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El pueblo escogido de Dios
(3ª parte)

Autor: Dave Hunt (1926-2013)

Si bien uno puede tener un concepto diferente, en la Palabra de Dios dice clara y frecuentemente que Israel es Su pueblo escogido, y que nunca perderá este estatus especial. Pero, esta elección, ¿no ha traído más dificultades que bendiciones?

 


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PE2100 – Estudio Bíblico
El pueblo escogido de Dios (3ª parte)



¿Cómo están, queridos amigos oyentes? Para terminar este mensaje, el autor se pregunta: ¿Cómo es posible que el amor imparcial de Dios sea compatible con la idea de un pueblo escogido? Dios nos dio a entender varias veces que Él no escogió a Israel por “miramiento de persona”. La elección de Israel sucedió a pesar de que el pueblo no era digno de la misma, y que no era mejor que otros pueblos. Al contrario. Por su actitud rebelde, el pueblo de Israel merecía el juicio. A través de este pueblo indigno, sin embargo, Dios quiso demostrar Su amor, Su gracia y Su misericordia al mundo.

Dios hizo que Sus profetas anunciaran lo siguiente a Israel: “No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres (Abraham, Isaac y Jacob), os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto”. En Isaías 30:9 y 10, dice: “Porque este pueblo es rebelde, hijos mentirosos, hijos que no quisieron oír la ley de Jehová; que dicen a los videntes: No veáis; y a los profetas: No nos profeticéis lo recto, decidnos cosas halagüeñas, profetizad mentiras”. Y en Ez. 2:3, leemos: “Y me dijo: Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, a gentes rebeldes que se rebelaron contra mí; ellos y sus padres se han rebelado contra mí hasta este mismo día”.

Los errores que Israel comete, sin embargo, no son relevantes. Los versículos mencionados y muchos cientos de textos bíblicos similares, confirman que Israel desde el mismo comienzo era rebelde con Dios. Su condición actual no es nada nuevo. Dios ha disciplinado a Israel por sus pecados. El peor castigo, sin embargo, aún está por venir, y es la Gran Tribulación, que tendrá su punto culminante en la batalla de Armagedón. Pero, las promesas hechas a Abraham, Isaac y Jacob aún siguen vigentes, y por la gracia de Dios se cumplirán. Si Dios sólo pudiera bendecir a las personas que son dignas de Él, entonces toda la humanidad estaría perdida, ya que la Biblia nos recuerda que todos pecaron. Un pecador no tiene nada que ofrecer de sí mismo a Dios.

Sólo una única infracción contra la ley lleva al ser humano a una situación desesperante delante de Dios. Aun si en el futuro cumpliera la ley en todos los puntos (si siquiera fuera posible), eso nunca sería una compensación por las infracciones pasadas. Obviamente no le es contado como ganancia al ser humano si cumple todas las ordenanzas de la ley hasta los detalles más ínfimos, aun cuando justamente eso es lo que la ley exige, porque el ser humano nunca puede adquirir para sí mismo el perdón de pecados a través de las buenas obras.

La culpa tiene que ser pagada por Aquél que es sin pecado, y que puede cargar con el castigo que habría merecido el culpable. Ésa fue la manera en que Dios solucionó el problema de la culpa, ya que el pago de esa culpa fue la tarea principal del Mesías. A través de Su muerte por nuestros pecados, Él juzgó y destruyó al diablo. Por eso, las buenas nuevas del evangelio dicen: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios”.

Parte de la acción disciplinaria de Dios con Israel en el pasado, ha sido la dispersión del pueblo entre todas las naciones. Actualmente Él trae a Su pueblo de nuevo a su tierra, en números nunca antes vistos. Y esto no lo hace porque este pueblo sea digno de ello, sino por causa de Sus promesas hechas a Abraham, Isaac y Jacob. Este fenómeno de la historia más reciente, sobrepasa por mucho, en tamaño, al éxodo de Egipto de los tiempos del Antiguo Testamento.

Un acontecimiento sumamente sorprendente a los ojos del mundo fue el colapso del comunismo y la caída de la Cortina de Hierro. Una consecuencia positiva de esto, consistió en el número sorprendentemente grande de cientos de miles judíos que inmigraron a Israel, provenientes de la antigua Unión Soviética. Ésta, hasta entonces, les había negado la salida. Fue conmovedor ver llegar al Aeropuerto Ben Gurión de Tel Aviv a los agradecidos inmigrantes de todas partes del mundo, pero especialmente a los que provenían de la Rusia situada al norte de Israel. Algunos de ellos estaban tan emocionados que besaban el suelo debajo de sus pies y lloraban de alegría. Los observadores de estas conmovedoras escenas, que conocían las Escrituras de los profetas del Antiguo Testamento, obligadamente se acordaban de una promesa que Dios hiciera hace 2.500 años atrás y que, según Su voluntad, debía cumplirse en los postreros días:

“Porque así ha dicho Jehová: Regocijaos en Jacob con alegría, y dad voces de júbilo a la cabeza de naciones; haced oír, alabad, y decid: Oh Jehová, salva a tu pueblo, el remanente de Israel. He aquí yo los hago volver de la tierra del norte, y los reuniré de los fines de la tierra, y entre ellos ciegos y cojos, la mujer que está encinta y la que dio a luz juntamente; en gran compañía volverán acá. Irán con lloro, mas con misericordia los haré volver, y los haré andar junto a arroyos de aguas, por camino derecho en el cual no tropezarán; porque soy a Israel por padre, y Efraín es mi primogénito. Oíd palabra de Jehová, oh naciones, y hacedlo saber en las costas que están lejos, y decid: El que esparció a Israel lo reunirá y guardará, como el pastor a su rebaño. Porque Jehová redimió a Jacob, lo redimió de mano del más fuerte que él. Y vendrán con gritos de gozo en lo alto de Sion, y correrán al bien de Jehová, al pan, al vino, al aceite, y al ganado de las ovejas y de las vacas; y su alma será como huerto de riego, y nunca más tendrán dolor” (Jer. 31:7 al 12).

¿Por qué debía cumplirse esta promesa en el tiempo conocido como “los postreros días”? La razón es clara y de gran importancia para nuestra temática. La segunda venida del Señor no podía tener lugar hasta que Israel como nación nuevamente viviera en su propia tierra, porque a ese lugar volverá Cristo durante la batalla del Armagedón para salvar a Su pueblo de la destrucción.

¿Cuánto hemos entrado ya en el tiempo del fin? ¿Cuándo viene ese día? Una señal significativa de su cercanía es el cumplimiento de las muchas profecías, dadas hace miles de años atrás, con respecto al regreso de los judíos a Israel en los postreros días. Yahvé cumple Su promesa. Si Él no cumpliera Su palabra, podríamos cuestionar Su carácter y profanar Su santo nombre. A menudo, Él hizo anunciar por los profetas Su plan de traer de regreso a los israelitas a su tierra en los últimos días: “No lo hago por vosotros, oh casa de Israel, sino por causa de mi santo nombre, el cual profanasteis vosotros entre las naciones adonde habéis llegado” (dice en Ez. 36:22). Y en Is. 49:3: “Mi siervo eres, oh Israel, porque en ti me gloriaré”.

El regreso de Israel a su tierra de verdad es una señal significativa e irrefutable del tiempo del fin. Hoy se cumplen las profecías, ya que los ojos del mundo están dirigidos hacia ese trocito de tierra aparentemente tan insignificante, diminuta y árida. Esa tierra se convirtió en una “copa que hace temblar” a las naciones, ya que en el mundo entero hay preocupación con respecto a lo que ocurre allí.

Quien compara las profecías sobre Israel con la historia de ese pueblo, difícilmente podrá seguir denominándose ateo. ¿Se puede negar que Jesucristo es el único Redentor? Su venida, predicha por los portavoces de Dios, está íntimamente relacionada con Israel y su larga y penosa historia de dispersión y regreso a la tierra de la promesa.

El otro tema principal de la profecía bíblica es el Mesías, quién debía salir de, y volver a, Israel. Las profecías específicas y numerosas sobre la venida de Cristo, y su cumplimiento en la vida, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, proveen pruebas concluyentes de que Él es el Mesías, el Redentor. Las mismas también prueban la existencia de Dios, quien inspiró las profecías de los profetas bíblicos.

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