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El altar del holocausto y el Cordero de Dios 
 (3ª parte)

Autor: Samuel Rindlisbacher

  Si hiciéramos una encuesta en la calle, y preguntáramos cuál es el problema más grande de la humanidad, recibiríamos incontables respuestas. Pero, ¿cuál es, en realidad, el verdadero problema? ¿Habrá alguna solución para él? Éstas y otras importantes preguntas serán aclaradas en este mensaje!


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PE1975 – Estudio Bíblico
El altar del holocausto y el Cordero de Dios (3ª parte)



Estimados amigos oyentes, ¡Jesucristo es el único sacrificio aceptado por Dios! Hebreos 9:12 al 14 dice:“Y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?”.

Jesucristo es el sacrificio suficiente para perdonar toda culpa y todo pecado. ¡Jesucristo es el Cordero de Dios! Pero volvamos a recordar a aquel hombre con su cordero. Él está parado en medio del patio anterior del tabernáculo. Profundamente avergonzado y triste, coloca sus manos sobre la cabeza del animal. Él sabe: “En realidad debería ser yo el que está sufriendo esta muerte. Yo soy el culpable, yo merezco la muerte.” Con voz entrecortada, pone todas sus transgresiones sobre este animal inocente: sus mentiras, sus miradas impuras, el odio en su corazón, el robo que cometió, su infidelidad, su ira. Todo lo descarga y lo pone sobre el animal inocente. Luego, toma el cuchillo filoso, y dice: “En mi lugar mueres tú. Yo lo merezco. ¡Ahora, mueres tú por mí!” Con esta frase en los labios, le corta la yugular al animalito.

Y ahora vamos, en pensamiento, otra vez a Juan el Bautista. Él señaló a Jesús y exclamó:“He aquí el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.”  Sí, ¡nuestros pecados! Nosotros mismos somos los que, en cierto sentido, le hemos cortado la yugular a Jesús! Jesús es el Cordero de Dios que, por amor a nosotros, se dejó matar y, de este modo, otra vez abrió el camino a la comunión con Dios para nosotros. Lo que eso debe haber significado para Jesús, lo vemos, en parte, en el altar del holocausto: en su material, en el fuego y en la manera de quemar al animal del sacrificio. En Éxodo 27, dice que ese altar estaba hecho de madera de acacia, cubierto de chapas de bronce. Su forma era cuadrada, cinco por cinco codos (1 codo tiene aprox. 35 cm), y tres codos de altura. En el interior del altar, a la mitad de la altura, había una rejilla de metal. Allí se colocaban los animales del sacrificio para quemarlos. Para que la leña quemara lo mejor posible, el altar del holocausto estaba sobre una elevación, asegurando así que habría bastante aire para que el fuego pudiera desarrollar todo su calor. Ésta es la brutal realidad de la Cruz del Gólgota, allí sólo está el metal duro, que está al rojo vivo por el calor; el fuego que quema todo lo que entra en contacto con él. El altar del holocausto muestra la ira santa y justificada de Dios.

Decíamos, antes de la pausa, que: El altar del holocausto muestra la ira santa y justificada de Dios. Y recordemos: nosotros, en realidad, deberíamos estar en ese lugar. ¡Nosotros nos lo merecemos, porque somos culpables! La madera utilizada para la fabricación del altar, señala el lado humano del Señor Jesús. Él fue hombre como nosotros, pero sin pecado, y Él conocía el cansancio, el hambre y la sed, pero también la alegría, el dolor y el duelo. Si exponemos la madera al fuego, ¿qué queda? ¡Nada! El fuego se lo come todo. Exactamente eso dice, también, Éxodo 27:8:“Lo harás hueco, de tablas.”El calor del fuego hacía que sólo quedaran las cenizas. Es como la situación del Señor Jesús, en la Cruz del Gólgota. De Jesús no quedó “nada” en la cruz. Y nosotros“no lo estimamos”(nos dice Is. 53:3).

El fuego de la ira de Dios dejó sólo cenizas atrás. ¡Qué transformación tiene que haber tenido lugar en la Cruz del Gólgota! Primero el Cordero sin mácula, de quien el fuego, sin embargo, no dejó nada. Así fue Jesús antes de ir a la cruz, probablemente el ser humano más hermoso, porque el Sal. 45:2 dice de Él:“Eres el más hermoso de los hijos de los hombres; la gracia se derramó en tus labios; por tanto, Dios te ha bendecido para siempre”. Pero, en el altar de la ira de Dios, en la Cruz del Gólgota, Su cuerpo fue desfigurado de la peor forma, hasta dejarlo tan desagradable como sólo el pecado lo puede lograr. Sobre esta transformación, dice en Isaías 53:2 y 3:“No hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos.”Jesús quedó tan desfigurado y con apariencia tan detestable en la cruz, que las personas se apartaban horrorizados. El pecado desplegó todo su poder. Por eso, también dice en Salmos 22:13 al 15:“Me han rodeado muchos toros; fuertes toros de Basán me han cercado. Abrieron sobre mí su boca Como león rapaz y rugiente. He sido derramado como aguas, y todos mis huesos se descoyuntaron; mi corazón fue como cera, derritiéndose en medio de mis entrañas.”Aun el sol y con él toda la creación no pudieron mirar más la forma en que Dios, su Creador, fue desfigurado y convertido en vergüenza públicamente. El sol escondió su rostro y hubo oscuridad en la tierra (como leemos en Lc. 23:44).

No olvidemos que: Todo esto, Jesucristo lo hizo por amor a nosotros, para abrirnos el camino otra vez, para volver a la comunión con Dios. ¿Podemos captar toda la tragedia y el alcance de este acontecer? ¡No! Porque aquello que sucedió allí en la Cruz del Gólgota, para nosotros, los seres humanos, siempre seguirá siendo un milagro y un misterio. Hasta eso es indicado en la construcción del altar de los holocaustos.

¿No es interesante que la rejilla en que se quemaba el sacrificio estuviera fijada, justamente, a la mitad del altar, ocultándolo de ese modo de las miradas curiosas de la gente? El cordero estaba sólo con el fuego. Del mismo modo, nadie debía ver cómo Jesús en la Cruz del Gólgota luchó, sufrió y murió, tomó nuestra culpa sobre sí y con Su propia vida pagó el increíble precio. ¡Sólo el Padre lo vio! Pero, justamente, porque Jesús tomó la culpa sobre Sí mismo y la saldó por medio de Su muerte, nosotros podemos volver otra vez a Dios. El problema central de los seres humanos, el pecado, está solucionado – ¡por Dios mismo, en la Cruz del Gólgota! Eso, justamente, es lo que sabía, también, el hombre con su cordero en aquella aldea de carpas. Él sabía: sólo en el altar del holocausto recibo el perdón de mis pecados. Por eso, no le importaba lo que dijeran sus amigos, o su familia, que cuchicheaban detrás de sus espaldas. Él, por fin, quería tener paz con Dios otra vez. De esa misma manera, nosotros también podemos ir a Jesús. Él le invita hoy a descargar todos sus pecados en Él, todos sus fracasos, su culpa y su pecado. ¡Porque Él es el Cordero de Dios, que ha quitado sus pecados y los míos en Su propio cuerpo!

 

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