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El altar del holocausto y el Cordero de Dios 
 (1ª parte)

Autor: Samuel Rindlisbacher

  Si hiciéramos una encuesta en la calle, y preguntáramos cuál es el problema más grande de la humanidad, recibiríamos incontables respuestas. Pero, ¿cuál es, en realidad, el verdadero problema? ¿Habrá alguna solución para él? Éstas y otras importantes preguntas serán aclaradas en este mensaje!


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PE1973 – Estudio Bíblico
El altar del holocausto y el Cordero de Dios (1ª parte)



Estimados amigos oyentes, comenzamos leyendo Éxodo 27:1 al 8:“Harás también un altar de madera de acacia de cinco codos de longitud, y de cinco codos de anchura; será cuadrado el altar, y su altura de tres codos. Y le harás cuernos en sus cuatro esquinas; los cuernos serán parte del mismo; y lo cubrirás de bronce. Harás también sus calderos para recoger la ceniza, y sus paletas, sus tazones, sus garfios y sus braseros; harás todos sus utensilios de bronce. Y le harás un enrejado de bronce de obra de rejilla, y sobre la rejilla harás cuatro anillos de bronce a sus cuatro esquinas. Y la pondrás dentro del cerco del altar abajo; y llegará la rejilla hasta la mitad del altar. Harás también varas para el altar, varas de madera de acacia, las cuales cubrirás de bronce. Y las varas se meterán por los anillos, y estarán aquellas varas a ambos lados del altar cuando sea llevado. Lo harás hueco, de tablas; de la manera que te fue mostrado en el monte, así lo harás”.

Si preguntamos a las personas, en la calle, cuál es el problema más grande de la humanidad, recibimos incontables respuestas: la muerte de los bosques, la contaminación del aire, la desaparición de la selva tropical, o la disminución constante de las materias primas; no olvidando el constante aumento de la población del mundo y la consecuente escasez de alimentos. Además de todo esto, la globalización, el abismo cada vez mayor entre el pobre y el rico, o el aumento de las pestes y de las catástrofes naturales.

¡Problemas sobre problemas! Por algo Greenpeace se ha dedicado a salvar la naturaleza. Y el WWF (fondo mundial para salvar los animales salvajes) quiere preservar a las especies en peligro de extinción. El Club de Roma, a su vez, da a la humanidad ideas y consejos útiles para hacer que nuestra tierra continúe siendo un lugar digno para vivir. Y también la ONU intenta tomar control de los problemas que van en aumento.

¿Pero qué del verdadero problema – el problema del pecado? ¿No es verdad que se podría proteger a los animales, aprovechar mejor las fuentes de energía alternativa, y utilizar más selectivamente las selvas tropicales? Sí, aun el hambre del mundo podría ser saciado, y la diferencia entre el pobre y el rico podría ser disminuida — ¡si uno realmente quisiera! Pero, ¿qué del pecado? ¿No es verdad que ése es el verdadero problema? ¿Adónde puedo ir con mi conciencia revuelta, destrozada, plagada? ¿Habrá alguna solución? ¿O será que el pecado sólo es uno de los despojos de una iglesia cristiana en extinción? ¿Nos habremos dejado engañar? ¿Será que, en realidad, no existe el pecado? ¿No sería mejor hablar de un comportamiento erróneo, que no corresponde a las ideas generales de la sociedad? Del pecado, ya no se habla en la actualidad, eso está demasiado pasado de moda. Es más, nuestra sociedad informada, considera una ingenuidad el que uno se anime a hablar de pecado. Aun en “círculos cristianos”, son cada vez más las personas que se guían por la corriente de su tiempo. Bueno es lo que agrada, y bien está lo que corresponde a la tendencia general. Pero: ¡Dios no ha cambiado!

Decíamos antes de la pausa, que: ¡Dios no ha cambiado! Con Él, pecado sigue siendo pecado y, por eso,elproblema central. La Biblia, en Daniel 9:5, dice al respecto:“Hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas”. ¡El pecado es el verdadero problema, y éste nos separa eternamente de Dios!

Pero, Dios encontró una salida. Esa salida pasa por la Cruz del Gólgota. La Cruz del Gólgota tiene su ejemplo en el altar del holocausto del tabernáculo. Sólo allí, y sólo derramando sangre, puede solucionarse el problema central de cada individuo y de toda la humanidad. Así lo dice Hebreos 9:22:“Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión.”Eso, en el tiempo en que Israel andaba por el desierto, significaba que, la persona que había pecado, debía tomar la mejor oveja de su rebaño para matarla en el tabernáculo. ¡Porque había que derramar sangre! ¿Qué pensaría el pastorcito, cuando el dueño mismo venía al campo, y pasaba entre el rebaño de sus ovejas con ojos inspectores? Él buscaba la mejor oveja, una sin mácula. Ninguna tullida o coja. Luego, era limpiada y se le ponía una soga al cuello. Así el hombre pasaba por toda la aldea de carpas, con su oveja, hasta el tabernáculo. Pasaba delante de su familia, sus hijos, su esposa, sus amigos, e incluso sus colegas y sus “queridos” vecinos. Al hacerlo, todos podían ver que allí iba uno que había pecado. ¡Qué humillante era esto! Pues, era puesto en evidencia, expuesto, y atraía todas las miradas. Pero, también era saludable, ya que cada uno sabía que tenía que hacerlo, si quería obtener el perdón. No había excepción. Nadie podía señalar con el dedo a otro, porque quizás, ya al otro día, le tocaría a él mismo.

Tampoco ahora existe otro camino para el perdón. ¡El perdón sólo tiene lugar a través del Gólgota, sólo a través de lo que ocurrió en la cruz, cuando Jesucristo murió en ella! Profundamente avergonzado, este hombre del Antiguo Testamento, con su oveja, pasa por las angostas callejuelas de la aldea de carpas, la mirada fija en el suelo, con la esperanza de que lo vean los menos posibles. Hubiera preferido regresar, pero sus pecados no lo dejan en paz. Lo oprimen demasiado. Alborotan su corazón y le niegan la paz.  Una y otra vez piensa en dar la vuelta – ¡en evitar esa vergüenza, esas miradas de los vecinos! Pero, no lo puede hacer. Quiere paz, quiere sentirse tranquilo por fin, deshacerse de sus pecados. Por eso tiene que ir al tabernáculo, cueste lo que cueste – ¡necesita el perdón!

Allí se encuentra el gran problema de la actualidad: por todos los medios se busca la paz y la tranquilidad, para calmar la conciencia revuelta – pero, demasiadas veces, lo buscan en el lugar equivocado. Con mucho afán, uno se carga con montañas cada vez más altas de trabajo. En las noches tiene que haber música relajante. Sin “ayuda” uno ya no puede dormir. Hasta lo intentan con meditación oriental, para hacer callar la conciencia acusadora. Los jóvenes desaparecen, yendo de fiesta en fiesta. Los distintos tipos de deporte y de pasatiempos son cada vez más extremos y más locos. Cuando ya ni eso ayuda, están a mano las drogas. Lo más importante es “divertirse”. Pero la posibilidad de encontrar la verdadera paz, es motivo de burla. “¡Déjate de ese Jesús tuyo!”, “¡Qué estupidez!”, se dice. Aún así, sigue vigente una única gran verdad: ¡Sólo Jesús es la respuesta a nuestra perdición!

 

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