El Mesías, esperanza para el futuro (parte 3).

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Titulo: “El Mesías, esperanza para el futuro” (parte 3).

Autor: Hal Lindsey
  Nº: PE883
Locutor: Gerardo Rodríguez

La línea de David es preservada a pesar de varios intentos de exterminar a toda la simiente real de David.

Existe una paradoja: la expectativa y el rechazo del Mesías. Para entender esto hay que entender la mentalidad judía en los días de Jesús y la importancia de la tradición en aquel tiempo.


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“El Mesías, esperanza para el futuro” (parte 3).

La Línea de David es Preservada

En otra ocasión, en el tiempo en el cual los descendientes del rey David reinaban sobre la nación de Judá, hubo un rey perverso llamado Ocozías que apartó al pueblo de Dios. Su principal consejera fue su malvada madre, Atalía. Cuando murió su hijo, Atalía usurpó el trono y exterminó a toda la simiente real de David, o por lo menos eso fue lo que pensó. Pero sin que ella lo supiera, Dios se había encargado de preservar la vida de uno de los hijos del rey, un niño de un año llamado Joás, el cual fue escondido por su nodriza en la casa del Señor hasta que tuvo siete años. Después lo sacaron de su escondite y fue proclamado rey y su perversa abuela, quien había gobernado falsamente como reina, fue asesinada (2 Crónicas 22:1-12; 23:1-15).

Ahora, la clave de esta historia es la siguiente, si “todos” los herederos legales al trono de David hubieran sido destruidos, nunca hubiera habido un “Hijo Superior a David” que naciera más tarde, en la historia, para reinar “eternamente” sobre el trono de su padre David como el profeta Natán había dicho (1 Crónicas 17:1115). El linaje del rey David a través de su hijo Salomón, el cual tenía la heredad legítima al trono, hubiera dejado de existir allí mismo. Pero Dios, en su plan de traer al Mesías a este mundo, no iba a ser detenido por las estrategias de los hombres. El había dicho que un hijo de David reinaría por siempre sobre el reino de Dios y que nada iba a impedir que eso sucediera.

Vamos a hacer un paso más, estimado amigo, y estudiamos la Paradoja de la Expectativa y el Rechazo del Mesías.

Lo que has leído hasta el momento ha sido presentado a través de los ojos y la mente de un no judío, un gentil, el cual ha estudiado el Antiguo Testamento con regularidad durante los últimos veinticinco años, generalmente en el texto (oficialmente aceptado) hebreo masotérico. También he estudiado el Nuevo Testamento en griego con igual fervor y provecho. Como resultado de todo este estudio, parece ser extremadamente obvio que el Mesías que los judíos tanto anhelaban vino a este mundo hace 2.000 años en la persona de Jesús de Nazaret.

Con todo, la pregunta que continúa atormentándome a mí, y a tantos otros serios estudiosos de la Biblia, es: “¿Por qué no fue tan obvio para los judíos de aquel entonces que él era su Mesías?” El continuamente señalaba que las cosas que hacía, decía y declaraba eran cumplimiento de sus propias Escrituras proféticas. ¿No podrían ellos haber chequeado esto para ver si era verdadero o falso?

No hay una respuesta fácil a esta pregunta. Muchos miles de judíos sí le proclamaron como su Mesías y llegaron a ser nuevos hombres y mujeres al seguirle y cumplir sus enseñanzas, pero ¿por qué la mayoría de los líderes religiosos, quienes conocían las profecías concernientes al Mesías, no dieron su apoyo a Jesús anunciándolo a las personas como el prometido de Dios?

Para poder contestar estas preguntas debemos tomar en cuenta las cosas que estaban sucediendo con el judaísmo en los siglos anteriores a Cristo. Tenemos que ser conscientes que el Antiguo Testamento no registra todo. El judaísmo que muchos estudiosos de la Biblia piensan que existía en los días de Jesús es muy diferente al judaísmo que realmente controlaba las masas.

Una sola palabra resume lo que realmente controlaba todo el judaísmo desde que su último profeta, Malaquías, les había hablado 400 años antes de Cristo, y esa palabra es “tradición”. Tradición con respecto a Dios, tradición con respecto a sus leyes (Torá), tradición en lo que respecta a cómo vivir, comer, trabajar, adorar, casarse, e inclusive morir.

En realidad no había nada de malo con la tradición, y si los judíos no la hubieran tenido le hubiera dado mucho más trabajo a Dios preservarles intactos como nación por 4.000 años. Sea cual fuera la nación en la que se hallaran en cautiverio en algún momento de la historia, eso no perturbaba el transcurso de sus vidas ni la adoración a su Dios porque ya todo estaba establecido en su tradición. A medida que las paredes de los diferentes ghettos les cercaban, sus vidas se movían en torno a sus rabinos, sus sinagogas, sus leyes, su amor y su anhelo de ver la ciudad santa, Jerusalén, y su expectativa de un Mesías que vendría a liberarlos y regresarlos a su Eretz Israel.

Desafortunadamente, debido a que sus leyes y tradiciones requerían que vivieran de manera tan distinta a la del grupo en el cual a menudo se encontraban, esta “rareza” les causó el ser puestos en ridículo, ser objeto de desconfianza y hostilidad. Esto, sumado a la acusación que recibían por haber sido quienes crucificaron a Cristo, originó el alboroto de las muchedumbres hacia las comunidades y pueblos judíos, lo cual deja un saldo histórico de millones de víctimas inocentes.

El Desarrollo de la Tradición

¿Cuándo fue que todas estas tradiciones llegaron a ser una parte tan integral del judaísmo y cómo comenzaron a tomar el lugar de las “verdaderas palabras” de Moisés y los profetas en las vidas de los seguidores de Jehová Dios?

Cientos de volúmenes han sido escritos para contestar esas interrogantes, por lo tanto, todo lo que puedo hacer aquí es dar un brevísimo resumen.

Los judíos estuvieron cautivos en Babilonia por setenta años en el siglo sexto A.C. La amada ciudad de Jerusalén y el glorioso templo de Salomón yacían en devastadas y abandonadas ruinas. Cuando Babilonia fue derrotada por el imperio Medo Persa, en el 539 A.C., comenzó un nuevo día para la cautividad judía. Al rey persa, Ciro, le simpatizaban los judíos y les dio permiso para retornar a su tierra, como hombres libres, o de quedarse en Babilonia si así lo querían. A pesar de que la mayoría de ellos decidió quedarse, la cautividad había llegado oficialmente a su fin.

El regreso de los judíos a su nación fue logrado a través de tres expediciones por separado. El primer grupo volvió bajo el liderazgo de Zorobabel, un príncipe de Judá, y consistió en menos de 50.000 judíos. En un plazo de veinte años reconstruyeron el templo y restablecieron la adoración allí.

Unos setenta y ocho años más tarde la segunda expedición, que consistía en un pequeño grupo de peregrinos celosamente religiosos liderados por Esdras, llegó a Jerusalén. A su regreso encontró groseras inmoralidades, prácticas religiosas incorrectas y abusos por doquier. A raíz de eso, estos líderes religiosos vieron que el pueblo debería tener un rígido código de leyes para vivir o de lo contrario el judaísmo no sobreviviría. Esdras lideró la tarea de reunir y recomponer toda la ley mosaica y los escritos de los profetas judíos, básicamente en lo que conocemos hoy día como el Antiguo Testamento.

Entretanto, la tercer expedición de judíos babilónicos se llevó a cabo en el 444 A.C. bajo el liderazgo de Nehemías. Cuando él vio la desolación de la ciudad y los muros derribados, reunió a la gente y, a pesar de la amarga oposición de aquellos que eran mitad judíos (samaritanos) y de los no judíos pero que vivían en el área, los muros de Jerusalén fueron reconstruidos en cincuenta y dos días y la ciudad llegó a ser próspera una vez más, con un avivamiento de la gente en el servicio de adoración a Dios.

Mientras tanto, después de que Malaquías, el último profeta judío que fue reconocido, predicó y escribió sus últimas palabras, cerca del año 400 A.C., el pueblo fue dejado sin una voz directa de Dios. En la ausencia de una revelación fresca por parte de Dios, los hombres devotos del judaísmo comenzaron a entregarse totalmente al estudio y a las minuciosas interpretaciones de la ley. Desde la mañana hasta la noche, día tras día y año tras año, disecaron la ley en el esfuerzo de asegurarse de que no hubiera forma en que la gente pudiera tergiversar su propósito para la conducta diaria en ninguna manera, aspecto o forma.

Generación tras generación acumuló una gran cantidad de leyes orales y escritas al respecto de temas religiosos, morales y cívicos, las cuales iban de la mano de las verdaderas Escrituras y que, para muchos judíos, tenían más autoridad en sus vidas que las mismas Escrituras. La interpretación y la aplicación personal de estas leyes, en conjunto con las Escrituras, se dejaba principalmente en manos de los líderes religiosos. Los sabios, maestros, profesores, rabinos, escribas o cualquiera fuera el nombre con el que se los llamaba, a través de la historia judía, eran la máxima autoridad en lo que respecta a lo que Dios tenía que decirle al hombre.

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