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El Consolador – Unidad obrada por el Espíritu

(4ª parte)

Autor: William MacDonald

El Señor cuida de Sus discípulos y los quiere animar, describiéndoles la gran bendición del envío del Espíritu Santo, el Consolador. Y en Juan 16:13 y 14, nos habla del Espíritu de Verdad. Pero, se hallarán allí, también, indicaciones sobre la unidad del Espíritu. El autor quiere analizar este tema junto a nosotros.



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PE1807 – Estudio Bíblico
El Consolador – Unidad obrada por el Espíritu (4ª parte)



¿Cómo están amigos? Veíamos al final el programa anterior que: Realmente era el deseo del Señor Jesús no dejar a Sus discípulos huérfanos. Él tomó medidas para que después de Su despedida no les faltara nada. No los abandonó simplemente a su destino. El Consolador o Consejero, les haría acordarse de Jesús y de Sus palabras.

Analicemos esto: Dos veces nuestro Señor habla sobre este deseo: En Juan 14:26, donde dice: “Mas elConsolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”. Y en Juan 15:26: “Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí”. Esto es comprensible, ya que, en el Día de Su Ascensión al cielo, una nube lo quitó de delante de los ojos de los discípulos, y así Él desapareció definitivamente (como leemos en Hch. 1:9). Poco tiempo después, los discípulos fueron expuestos a un fuerte y crudo viento. Y no pasó mucho hasta que Pedro y Juan se encontraron, como si fueran criminales, ante el Concilio de Jerusalén. Y eso fue solamente el comienzo. Después, los discípulos de Jesús, a menudo, fueron fuertemente hostigados. Al contemplar este escenario, comprendemos lo hermoso del obsequio que el Señor le hizo a Sus discípulos.


El Señor Jesucristo no solamente les envió al Consolador, sino que también le dio a éste una tarea especial, la de recordarles constantemente, a los discípulos dejados atrás, Sus palabras. Y esto también nos puede alegrar y animar a nosotros. ¿No es verdad que más que nunca experimentamos un viento crudo que viene desde el abismo, y sentimos que, a veces, llegamos a nuestro límite? Las tentaciones internas se han vuelto enormes en la actualidad, a veces son casi alarmantes. Pero, esto no nos debe asombrar. Porque cuanto más proclamamos la unidad en Cristo, tanto más eso motivará al enemigo a atacarnos. Pero, justamente allí, se hace más válido para nosotros el legado que el Señor dejó a Sus discípulos.

También ahora, en nuestro tiempo, es el deseo entrañable del Espíritu Santo recordarnos constantemente del Señor y Sus palabras. Él, en persona, desea revelarnos la verdad completa (de la cual nos habla Jn. 16:13). Es decir que: Desea glorificar al Señor en nosotros, para que podamos mantenernos firmes ante el enemigo.


Cuando un hijo de Dios permanece en pecado, lamentablemente, sucede que la obra del Espíritu Santo es comprimida al mínimo. Esto no significa que el Espíritu Santo abandone a los hijos de Dios – ya que Él mora permanentemente en los creyentes nacidos de nuevo. Pero, Él se retira cuando existe un pecado desconocido y no perdonado. Pablo habla de este alejamiento del Espíritu Santo, en Efesios 4:30 y en 1 Tesalonicenses 5:19, diciendo: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios”… “No apaguéis al Espíritu.”

Por eso, deberíamos llevar siempre toda discordia a la cruz, en forma inmediata y completa. De este modo, el Espíritu Santo podrá continuar haciendo Su maravillosa obra en nosotros. Él puede hacernos recordar a Jesucristo, quien ha dicho, por ejemplo: “Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (así está escrito en Jn. 10:28 y 29). La eterna seguridad de la salvación – esto significa una firme ancla que alcanza la eternidad. ¿Qué más puede desear un hijo de Dios?

Para terminar, veamos algunas características del Espíritu Santo:

– El Espíritu Santo es la, así llamada, tercera persona de la trinidad de Dios. Esto se ve, por ejemplo, en Mateo 28:19, donde Jesucristo dijo: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.”


El Espíritu Santo tiene cualidades que lo identifican claramente como Dios. Él es, por ejemplo, eterno (así nos dice He. 9:14) y omnisciente (como está escrito en 1 Co. 2:10). En Él está el “poder del Altísimo”, de modo que Él es todopoderoso (así leemos en Lc. 1:35). Y Él también es omnipresente (como lo dice el Sal 139:7 al 10).


Él tiene cualidades que sólo una persona tiene. Por esa razón, no puede ser un “poder”. El cristiano, por ejemplo, puede entristecer al Espíritu Santo (hacer que Él se ponga triste; esto leemos en Ef. 4:30). Un poder no puede ser entristecido. El Espíritu Santo enseña y recuerda (como dice Jn. 14:26), Él investiga (como está escrito en 1 Co. 2:10), y Él llama (como lo asevera Ap. 22:17). O sea: Tiene personalidad.


El Espíritu Santo participó en la creación (esto lo vemos en Gn. 1:2; en Sal. 104:29 y 30; y lo podemos deducir también de Jn. 6:63).


En el Antiguo Testamento, el Espíritu Santo venía sobre, o entraba, en determinadas personas para tareas determinadas (por ejemplo, en los profetas, como vemos en Ez. 2:2; en los jueces, como está escrito en Jue. 6:34; o en los reyes, como nos dice 1 S. 16:13). Pero, también podía volver a ser quitado (así se dice en el Sal. 51:13).


En el Nuevo Testamento, el Señor Jesús anunció a Sus discípulos que el Espíritu Santo vendría como Consolador (lo leemos en Jn. 16:7).


En Pentecostés, los creyentes fueron bautizados con el Espíritu Santo y se formó la iglesia (según Hch. 1:5; y 2:1 al 13). Todo creyente, en su conversión, es bautizado por él una sola vez en el cuerpo de Cristo, la iglesia (esto lo dice 1 Co. 12:13).


Todo creyente es sellado con el Espíritu Santo, quien es las arras de nuestra herencia en el cielo (como afirma Ef. 1:13 y 14). De modo que un verdadero creyente no puede perder al Espíritu Santo, quien mora dentro de él (según leemos en 1 Co. 6:19), pues ha nacido de nuevo a través del Espíritu (como está escrito en Tito 3:5).


El Espíritu Santo reparte dones determinados a cada creyente, “como Él quiere” (así lo dice 1 Co. 12:11).


También, antes de la conversión, el Espíritu Santo obra en la persona convenciéndola de “pecado, justicia y juicio” (como vemos en Jn. 16:8 al 11).


Y cuando Jesucristo vuelva en gloria, y establezca Su reino mesiánico de paz de mil años de duración, el Espíritu Santo será derramado “sobre toda carne” (como está profetizado en Joel 3:1). Por eso, (como menciona Is. 11:9) la tierra, entonces, “será llena del conocimiento del Señor, como las aguas cubren la mar”.


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