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21 febrero, 2008
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Titulo: “El misterio de Dios, que es Cristo”.

Autor: Norbert Lieth
  Nº: PE913

La revelación de los misterios de Dios a través de Jesucristo, es algo que no puede dejar de enfatizarse ni de recordarse. ¿Cuál es en realidad la propuesta de Jesús? Se trata de un perdón total para todos aquellos que crean en Su palabra. Y además de esto, promete la vida eterna.

Le invitamos a descubrir más acerca de este tan grande misterio de Dios revelado

en la Biblia.


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 “El misterio de Dios, que es Cristo”.

 

 Estimado amigo, la revelación de los misterios de Dios a través de Jesucristo, es algo que no puede dejar de enfatizarse ni de recordarse. Cuando Jesús comenzó a hablar de los misterios del reino de Dios, sus palabras fueron desechadas. Debido a eso comenzó a hablar en parábolas.

  Jesús le dijo a sus discípulos: “Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen. Porque de cierto os digo, que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron” (Mateo 13:16-17). Pero hasta para sus propios discípulos la dichosa buena nueva, el evangelio, era difícil de comprender. Reconocemos esto a través de las palabras de Jesús: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar” (Juan 16:12). Por eso también dijo: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir” (versículo 13).

  Dios pudo revelar de manera especial los misterios de su reino por medio de Pablo. Este hombre pone todo su empeño para que el misterio de Cristo sea comprensible y reconocible. Él mismo manifiesta: “Porque quiero que sepáis cuán gran lucha sostengo por vosotros, y por los que están en Laodicea, y por todos los que nunca han visto mi rostro; para que sean consolados sus corazones, unidos en amor, hasta alcanzar todas las riquezas de pleno entendimiento, a fin de conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Colosenses 2:1-3).

  O sea, que para Pablo realmente fue una lucha hacerle comprender a los recién convertidos el misterio de Cristo.

 

  ¿En qué consiste lo extraordinario de la comprensión del misterio de Cristo?

Juan 5:24 lo expresa claramente: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida.” ¿Cuál es en realidad la propuesta de Jesús? Se trata de un perdón total para todos aquellos que crean en Sus palabras. Los judíos desde siempre han defendido la interpretación, que todas las personas un día iban a ser juzgadas ante Dios. Pero aquí, a través de Jesús el Mesías se reveló algo completamente nuevo, es decir que a través de la fe en Él existe una liberación del juicio divino. Y no es todo: Además de esto promete la vida eterna, promesa que el Antiguo Testamento no conoce, excepto en una declaración temporalmente muy tardía (Daniel 12:2), en la cual se utiliza esta expresión anunciando algo que aún habría de venir.

 

Según Romanos 5:18 Jesús compró del poder de la muerte a aquellos que en él creen. Pero, sin fe nadie es justificado ante Dios. A pesar de que una persona lleve una vida muy moral y no sea consciente de ningún pecado, debido al pecado no es justa ante Dios, pues justificado sólo es aquel que ha aceptado el ofrecimiento misericordioso de Dios en Jesucristo. Este reconocimiento llevó al apóstol Pablo a estimar todas las cosas por basura y proclamar: “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Filipenses 3:8-9).

 

  Precisamente por esta declaración Pablo aún hoy en día es desechado por los críticos judíos. Aquel que crea poder justificarse ante Dios mediante la obediencia a los mandamientos, nunca podrá aceptar este mensaje. El mensaje central del evangelio no sólo es: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29), sino que incluye además la fe personal individual, tal como lo dijera Jesús: “…Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:14-15). Aquí el Señor dice que sólo aquel que en él cree tiene vida eterna. Con eso expresa que el creyente ya ahora posee la vida eterna y no recién en el futuro.

 

 

  Para poderlo comprender mejor veamos el ejemplo de Adán y Eva cuando la muerte se introdujo a la humanidad. Dios le dijo a Adán que el día en que comiera del árbol de la ciencia del bien y del mal moriría (Génesis 2:17). ¿Adán murió ese día? No. Pero aquel día  marcó su destino. El pecado lo separó de aquel que es la vida eterna misma. Adán no tenía vida eterna en sí mismo porque fue creado del “polvo de la tierra” (Génesis 2:7). La garantía de su vida consistía únicamente en su comunión con Dios la cual fue destruida por el pecado. Es por eso que Jesús puede decir que aquel que cree en él tiene vida eterna. Nosotros, quienes creemos en él, aún no percibimos esto en nuestro cuerpo mortal. Pero así como a través del pecado Adán llevó consigo la semilla de la muerte, así todos cuantos creen en Jesús vuelven a tener una comunión viva con Dios a través del nuevo nacimiento (Juan 3:3) y llevan consigo la semilla de la vida eterna. Realmente este es un gran misterio de Dios. Pedro escribe, que hasta los ángeles anhelan mirar estas cosas (1 Pedro 1:12) porque también para ellos habían estado ocultas.

  La misteriosa declaración de Jesús sobre Juan el Bautista también nos muestra que el mensaje del evangelio del reino de Dios se refiere a algo totalmente nuevo y extraordinario: “De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él” (Mateo 11:11). Jesús da a entender con esto, que quienes son nacidos del Espíritu un día asumirán un puesto muy especial en el reino de Dios. Serán quienes estarán más cerca del Señor, así como lo está la mujer del hombre. Por eso a través de la fe en Cristo son justificados y llamados “esposa del cordero” (Apocalipsis 19:7-8).

  Cuando Jesús le da la gran comisión a sus discípulos no les dice que “cristianicen” a las naciones, les dice que hagan discípulos enseñándoles a guardar lo que él les había mandado (Mateo 28:19-20). Ser discípulo significa seguir el camino trazado por Cristo, con el fin de ser semejante al maestro. Cuando en el tercer capítulo de la carta a los Efesios Pablo intenta resumir en palabras la grandeza de Cristo, lucha por así decirlo para encontrar las palabras: “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo… para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:14. 16-19). En Cristo de veras se esconde una riqueza cuyas dimensiones una y otra vez nos deben impactar para que  podamos estar más firmes, arraigados y fundamentados en Él.

 

  Por esta grandeza y magnificencia de Cristo que lo sobrepasa todo, comprendemos por qué los ángeles estuvieron tan agitados con el nacimiento de Jesús. En el evangelio de Lucas encontramos el relato (Lucas 2:8-14). Uno de los grandes ángeles de Dios se les aparece a los pastores en los campos de Belén y les lleva personalmente la noticia del nacimiento del redentor, del Mesías y futuro príncipe de la ciudad de David. El mayor de los mensajes angelicales para la humanidad, además, fue resaltado por las alabanzas de las huestes celestiales que decían: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (versículo 14).

  A través de la fe ya podemos tener esa paz en nuestros corazones. Pero llenos de esperanza aguardamos el establecimiento de su reino prometido en el cual al fin reinará la paz sobre la tierra.

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