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Titulo: El camino a la perfección
Autor: Wim Malgo
  Nº: PE842

Locutor: Herman Hartwich 

¿Cómo, si Dios ya habita en nosotros, podemos, aún, ser llenos de “toda plenitud de Dios”?¿Cuáles son, pues, las causas de la estrechez espiritual del corazón?


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El camino hacia la perfección (parte 3) 4 de 4

Estimado amigo, “No limites al Dios infinito”.

Me pregunto: ¿Cómo, si Dios ya habita en nosotros, podemos, aún, ser llenos de “toda la plenitud de Dios''? La respuesta es: ¡Esto quiere decir que el Ser infinito, eterno e ilimitado del Señor, que ya habita en los Suyos, no queda más restringido sino que Su plenitud divina, en su multiplicidad, recibe cada vez más espacio en aquéllos que ha comprado por Su sangre! ¿Cuáles son, pues, las causas de la estrechez espiritual del corazón? Encontramos la respuesta en 1 Juan 3:9: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.'' ¡El “nuevo hombre'' en ti, es uno con Cristo y no peca! 1 Juan 5:4 dice: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.'' En otras palabras: Todos los sectores de tu vida en los cuales el Señor ha recibido espacio, “vencen al mundo''. ¿Cuánto espacio ya ha recibido el Señor en ti? ¿Ya ha podido librar tu espíritu de tu egocéntrico yo? Pues El no quiere compartir la casa con el viejo hombre. No, El quiere habitar en tu espíritu. “…los que en espíritu servimos a Dios…'', dice Pablo (Fil. 3:3). La estrechez espiritual, por la cual no Le damos espacio al Señor en nosotros, proviene de nuestra vieja naturaleza egocéntrica. Sin embargo, ¡ésta debe estar en la muerte de Jesús! Pues el Señor, que habita en ti, quiere abrirse paso a todos los sectores de tu vida y llenarlos con Su gloria ilimitada. Este es, por lo demás, el tan profundo significado de 1 Tesalonicences 5:23-24: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará.''

El ser santificado “por completo'' significa que el Señor, que está en ti, rompe poco a poco las limitaciones de tu alma y de tu espíritu. El quiere procurar en ti un “ensanchamiento interior'' y suprimir la limitación por el mal que te restringe y absorbe. En este sentido oró Jabes (su nombre significa: “niño de dolor''), proféticamente, en 1 Crónicas 4:9-10: “Y Jabes fue más ilustre que sus hermanos, al cual su madre llamó Jabes, diciendo: Por cuanto lo di a luz en dolor. E invocó Jabes al Dios de Israel, diciendo: ¡Oh, si me dieras bendición y ensancharas mi territorio, y si tu mano estuviera conmigo, y me libraras de mal, para que no me dañe! Y le otorgó Dios lo que pidió.'' ¡Qué maravilloso!

¿Le has puesto límites al Santo de Israel? ¿También eres tú un “niño de dolor'' para el Señor? ¿Sufres muchas veces por tus limitaciones de carácter? Ten en cuenta que también aquéllos que te rodean sufren por ellas, cuando, por ejemplo, eres muy susceptible y enseguida te irritas. El Señor sabe mejor que nadie que tu pensar y tu actuar están aún muy limitados por tu ser egocéntrico. El Señor, que habita en tu corazón, sufre con esto aún infinitamente más que tú, y el Espíritu Santo en ti está contristado, porque por todas partes, en tu ser, choca con barreras y con límites.

En el Salmo 78:41 está escrito: “Y volvían, y tentaban a Dios, y provocaban al Santo de Israel.'' La Biblia de las Américas dice aquí: “Tentaron a Dios una y otra vez, y afligieron al Santo de Israel.'' Estas dos traducciones no están acertadas en lo esencial de la segunda parte del versículo. Tanto en la traducción holandesa, como en la inglesa, se dice aquí: “…limitaron al Santo de Israel'' o, respectivamente, “…pusieron un límite al Santo de Israel.'' Y sabemos que el Señor no pudo hacer entrar a aquella generación israelí a la plenitud de la Tierra Prometida debido a que su fe era extremamente limitada, porque ponían límite al Santo de Israel. Sí, el carácter de esos hombres era tan estrecho que el Señor tuvo que dejarlos en el desierto, donde murieron (con excepción de Josué y Caleb).

Más tarde, también Sansón, el nazareo, restringió tanto al Señor en su vida, que ni siquiera sabía que el Señor ya se había apartado de él (Jue. 16:20). Y Pablo escribió, a los corintios, sobre la estrechez del corazón: “Nuestra boca se ha abierto a vosotros, oh corintios; nuestro corazón se ha ensanchado. No estáis estrechos en nosotros, pero sí sois estrechos en vuestro propio corazón. Pues, para corresponder del mismo modo (como a hijos hablo), ensanchaos también vosotros. No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?'' (2 Co. 6:11-14.) Pablo nombra aquí la causa por la cual eran tan estrechos los corazones de los corintios: ¡Admitían compromisos con las tinieblas!

Estimado amigo, ¿has empujado a Cristo a un lugar apartado de tu vida? ¡Piensa, pues, en que el Eterno, el Todopoderoso, condescendió a tu limitación para que seas ensanchado! Salomón se dio cuenta de la limitación del templo que había construido; pensando en lo sublime e ilimitado de Dios, exclamó: “Pero ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado?'' (1 R. 8:27.) ¿No quieres darle la razón a Dios, cuando, por Su Espíritu en ti, choca con tu limitación? ¿O verdaderamente quieres empujar a Cristo hacia un lugar apartado y desatendido de tu vida? ¡Muchas personas marcan su presencia, se ve y se oye mucho de ellas; pero, lamentablemente, en sus vidas no se ve nada de la presencia de Cristo!

Tal vez es una débil ilustración, pero, a pesar de esto, me gustaría aplicarla. Recuerdo la historia de una pobre viuda, una mujer sencilla de origen muy humilde. Tenía solamente un hijo. El era muy inteligente – pero la madre no tenía recursos para que estudiara. Ella, entonces, empezó a trabajar día y noche como limpiadora, para que el hijo pudiera estudiar. Además de eso, trabajaba como costurera y ahorró durante años la retribución escolar necesaria para su hijo, quien progresaba rápidamente. Todo le salió bien. Hizo carrera, ascendió y, rápidamente, se convirtió en director general de una gran empresa, ganando mucho dinero. Pero – estando en esa situación – se avergonzaba de su pobre y anciana madre. Finalmente se casó, conforme a su rango social, con una señorita rica y noble. Habitaban en una lujosa casa con mucho personal doméstico; entre ellos se encontraba también su madre, empleada como costurera. Vivía y trabajaba en una buhardilla de la casa. Pero excepto él, nadie sabía que esa vieja costurera era su madre, pues él no declaró parentezco con ella. Su esposa creía que sus padres habían muerto, hasta que un día, recorriendo la inmensa casa, sorprendió a la anciana y humilde costurera llorando en su buhardilla. Quiso saber qué le pasaba. Al cabo de muchas preguntas insistentes, se enteró de toda la indignante verdad. Cuando su marido, el director general, volvió a casa, ella le hizo los más vehementes reproches, diciéndole en la cara: “¡A tu madre, a la cual debes todo lo que tienes y lo que eres, la has negado y expulsado a esa buhardilla!'' El hombre, finalmente, reconoció su vil manera de actuar, reparando todo.

Yo temo que muchos, entre mis amigos, han hecho algo parecido. Te has convertido y has recibido al Señor en tu corazón, pero ¿no has empujado a este Señor, al cual debes todo, a un lugar apartado e insignificante de tu vida? ¡Hoy, todas las demás cosas son más importantes que El! Sin embargo – ahora, nuevamente, está a la puerta de tu corazón y llama. Reclama, quizás por última vez, el derecho total sobre tu vida, diciéndote: “¡Dame, hijo mío – hija mía – tu corazón!''

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