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El Difícil Mensaje del Profeta 
(3ª parte)

Autor: Marcel Malgo

  El mensaje de los profetas no siempre es fácil de leer. Predicaban, según el caso, la gracia para los creyentes en Dios, o el juicio para los incrédulos. No obstante había una gran diferencia: el pueblo de Dios recibía el mensaje de juicio porque se había apartado, las naciones lo recibían porque habían despreciado a Dios.


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PE1955 – Estudio Bíblico
El Difícil Mensaje del Profeta (3ª parte)



Hola amigos! ¿Cómo están? Es una enorme prueba del amor de Dios, que justamente en este capítulo, donde se habla de pecado, culpa y disciplina, también se hable de salvación. Esto también está escrito para animarle a usted, que pertenece al Nuevo pacto y quiere seguir fiel a su Señor. Todo el proceso de formación de este mundo, el pecado, la injusticia, a veces casi parece paralizarnos a los hijos de Dios. Nos oprime, cuando llegamos a ser conscientes de todo eso tan negativo. ¡Pero esto aún no es el fin! No, justamente en el momento cuando la situación actual del mundo pareciera aplastarnos, deberíamos poner la mira en el ejemplo de Lucas 21:28, donde nuestro Señor mismo dice: “Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca”.

Sí, el que nos abre el camino, Jesucristo, viene otra vez e irá delante de nosotros. Nosotros abriremos camino y entraremos por la puerta y nuestro rey irá delante de nosotros. El apóstol Pablo describe ese glorioso acontecimiento futuro, e 1 Ts. 4:16 y17, de esta manera: “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”. Y luego, en el vers. 18, añade: “Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras”.

Puede que el mundo deje mucho que desear, que las pruebas sean cada vez más fuertes, que lo malo aumente demasiado, pero aun así, los que somos hijos de Dios sabemos: ¡el que abre camino está allí, y con Él vamos hacia un futuro glorioso!

Veamos ahora: Miqueas capítulo 3, que podríamos titular: A quien se le ha dado mucho, mucho se le pedirá.Miqueas 3 es tan serio como los dos capítulos anteriores. Después de proclamar el juicio, Dios acusa directamente a los diferentes grupos del pueblo. Los nobles de Israel oprimen tanto a su pueblo, que Miqueas los compara con animales salvajes que devoran a sus víctimas con salvaje avidez en los vers.1 al 3). La vindicación del Señor les tocaría en forma especialmente dolorosa: “Entonces clamaréis a Jehová, y no os responderá; antes esconderá de vosotros su rostro en aquel tiempo, por cuanto hicisteis malvadas obras” (nos dice el v. 4). Para nuestro Señor es un delito muy grande cuando uno se aprovecha de sus prójimos débiles (al respecto podemos leer Mt. 18:6). Dios se ocupa en forma especial de los débiles: “Y al extranjero no engañarás ni angustiarás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto. A ninguna viuda ni huérfano afligiréis. Porque si tú llegas a afligirles, y ellos clamaren a mí, ciertamente oiré yo su clamor” (nos dice Éx. 22:21 al 23).

En estos primeros versículos de Miqueas 3, también encontramos un mensaje para nosotros. En principio, es verdad que todas las cosas que les sucedieron a los israelitas, “les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (como leemos en 1 Co. 10:11). También nosotros, a veces, caemos sobre otros cual animales salvajes, como lo expresa Pablo en Gá. 5:15: “Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros”. Pablo escribió esto después de decir, en en los vers. 13 y 14, que uno debe servir al otro por amor, y que toda la ley se cumple en una palabra: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

¿Cómo puede ser que lleguemos a mordernos y comernos unos a otros en lugar de practicar el amor al prójimo? Suponemos que los nobles del tiempo de Miqueas, en su soberbia, se sentían superiores a la gente sencilla. Ellos pensaban que eran mejores. Esta actitud de orgullo es devastadora para una comunidad en la cual debería dominar el amor. Cuando uno, en lo profundo de su corazón, comienza a sentirse mejor, más piadoso, o más santo que sus prójimos, entonces se apaga el amor. Pero, debemos tener en cuenta que el Señor cuida especialmente de las personas que nosotros, quizás, trataríamos con menosprecio, y que, como leemos en Mi. 3:4, Él juzga en forma especialmente severa a los que oprimen a otros.

Miqueas también reprocha a los líderes espirituales de Israel: a los profetas que sólo profetizaban cosas buenas cuando recibían regalos, y cosas malas cuando no recibían nada: “Por tanto, de la profecía se os hará noche, y oscuridad del adivinar; y sobre los profetas se pondrá el sol, y el día se entenebrecerá sobre ellos” (dice en Mi. 3:6). A los adivinos y a los profetas engañosos les fue dicho: “Y serán avergonzados los profetas, y se confundirán los adivinos; y ellos todos cerrarán sus labios, porque no hay respuesta de Dios” (v. 7). También los sacerdotes que ya no ejercían su servicio como llamado, sino como ocupación, porque lo hacían exclusivamente por dinero, tuvieron que escuchar el fallo de Dios, en los vers. 11 y 12, al igual que los otros: “… sus sacerdotes enseñan por precio, y sus profetas adivinan por dinero; y se apoyan en Jehová, diciendo: ¿No está Jehová entre nosotros? No vendrá mal sobre nosotros. Por tanto, a causa de vosotros Sion será arada como campo, y Jerusalén vendrá a ser montones de ruinas, y el monte de la casa como cumbres de bosque”.

La verdad es que los principales culpables de que Jerusalén fuera devastada fueron los líderes, sacerdotes y profetas. Por supuesto que el pueblo también llevaba culpa, pero como los príncipes habían abandonado el camino de Dios, la caída estaba, en cierto sentido, programada de antemano. Que esto oprimía mucho al Señor, queda claro en los primeros dos versículos de Miqueas 3: “Oíd ahora, príncipes de Jacob, y jefes de la casa de Israel: ¿No concierne a vosotros saber lo que es justo? Vosotros que aborrecéis lo bueno y amáis lo malo…”

La gran responsabilidad que tenían los príncipes del pueblo en aquel entonces, también la tenemos los creyentes del nuevo pacto. ¡Porque usted y yo, todos nosotros, somos príncipes y sacerdotes! Apocalipsis 1:6, explica que Jesucristo nos ha hecho reyes delante de Dios, Su Padre. Pedro nos llama “linaje escogido, real sacerdocio” (en 1 P. 2:9). En la eternidad reinaremos como reyes (según Ap. 22:5), y este alto llamado ya lo llevamos dentro nuestro. Como creyentes, hemos sido hechos sacerdotes en Jesucristo. Nuestro servicio sacerdotal neotestamentario consiste en que cada uno de nosotros se entregue totalmente al Señor, se dé a sí mismo como sacrificio a Dios (como leemos en 1 P. 2:5 y 9). Y, como iglesia, tenemos la tarea sacerdotal de proclamar la luz de Dios a un mundo perdido. Pablo escribe en Ro. 15:16: “Para ser ministro de Jesucristo a los gentiles, ministrando el evangelio de Dios, para que los gentiles le sean ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo”.

¿Es usted consciente de su servicio sacerdotal real? Su responsabilidad no es en nada menor que la de los príncipes y sacerdotes del tiempo del profeta Miqueas. El Señor Jesús explica, en Lc. 12:48, que: “a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá”. Por eso, deberíamos cuidarnos de no oprimir, mentir y pecar como los líderes de aquel tiempo, mencionados en Miqueas 3. Más bien, deberíamos tomar en serio lo que explica Pablo en 1 Co. 3:17: “Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es”. Aquí, en un solo versículo, se describe toda la responsabilidad que tenemos nosotros como siervos del nuevo pacto.

 

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