altura, un largo y un ancho de aproximadamente 2.400 kilómetros, también es suficientemente grande para dar lugar a todos los redimidos de todos los tiempos. (Encontramos estas medidas en Apocalipsis 21:16 y 17).
El apóstol Pablo utiliza dos términos muy interesantes para describir a la “Jerusalén de arriba”, como él denomina a esta ciudad extraordinaria (en Gálatas 4:26). El primer término es “libre”. La Jerusalén celestial es una ciudad libre, sin la esclavitud de la ley o del pecado, o de alguna otra cosa. Es solamente la gracia gratuita de Dios que lleva a un ser humano a la “Jerusalén de arriba”. Es el lugar más libre en el universo y más allá de nuestras dimensiones. Cada persona que llega allí es libre, verdaderamente libre. El segundo término es “madre”. Esto expresa una ternura y familiaridad que uno no necesariamente relacionaría con una ciudad. Pero, la Jerusalén celestial es un lugar de seguridad. Es la patria de la familia de Dios. Es el lugar donde reina el amor porque Dios mismo reside allí.

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