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Titulo:  “El Mesías, esperanza para el futuro” (parte 4).

Autor: Hal Lindsey
   Nº: PE884
 Locutor: Gerardo Rodríguez

Escucharemos de aparentes contradicciones que se centran en el doble retrato del Mesías: 

  1. Por un lado, rey conquistador – por otro, humilde y sufriente
  2. Por un lado, ser humano – por otro, Dios mismo

Hubo muchas cosas que hicieron a Jesús único y atrajeron a las multitudes de su época: Milagros, su filosofía de amar a los enemigos, su idea de adorar y servir a Dios.

El Mesías señaló que la gente se acercaba a Dios con sus labios, con palabras, pero que sus corazones estaban lejos de El.

¡Escuche el refrescante llamado de Jesús!


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“El Mesías, esperanza para el futuro” (parte 4)

Estimado amigo, hoy, en primer lugar, vamos a mirar un poco la paradoja Mesiánica.

Tal vez no había aspecto en el que la gente, en los tiempos de Jesús, dependiera tanto del conocimiento del rabino, como en el tema de cómo sería el Mesías. Recordará que hemos dicho que los sabios, maestros, profesores, rabinos y escribas, a través de la historia judía, eran la máxima autoridad en lo que respecta a lo que Dios tenía que decirle al hombre. Con todo, entonces, el tema del Mesías era la fuente de las más variadas posiciones entre los maestros mismos. Esto se debe a las aparentes contradicciones obvias, entre el carácter y el rol del Mesías, que surgen de los pasajes proféticos de las Escrituras, los cuales muchos de los expositores judíos aceptaban como legítimamente mesiánicos.

Estas aparentes contradicciones se centraban en el doble retrato del Mesías: Por un lado, era alguien que vendría como rey conquistador, que restauraría a los judíos a su tierra y reinaría en paz sobre todo el mundo y, por otro lado, era una figura mesiánica que se mostraría humilde y sufriente, soportando los pecados de la gente e intercediendo por ellos ante Dios. Algunas veces se ve este contraste en un mismo pasaje de la Escritura, como en Isaías 52:13 y 14 donde habla del siervo de Jehová (refiriéndose al Mesías) como alguien que prospera y que es grandemente exaltado. Entonces también dice de él que su apariencia es desfigurada más que la de ningún otro hombre. En otras palabras, él experimentaría tanto la exaltación como la humillación.

Otro punto de aparente contradicción es el de si el Mesías sería un ser humano de extraordinarios poderes y habilidades o si sería, de hecho, Dios mismo. Muchas de las profecías mesiánicas hablan de él como de ambas cosas. Un ejemplo de esto es Isaías 9:6: 

“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro, y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”.

Aquí dice que el Mesías nacería como un niño, haciéndolo así un ser humano, pero a pesar de eso, el mismo versículo le llama luego Dios Poderoso, Padre Eterno, y Príncipe de Paz, todos nombres que son indicativos tan solo de Dios, implicando de esta manera que el Mesías sería de alguna manera tanto hombre como Dios.

No había entre los expositores judíos un acuerdo común al respecto de este tema en particular.

¡El Mesías que los Judíos Querían, y el que Recibieron!

En un nivel estrictamente pragmático, lo que los judíos del tiempo de Jesús realmente querían ver en un Mesías era alguien que cumpliera todas las predicciones de un gran libertador y rey; alguien que expulsara a los odiados gobernadores romanos de la tierra y que tomara el trono judío del usurpador idumeo Herodes. Todo lo que habían experimentado durante siglos era sufrimiento y persecución y su anhelo de liberación de todo eso estaba a flor de piel.

Debido a esto, estaban aquellos que, de tiempo en tiempo, surgían proclamando que eran el Mesías. Generalmente, aparecían con sueños de derrocamiento político y, al final, eran ellos los derrocados y la mayoría de sus nombres se perdieron en la historia.

Pero ese no fue el caso en el año 29 D.C. Ocho siglos atrás, el profeta Amós había predicho que llegaría un tiempo en Israel en el que habría tanta hambre y sed por la Palabra de Dios que las personas andarían errantes y procurarían poder escucharla. Este era en verdad el caso de la muchedumbre judía en los días de Jesús. Los líderes religiosos habían hecho tal cerco alrededor de la Palabra, pensando en protegerla, que hicieron que nadie pudiera acercarse a la verdad. Isaías predijo que esto sucedería. El dijo que llegaría el tiempo en el cual la gente se acercaría a Dios con sus palabras, honrándole con sus labios, pero sus corazones estarían lejos de él y su reverencia consistiría tan sólo en una tradición aprendida de memoria (Isaías 29:13).

Estas fueron las mismas palabras que Jesús le contestó a los fariseos y escribas que criticaban a sus discípulos por comer con las manos sucias, lo cual estaba en contra de una de sus tradiciones. Cuando, de manera acusatoria, le dijeron: “¿Por qué tus discípulos no andan conforme a la tradición de los ancianos, sino que comen pan con manos inmundas?” Jesús les dijo: “Bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: ESTE PUEBLO DE LABIOS ME HONRA, MAS SU CORAZON ESTA LEJOS DE MI. PUES EN VANO ME HONRAN, ENSEÑANDO COMO DOCTRINAS MANDAMIENTOS DE HOMBRES. Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres” (Marcos 7:5-8).

El Refrescante Llamado de Jesús

Hubieron muchas cosas que hicieron a Jesús único y atrajeron a las multitudes de su época. Sus milagros no tenían parecido a nada que la gente hubiera visto antes. Su filosofía de que ellos debían hacer el bien a sus enemigos era algo nuevo a sus oídos. Toda su perspectiva sobre la idea de adorar y servir a Dios era diferente a cosa alguna que les hubiera sido enseñada. Al centrarse las enseñanzas del judaísmo, principalmente, en el comportamiento exterior del hombre, dejaban de lado al hombre interior (quien es la fuente de las acciones) como si fuera intocable.

Los judíos eran conscientes de que cometían lo que Dios llamaba “pecado”, pero no sentían que eso surgiera de una naturaleza pecaminosa innata, sino que era algo que podía ser disciplinado por el hombre al estudiar la ley, orar y hacer buenas obras.

Fue en esta área donde radicó la diferencia más fundamental entre las enseñanzas de Jesús y la rabínica. El judaísmo comenzaba con la demanda de una obediencia y una justicia externa, la cual apuntaba a ser hijo de Dios como meta. Jesús dijo que el problema más grande del hombre era el problema interno, debido a su naturaleza pecaminosa, y él ofreció a los hombres el don gratuito del perdón de sus pecados haciéndoles, por lo tanto, hijos de Dios. Entonces dijo que la obediencia y la justicia sería el inevitable resultado de ser hijos de Dios. El ofreció darle al hombre un nuevo corazón, nueva esperanza de vida eterna, limpieza, el perdón de sus pecados, y una nueva relación de Padre a hijo con Dios, con todos los privilegios que eso implica.

Cuando enseñaba, como en el Sermón del Monte, él decía: “Oísteis que fue dicho a los antiguos” y, entonces, continuaba y citaba uno de los mandamientos externos que había sido adoptado en sus tradiciones. Luego asombraba a la gente al decirles: “Pero “yo” les digo que no son tan sólo las “acciones” pecadoras las que serán juzgadas por Dios, sino también los “motivos” en el corazón del hombre que le llevaron a tales acciones.”

La gente pudo ver, en base a esto, que él no hablaba como los escribas y fariseos, quienes se la pasaban citando a otros maestros que apoyaban sus enseñanzas. El hablaba como alguien que tenía la autoridad de Dios en sí mismo. El le dijo a los líderes judíos: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Juan 5:39,40).

En pocas palabras: Jesús señaló, claramente, el problema de la gente de sus días y de los creyentes de todos los tiempos. El dijo que era el camino, la verdad y la vida, pero que el hombre debía estar dispuesto a venir a él para tener vida eterna (Juan 14:6).

Es mi anhelo más ferviente, querido amigo, que, a través de este estudio bíblico, veas por ti mismo que él es quien proclamó ser, el Mesías de Dios, el Salvador de la humanidad, y que te acerques a él para obtener vida eterna.

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