El misterio de la obediencia a la fe entre las naciones. El misterio de Cristo en vosotros, la esperanza de gloria.

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Titulo: “El misterio de la obediencia a la fe entre las naciones”  “El misterio de Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”.

Autor: Norbert Lieth
  Nº: PE915

Fácilmente se puede decir: “Yo creo”. Pero si esta fe no está unida a la obediencia, tal declaración es una mera confesión de labios.

En la actualidad, el propio término “obediencia” ha adquirido un dejo negativo, precisamente porque los líderes humanos no son perfectos. Pero aquí se trata de algo mucho más sublime; se trata de Dios mismo; Él es perfecto, y la obediencia a Él lleva hacia la vida eterna. Debido a esto, Pablo sostiene que la obediencia es un misterio de la fe.


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El misterio de la obediencia a la fe entre las naciones

Estimado amigo, entre los siete misterios de la fe de los cuales hablaba Pablo, el misterio de la obediencia a la fe es el más fácil de comprender, pues se refiere a la práctica de la fe, y por lo tanto, es visible. Por otra parte, sin embargo, es el más descuidado y menospreciado, por eso Pablo califica la obediencia a la fe como un misterio. La obediencia, como quien dice, es el sello de pureza de la fe.

  Fácilmente se puede decir: “Yo creo”. Pero si esta fe no está unida a la obediencia, tal declaración es una mera confesión de labios. Por eso, era importante para Pablo subrayar la íntima relación entre la fe y la obediencia. Esto lo hizo, especialmente, en la carta a los Romanos, en la que aparece dos veces la expresión “obediencia a la fe”. En ella relaciona la obediencia a la fe con el misterio de Cristo (capítulos 1:5 y 16:25-26).

  Pablo, por un lado, habla del misterio del establecimiento de la obediencia a la fe entre las naciones (Romanos 15:16-19), para lo cual Dios, en su gracia, utilizó al apóstol como herramienta especial. Por otro lado, habla acerca de la obediencia del creyente como prueba de su nueva existencia y de su nuevo ser (Romanos 6). De manera que escribe: “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?” (Romanos 6:16). Con el término esclavo, se expresa que el mismo tiene que moverse en total dependencia de su Señor. Ciertamente un esclavo ya no tiene voluntad propia, por lo que en otras traducciones de la Biblia se utiliza el término “siervo”. Un siervo obedece voluntariamente a su señor, y es eso lo que el texto mencionado en realidad quiere expresar. Ambos términos son muy poco utilizados hoy día, y en el caso de usarse tienen un dejo negativo. Pero en la carta a los romanos la voz “esclavo”, o bien “siervo”, tiene un significado exclusivamente positivo, pues se refiere a una subordinación en obediencia a la fe, ya que Dios sólo quiere lo mejor para los suyos.

 

  En la actualidad, el propio término “obediencia” ha adquirido un dejo negativo, precisamente porque los líderes humanos no son perfectos. Pero aquí se trata de algo mucho más sublime; se trata de Dios mismo; Él es perfecto, y la obediencia a Él lleva hacia la vida eterna. Debido a esto, Pablo sostiene que la obediencia es un misterio de la fe.

 

  Uno de los mayores enemigos de Dios es la razón del ser humano. Y tal como Pablo lo expresa en 2 Corintios 10:4, el arma espiritual contra las fortalezas de las “sutilezas” humanas es la obediencia a Cristo. Según el versículo 5, con ella podemos derribar toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios y llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo. Lamentablemente, en la cristiandad actual se habla mucho sobre la fe pero muy poco sobre la obediencia. Pero la obediencia y la fe son inseparables, ¿pues cómo se puede creer algo si uno no se subordina a sí mismo en obediencia? Lo que esto significa, lo retuvo y transmitió Pedro de manera muy acertada: “como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo”(1 Pedro 1:14-16).

Es decir: El fruto de la obediencia es la santidad. Sin embargo, para los cristianos modernos este concepto resulta exagerado. Sólo excepcionalmente la santidad es considerada como algo obligatorio. Pero aquí se habla de un “asunto normal” en el proceso del crecimiento espiritual de un creyente, cuyo fin lleva hacia la vida eterna, tal como podemos leer en Romanos 6:22-23. Mas allá de esto, acerca de nuestro Señor Jesús, se dice que cumplió la difícil comisión en obediencia a su Padre. Debido a su obediencia, se convirtió en el autor de la salvación eterna para todos aquellos que, por su parte, le obedecen a Él (Hebreos 5:7-9). Es por eso que la obediencia a la fe en Jesucristo es de decisiva importancia. En Romanos 16:19, Pablo alaba a la iglesia en Roma por su obediencia. Para él esta obediencia de los hijos de Dios es motivo de sumo gozo. ¡Qué así sea también en nuestras vidas, qué nuestra obediencia a Cristo sea conocida por doquier!

 

El segundo punto que quiero tocar en esta oportunidad es: 

El misterio de Cristo en vosotros, la esperanza de gloria

 

  Este misterio de Cristo es el apogeo de la fe en Él. En Colosenses 1, Pablo habla acerca de esto. Lo denomina el cumplimiento de la Palabra de Dios (v. 25); un misterio que le fue revelado a los santos (v. 26); las riquezas de la gloria (v. 27) y la perfección en Cristo (v. 28).

  Aquí se trata de la clave de la fe en Jesucristo. Cuando Nicodemo lo visitó en la noche, para informarse acerca del misterio de Su poder, Jesús hizo alusión a este gran misterio: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. … De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:3, 5,6).

 

  ¿Conversión y nuevo nacimiento son idénticos?

  Algunos cristianos entienden, que sea cual fuera el caso, la conversión y el nuevo nacimiento son idénticos, o que el nuevo nacimiento sigue inmediatamente a la conversión. Alguien puede haberse convertido una vez, pero nunca haber llegado a nacer de nuevo. La conversión procede del hombre y depende de nosotros; el nuevo nacimiento, sin embargo, proviene de Dios y no puede ser “manipulado”. De todas maneras, está determinado decisivamente por nuestra actitud. El propio Señor Jesús nos lo aclara con estas palabras: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él. … El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:21,23). Jesús, categóricamente, nos da a entender aquí que al hecho de que su Espíritu more en nosotros, le precede una prueba de pureza de nuestra fe. Con esto, quiere garantizar que nuestro amor hacia Él, a través de la obediencia a su Palabra y a sus mandamientos, sea puro. Sólo entonces acontecerá el “nuevo nacimiento” de Su Espíritu, y Él hará morada en nuestro corazón.

  Realmente es un misterio muy profundo, que por otra parte, está vinculado con el misterio de la obediencia a la fe, tratado en la primera parte del programa.

 

  ¿El nuevo nacimiento es visible?

  El nuevo nacimiento tiene que ser visible; si no tal fuera el caso sería preocupante. Ser semejantes a Cristo es la meta máxima de nuestra fe. Sabiendo esto, Pablo hacía todo lo posible por presentar a cada hombre perfecto en Cristo (Colosenses 1:28-29).

 

  La morada del Espíritu en nuestro ser: una condición indispensable para la salvación.

  En la carta a los romanos, Pablo subraya esta necesidad de la siguiente manera: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8:9). Las palabras son muy claras. Alguien podría afirmar ahora: – Pero no depende de mí que el Espíritu de Dios more en mí. Por eso, Pablo le llama a este estado “estar en Cristo”. A esto podemos acotar algo. Las palabras de Jesús en cuanto a permanecer en él son muy importantes (Jn.15:4 en adelante). Juan retoma este tema en su primera carta y dice: “Todo aquel que permanece en él, no peca” (1 Jn 3:6). Por eso, en Romanos 8:1 Pablo pudo decir: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”.

 

  Una condición necesaria para la resurrección a la gloria: 

  Cuando Pablo habla acerca de la esperanza de gloria a través del misterio de “Cristo en nosotros”, se refiere a la gloria que Dios preparó en el cielo para todos los que le aman. El Espíritu que mora en nosotros, a través de la obediencia a la fe, constituye las arras que nos identifica como coherederos de la gloria venidera (Romanos 8:11).

  El maravilloso conocimiento del misterio de “Cristo en vosotros” provocó en Pablo profunda reverencia (Efesios 3:14), lo que lo llevó a orar de la siguiente manera por la afirmación de los creyentes: “para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor,  seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (vers. 16-19). Cristo en nosotros y nosotros en él – ése es el misterio de la salvación.

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