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Titulo: El camino a la perfección
Autor: Wim Malgo
  Nº: PE841

Locutor: Herman Hartwich 

El Eterno entró en la limitación de nuestra carne. En el Nuevo Testamento esto es considerado como el más grande misterio.


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El camino hacia la perfección (parte 3) 3 de 4

La unión orgánica de los hijos de Dios por la cual el Señor Jesús oraba en Juan 17:21-23, es Su eterna preocupación.

Esta unión fue representada, proféticamente, cerca de 960 años antes, por los sacerdotes, bajo el rey Salomón. Lo puede leer, estimado amigo, en 2. Crónicas 5:12-14. Los 120 sacerdotes se hacían oír, en aquel entonces, a una voz porque, en su deseo de alabar al Señor, eran uno; en consecuencia, el Señor contestó de manera maravillosa.

Después, en el día de Pentecostés, la hora del nacimiento de la Iglesia de Jesús, se manifestó que el ruego del Señor por la unidad de sus discípulos había sido atendido. Pero, en ese momento, ya no era un templo de piedra como en los tiempos del rey Salomón, sino que todos se transformaron en templos espirituales y, esto, en número de 120. (Note el paralelismo con la época de Salomón, hablándose allí también de 120 sacerdotes).

En Hechos 1:14-15 leemos: “Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos. En aquellos días Pedro se levantó en medio de los hermanos (y los reunidos eran como ciento veinte en número…'' ¿Cómo contestó Dios a la perfecta unidad de los 120? ¡De manera maravillosa! pues, luego, leemos: “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo…”.

Con respecto a los 120 sacerdotes del Antiguo Pacto y a los 120 creyentes neotestamentarios que “fueron todos llenos del Espíritu Santo'', tal vez surja la pregunta: ¿Por qué, precisamente, 120? En el sentido bíblico, el número 120 significa “multitud''. Este número aparece 12 veces en la Escritura y es un doce “completo'' (10 x 12). Entre los judíos éste es, aún hoy, el número de la plenitud de la vida, pues el deseo en todo cumpleaños es: “¡Qué cumplas 120!'' Al hombre, le quedaron aún 120 años (Gn. 6:3), y Noé vivió 5 x 120 años hasta la terminación del arca. También Moisés alcanzó esta “multitud de años'' (Dt. 34:7). El único pasaje del Nuevo Testamento que menciona este número es, justamente, el que citamos anteriormente. Además, 120 significa la multitud de los presentes de oro de Tiro y Saba, y el número de los sacerdotes de Coat; las tazas de oro del templo pesaban 120 siclos y el pórtico de Salomón era de 120 codos de altura; en ocasión de la dedicación del templo, 120 sacerdotes tocaron trompetas de plata y se sacrificaron 120.000 ovejas. Una gran multitud son también los 120.000 de Nínive que no sabían discernir entre el bien y el mal.

El Ilimitado entra en nuestra limitación

Los 120 sacerdotes del tiempo de Salomón y los 120 creyentes reunidos el día de Pentecostés, constituyeron el organismo vivo que consiguió, por medio de sus súplicas, la venida de la gloria del Señor. A la luz de lo mencionado anteriormente leemos, una vez más, la grandiosa promesa de Jesús a todos los que Le amamos y guardamos Su Palabra (como el cumplimiento de todo lo que fue testificado en el Antiguo Pacto y que se inició en el día de Pentecostés): “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él.'' ¡Esta promesa de Jesús es inconmensurable en su grandeza, porque El promete que el mismo Dios eterno, el Dios todopoderoso, hace morada con nosotros, en Jesucristo, y por medio del Espíritu Santo! ¡El Ilimitado entra en nuestra limitación – la tuya y la mía! ¿No sentirá el Señor dolor, en Su inmensidad, al ver la estrechez de nuestro corazón, la limitación de nuestro ser? ¡Sin duda alguna! Sin embargo, ya de antemano nos dio prueba de que, a pesar de esto, haría morada con nosotros pues, el Eterno, entró en la limitación de nuestra carne.

El hecho de que Jesucristo haría morada con nosotros es considerado, en el Nuevo Testamento, el más grande misterio: 

– “E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria'' (1 Ti. 3:16).

– “…dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra'' (Ef. 1:9-10).

– “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad'' (Jn. 1:14).

– “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo…Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos'' (He. 2:14.17).

– “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz'' (Fil. 2:5-8).

Así como el Eterno, el Creador de todas las cosas, antes de consumar nuestra redención, entró en nuestra estrecha habitación terrestre, viviendo entre nosotros e identificándose con nosotros (“¡He aquí el hombre!'', Jn. 19:5), así también quiere ahora, con Su Padre y por medio del Espíritu Santo, habitar en ti y en mí.

¿No será pura imaginación, cuando una persona testifica que Jesús vive en ella? ¡No, de ninguna manera! Este “Cristo en mí'' es la realidad más maravillosa que existe, de la misma manera que es realidad que el Salvador golpea a la puerta del corazón: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo'' (Ap. 3:20). De este misterio habla Pablo en Colosenses 1:26-27: “…el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria.'' Aquí, pues, Pablo está hablando de un misterio aún más grande que el misterio de la encarnación del Verbo de Dios; más claramente, habla de un misterio multiplicado: Cristo en Su plenitud, la plenitud de la Deidad (Col. 2:9), en muchas moradas. Es la repercusión terrenal de realidades celestiales de las cuales habló el Señor Jesús, cuando dijo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay'' (Jn. 14:2a). Pues el Padre y el Hijo también tienen, y ocupan, “muchas moradas'' en la Tierra. Es lo que Pablo dijo en Efesios 3:16-19: “…para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.'' Así también se explica cómo es posible que Cristo habite en toda Su plenitud en un corazón humano, a saber: “por su Espíritu'' (v. 16). Después, se menciona la consecuencia del habitar de Jesucristo en nosotros: “…arraigados y cimentados en amor…'' (v. 17b). Y, el versículo 19, continúa diciendo que al crecer en el conocimiento del amor de Cristo, mientras el Señor habita en nosotros, somos llenos de “toda la plenitud de Dios.''

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