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Titulo: El camino a la perfección
Autor: Wim Malgo
  Nº: PE840

Locutor: Herman Hartwich 

Solamente podemos ser orientadores y una verdadera ayuda para los hombres a nuestro alrededor, en la medida en que la gloria del Señor cubra nuestro propio ser y nos llene.


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El camino hacia la perfección (parte 3) 2 de 4

Estimado amigo, la meta de nuestro Señor Jesucristo es que el Padre y el Hijo puedan morar en los Suyos. Lo vemos tanto en Su oración sumosacerdotal, como también en Su exigencia en Mateo 5:48, según la cual tenemos que ser perfectos. Cuando somos uno con el Señor Jesús, entonces somos transformados a Su imagen, así como Pablo lo expresa, de manera tan magistral, en 1 Corintios 6:17: “Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él.'' De la misma manera que un hombre es uno con su casa o su vivienda (cada pieza refleja algo de su personalidad, le es familiar, él habita en ella), así el Señor – Padre e Hijo, por medio del Espíritu Santo – es enteramente uno con el hombre que Lo ama y que es amado por El. Así lo dice el Señor en Juan 17:21-22: “…para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno.'' Aquí, el Señor habla de la unión orgánica con los Suyos. La unión del Padre y del Hijo, por medio del Espíritu Santo, en los Suyos y éstos en Ellos. De esta manera, nosotros, como nacidos de nuevo, somos templos del Espíritu Santo.

La gloria de Dios reflejada en ti

La representación más impresionante de esto la encontramos en el Antiguo Testamento, cuando describe la unión total de la gloria del Señor con Su morada de entonces, el tabernáculo. Después que Moisés había erigido el tabernáculo, juntamente con el atrio, leemos: “Entonces una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo. Y no podía Moisés entrar en el tabernáculo de reunión, porque la nube estaba sobre él, y la gloria de Jehová lo llenaba'' (Ex. 40:34-35). La gloria del Señor se hizo una con todo el tabernáculo, por así decirlo. Dos veces leemos que “la gloria de Jehová llenó el tabernáculo'' y que la nube “cubrió'' el tabernáculo de reunión y “estaba sobre él''.

¡La situación, con un hijo de Dios que ha llegado a ser una morada de la gloria del Señor, es exactamente la misma! Estas moradas de Dios son una bendición indescriptible para todos aquellos que los rodean, especialmente para el pueblo de Dios. Tienen, en sí, un poder espiritual guiador y, para la Iglesia de Jesús, que, en muchos lugares, se iguala a un rebaño sin pastor, son luces de orientación en la oscuridad de la noche. Cuando el Señor se mueve por medio de estos pocos guías espirituales llenos de Su gloria, se mueve todo el pueblo de Dios. Este hecho también lo vemos, muy claramente, en el tabernáculo: “El día que el tabernáculo fue erigido, la nube cubrió el tabernáculo sobre la tienda del testimonio; y a la tarde había sobre el tabernáculo como una apariencia de fuego, hasta la mañana. Así era continuamente: la nube lo cubría de día, y de noche la apariencia de fuego'' (Nm. 9:15-16). Si somos moradas de Dios, somos como un fuego que arde, constantemente, en la oscura noche de los tiempos postreros: “Vosotros sois la luz del mundo'' (Mt. 5:14).

A continuación, leemos en Números 9:17-20: “Cuando se alzaba la nube del tabernáculo, los hijos de Israel partían; y en el lugar donde la nube paraba, allí acampaban los hijos de Israel. Al mandato de Jehová los hijos de Israel partían, y al mandato de Jehová acampaban; todos los días que la nube estaba sobre el Tabernáculo, permanecían acampados. Cuando la nube se detenía sobre el tabernáculo muchos días, entonces los hijos de Israel guardaban la ordenanza de Jehová, y no partían. Y cuando la nube estaba sobre el tabernáculo pocos días, al mandato de Jehová acampaban, y al mandato de Jehová partían.'' Así, Israel, llevando consigo el tabernáculo de Dios, se dejó guiar por la nube de la gloria del Señor. Cuando la nube se levantaba, el tabernáculo era cuidadosamente levantado y llevado en pos de las tribus de Judá, de Isacar y de Zabulón, y todo el resto del pueblo levantaba sus carpas y los seguían.

Teniendo presente estas correlaciones, me quedó claro, nuevamente, que: Solamente podemos ser orientadores y una verdadera ayuda para los hombres a nuestro alrededor, en la medida en que la gloria del Señor cubra nuestro propio ser y nos llene. No son tus palabras las que convencen a tu esposa, tu esposo, tus hijos, tus vecinos, tus compañeros de trabajo a venir a Jesús, sino lo que tú eres. ¡Si la gloria del Señor está sobre ti y te llena, entonces resplandeces así como, en aquel entonces, la columna de fuego la cual alumbraba al pueblo de Israel en la noche!

A pesar de que, en los programas anteriores, ya nos hemos ocupado de la pregunta fundamental de cuándo el Señor hace morada en una persona, volvamos, una vez más, al tema. Escuchemos, una vez más, decir, al propio Señor Jesús, bajo qué condiciones El está dipuesto a hacer morada en el hombre: “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él'' (Jn. 14:23). Moisés cumplió con esta exigencia en el Antiguo Pacto, pues amaba al Señor, obedeciendo Su Palabra. Una y otra vez leemos de él: “Y Moisés hizo conforme a todo lo que Jehová le mandó.'' Respecto al tabernáculo, se dice en Hebreos 8:5: “…como se le advirtió a Moisés cuando iba a erigir el tabernáculo, diciéndole: Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte.'' Y luego dice: “Así acabó Moisés la obra. Entonces una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo. Y no podía Moisés entrar en el tabernáculo de reunión, porque la nube estaba sobre él, y la gloria de Jehová lo llenaba'' (Ex. 40:33b-35). Moisés guardaba la Palabra del Señor, fue por eso que el Señor entró en la morada preparada para El.

La unidad entre el Padre y el Hijo reflejada en los creyentes

De la misma manera como estas cosas acontecieron bajo la dirección de Moisés, así también, siglos más tarde, ocurrieron cuando el rey Salomón terminó la casa del Señor en Jerusalén. En 2 Crónicas 5:1 leemos: “Acabada toda la obra que hizo Salomón para la casa de Jehová, metió Salomón las cosas que David su padre había dedicado; y puso la plata, y el oro, y todos los utensilios, en los tesoros de la casa de Dios.'' Luego se reunieron los sacerdotes, representando, en forma profética, exactamente lo que leímos antes en Juan 17:21-23 y que queremos tener presente: “…para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.''Esta unión orgánica de los hijos de Dios por la cual el Señor Jesús oraba, es Su eterna preocupación. Por eso: 

1. Esta unión fue representada, proféticamente, cerca de 960 años antes, por los sacerdotes, bajo el rey Salomón. En 2 Crónicas 5:12-14 está escrito: “…y todos los levitas cantores… estaban de pie al oriente del altar, y con ellos ciento veinte sacerdotes que tocaban trompetas. Cuando los trompeteros y los cantores, al unísono, se hacían oír a una voz alabando y glorificando al SEÑOR, cuando levantaban sus voces acompañados por trompetas y címbalos e instrumentos de música, cuando alababan al SEÑOR diciendo: Ciertamente El es bueno porque su misericordia es para siempre, entonces la casa, la casa del SEÑOR, se llenó de una nube, y los sacerdotes no pudieron quedarse a ministrar a causa de la nube, porque la gloria del SEÑOR llenaba la casa de Dios'' (La Biblia de las Américas). Como acabamos de leer, los 120 sacerdotes se hacían oír, en aquel entonces, a una voz porque, en su deseo de alabar al Señor, eran uno; en consecuencia, el Señor contestó de manera maravillosa.

2. En el día de Pentecostés, la hora del nacimiento de la Iglesia de Jesús, se manifestó que el ruego del Señor por la unidad de sus discípulos había sido atendido.

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