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Autor: René Malgo

Israel rechazó la pretensión de poder de Dios. Por lo tanto, fue puesto a un lado, y el dominio de Dios pasó a la iglesia de Jesucristo. Pero, este dominio de Dios – a través de la iglesia de Jesucristo – está llegando a su fin. Dios ha retomado el hilo con Israel. Así que: ¿Cuál será el punto final de este tiempo?

 


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PE2163 – Estudio Bíblico
El pacto eternamente válido



Hola amigos! Cómo están? La bendición de Abraham no es solamente para Israel, sino para todas las naciones – a través de la fe en Jesucristo. Eso es lo que Pablo explica en Gálatas 3. “Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa”. Esta verdad, esencialmente maravillosa, podría presentarnos la pregunta: ¿Y qué de Israel, el receptor original de la bendición abrahámica? El apóstol Pablo responde a esta pregunta en la carta a los romanos, capítulos 9 al 11, pero ya da indicios de la solución en Gálatas 3, formulándolo de la siguiente manera:

“Hermanos, hablo en términos humanos: Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade. Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo. Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa. Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a Abraham mediante la promesa.”

En Gálatas 3:15, Pablo habla “en términos humanos”, como él mismo lo aclara. No dice esto en forma negativa, sino que significa – como lo explica un intérprete – algo así como: “Hermanos y hermanas, les doy un ejemplo de la vida diaria.” El ejemplo es: “Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade.” La palabra del griego antiguo que aquí es traducida como “pacto”, también puede significar testamento. Dicho abiertamente: los exegetas no están seguros a qué tipo de pacto humano Pablo se refiere aquí. Eso en sí no es nada trágico. Su explicación igualmente es comprensible en la actualidad. En otras palabras: del mismo modo en que nadie puede invalidar un pacto humano (sea cual fuere al que Pablo se refiera), del mismo modo la ley no puede invalidar el pacto de Abraham. La comparación “de la vida diaria”, que Pablo comienza en el versículo 15, la completa en el versículo 17: “Hermanos, hablo en términos humanos: Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade… Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa”. Conclusión: el pacto abrahámico es inderogable, inalterable. Punto. Fuera. Fin de la discusión.

Pero, eso no es todo. Pablo inserta el comentario del versículo 16. Y éste de alguna manera parece no pertenecer a la cadena de argumentación. Es como un salto de pensamiento que Pablo hace. Este versículo podría ponernos ante grandes problemas, según nuestra convicción teológica. Porque en Gálatas 3:16 el apóstol parece “espiritualizar” bastante el Antiguo Testamento, al escribir: “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: ‘Y a tu simiente’, la cual es Cristo.”

¿Dónde está el problema? Como explica el exégeta bíblico Douglas J. Moo, si bien la palabra subyacente en el texto original para “simiente” es singular en su forma, es plural en su significado.
¿Qué hace Pablo aquí? Como él habla tanto de pacto como de simiente, el apóstol parece tener en mente la promesa del pacto de Dios con Abraham (de Gn. 15 y 17). En esta promesa, Dios se refiere repetidamente a pacto y simiente, pero claramente con el significado: varios descendientes. Y allí, el Señor también dice, entre otras cosas: “Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos”.

Y aquí viene el problema. ¿Será que Pablo quiere decir aquí que esto ya se habría cumplido en una persona, es decir en Jesucristo? Justamente eso es lo que dicen los defensores de la teología de la sustitución: que todas las promesas se habrían cumplido en Jesucristo, y por eso, la promesa de tierra hecha a Israel ahora debe ser entendida como espiritual.

Sí: Pablo declara que el cumplimiento está resumido en una persona: Jesucristo. Y no: con esto él no está enseñando ninguna teología de la sustitución.

Es muy posible que al escribir Gálatas 3:16, Pablo haya tenido en mente la afirmación de Génesis 22:18. Allí Dios le dice a Abraham, con respecto a Isaac: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra.” Allí, de hecho, parece referirse a una sola persona y se puede ver una proyección con respecto al Mesías. Lo indiscutido, de todos modos, es que: los judíos en el antiguo pacto han esperado a una persona como Mesías, a un descendiente de David, el Mesías, la simiente que le hiere la cabeza a la serpiente (Gn. 3:15). De esto también habla Balaam en sus profecías.

Pablo no “espiritualiza”, sino que más bien retoma una esperanza judía. Él pone de manifiesto: “Miren esto, esa “una” simiente prometida, verdaderamente es Jesucristo. Ya Abraham lo tenía a ÉL en mente.” Y, después de todo, en Gálatas 3:29 vemos también que Pablo entiende “simiente” como varios. Él no “espiritualiza” la promesa, sino que muestra lo amplia que es verdaderamente: todos los que creen en Jesucristo son descendientes de Abraham. Pablo deja claro, en el versículo 16, que la bendición de Abraham sólo viene a través de una persona determinada, es decir, a través de ese “un” gran descendiente, a través de Jesucristo, y no a través de la ley.

Y, por eso, escribe en Gálatas 3:17 y 18: “Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa. Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a Abraham mediante la promesa.”
En el versículo 16, según opinan algunos exégetas, Pablo se apoyó en la forma rabínica de argumentación y en la esperanza judía del Mesías. Pero, ahora él rompe radicalmente con la tradición judía. En el judaísmo, el pacto con Abraham y el pacto con Moisés son vistos como formando un conjunto, en el cual el pacto con Abraham es la primera fase, y el pacto con Moisés, en cierto sentido, su conclusión. Pero, frente a esto, Pablo explica, diciendo: “No, no. La ley debe ser considerada como separada del pacto con Abraham.” Ya antes, en ese capítulo, Pablo demostró que Abraham no recibió la promesa a través de las obras de la ley, sino a través de la fe. Eso Pablo también lo explica en Romanos 4.

La noticia eminente, extraordinaria, liberadora, aquí, es: el pacto con Abraham no está atado a la ley que “fue agregada”, como Pablo dice más adelante. No, el pacto de Abraham existe por sí solo; no puede ser cambiado ni invalidado. Es incondicional. El pacto de Abraham es cumplido a través de Jesucristo, lo que significa: Primero, para nosotros los gentiles que creemos en Jesucristo: tenemos parte en el pacto de Abraham. Podemos compartir la bendición. Como lo dice Pablo en Efesios 2 y 3, somos conciudadanos, coherederos, incorporados. En ese único descendiente sin tacha de Abraham, Jesucristo, somos también hijos de Abraham. Nos espera una sobreabundante riqueza de bendiciones y gloria, que ahora no somos capaces de captar. El pueblo escogido, en cierto sentido, fue ampliado. Y, segundo, y ahora viene lo que eso significa para los judíos: Dios no ha desechado a Israel. Eso es imposible. La ley quebrantada por Israel no puede invalidar el pacto unilateral de Dios con Abraham. El acceso a la bendición de Abraham no pasa por la ley que condena a Israel, sino por el Mesías que murió por Israel.

Lo que Dios ha prometido, Él lo cumple. Y la promesa dada a Abraham, Dios también la repitió frente a Isaac, frente a Jacob, frente a las doce tribus de Israel. A través de los profetas. Una y otra vez: “Ustedes, israelitas, ustedes habitarán la tierra y Dios morará y gobernará entre medio de ustedes.” La promesa, de la tierra, de la bendición, de la gloria, es inderogable por basarse en el pacto de gracia con Abraham, y no en la ley de Moisés. A través del israelita perfecto Jesucristo, Israel también recibirá la tierra, la bendición, la gloria. Porque Jesucristo es el “verdadero descendiente de Abraham”, Él obedeció la ley, la cumplió y la quitó. Él ha despejado el camino hacia la bendición de Abraham.

Conclusión: para poder disfrutar del pacto de Abraham, Israel no tiene que regresar al antiguo pacto de Moisés, que ha sido quitado, sino que tiene que creer en el Mesías Jesucristo, quien es el mediador del nuevo y mejor pacto. Y la Biblia profetiza que justamente eso es lo que sucederá en el futuro, cuando Dios mismo convierta a Su pueblo (Ro. 11:25 y 26).

De modo que el futuro de Israel, prometido en el pacto de Abraham, no depende de las condiciones de la ley “surgidas 430 años después”, sino de esa única “simiente” Jesucristo mismo. Esto nos lo muestra Gálatas 3:15 al 18. Y eso hace que la “restauración” de Israel, sea tan segura como el Amén en la iglesia.

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