Dios desea responder nuestras oraciones y Él mismo les da fuerza

Cuando Dios no responde nuestras oraciones (2ª parte)
14 marzo, 2016
El regreso de Jesús (1ª parte)
14 marzo, 2016
Cuando Dios no responde nuestras oraciones (2ª parte)
14 marzo, 2016
El regreso de Jesús (1ª parte)
14 marzo, 2016

Autor: Marcel Malgo – Roger Liebi

¿Qué sucede cuando Dios no responde nuestras oraciones, aún cuando pedimos en el nombre de Jesús y con honestidad? En la vida de Pablo encontramos algunas respuestas.


DESCARGARLO AQUÍ
PE2180 – Estudio Bíblico
Dios desea responder nuestras oraciones y Él mismo les da fuerza



Amigos: Dios desea responder nuestras oraciones.

En el Salmo 23:6 dice: “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días”.

Dios no es un candidato político que hace lindas promesas para ganar votantes, pero que luego no cumple lo prometido. No, más bien leemos en Salmos 33:4: “… porque recta es la palabra de Jehová, y toda su obra es hecha con fidelidad.” En Salmos 23:6 prometió hacer el bien a los Suyos, como también en otros muchos pasajes de la Biblia. Y estas promesas las podemos tomar para nosotros en nuestras oraciones; ¡pues ellas son absolutamente fidedignas!

David, un día, oró fervientemente al Señor pidiéndole bendición eterna sobre su casa, su descendencia. Al hacerlo, se apoyó en una promesa que el Señor le había dado con anterioridad: “Ahora pues, Jehová, la palabra que has hablado acerca de tu siervo y de su casa, sea firme para siempre, y haz como has dicho… Ahora pues, Jehová, tú eres el Dios que has hablado de tu siervo este bien; y ahora has querido bendecir la casa de tu siervo, para que permanezca perpetuamente delante de ti; porque tú, Jehová, la has bendecido, y será bendita para siempre” (así leemos en 1 Cr. 17:23, 26 y 27). David nunca oraba simplemente por orar, sino que siempre se refería a la Palabra de Dios, como lo hizo también en Salmos 119:65: “Bien has hecho con tu siervo, oh Jehová, conforme a tu palabra”. El Señor también quiere hacer bien con usted, que, por pura gracia, pudo llegar a ser un hijo de Dios: “El bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida…” ¡Póngase delante del Señor y preséntele estas palabras!

Sin embargo, es verdad también que el Señor no automáticamente les hace el bien a todos los creyentes, sino que adjunta una condición a Su promesa. Del mismo modo sucede también con el hecho de ser amigo de Jesús. En Juan 15:15 leemos las siguientes palabras del Hijo de Dios, dirigidas a Sus discípulos: “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer.” Pero justo antes de decir esto, en el verso 14, habla del precio a pagar y les dice muy claramente que no todo hijo de Dios automáticamente es Su amigo: “Vosotros sois mis amigos, (y aquí viene la condición:) si hacéis lo que yo os mando”.

Sin lugar a dudas, el buen Pastor quiere hacerles el bien a los Suyos, como ya hemos leído. Pero también de nuestra parte debe suceder algo: Hablando muy humanamente, debemos de alguna manera “motivar” al Señor a hacernos el bien. Dicho en otras palabras: Él espera de nosotros la disposición correcta, para poder atribuirnos “el bien y la misericordia”. Y esta disposición la obtenemos, en primer lugar, a través de la oración, y en segundo lugar, a través de la entrega personal.

Respecto a la oración: En Mateo 7:11 escuchamos a Jesús decir: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” El Señor espera de nosotros que, en el nombre de Jesús, pidamos al Padre que nos haga el bien. El que no pide, experimentará lo que está escrito en Santiago 4:2: “No tenéis… porque no pedís.” De modo que depende de cada uno de nosotros pedirle al Señor que le haga el bien, basándose en Su promesa y agradeciéndole por el cumplimiento de Su Palabra.

La segunda condición, como hemos dicho, es la entrega personal. Quien vive una vida de entrega al Señor, puede esperar el bien de Él, como está escrito en el Salmo 84:11: “Porque sol y escudo es Jehová Dios; gracia y gloria dará Jehová. No quitará el bien a los que andan en integridad”. En otra versión dice: “El Señor… no escatimará ningún bien a aquellos que andan en pureza.” Estas expresiones: “… los que andan en integridad”, “… los que andan en pureza”, señalan la entrega de corazón de los creyentes al Señor. Y a estos cristianos entregados al Señor, Él “no les escatimará ningún bien”.

A quienes llevan una fiel vida de oración y viven entregados al Señor, el Buen Pastor les quiere hacer seguir el bien y la misericordia durante toda su vida. A veces, no obstante, experimentamos cosas que no nos parecen ser “el bien y la misericordia”. Pero a los ojos de Dios, quien ve la eternidad, estas cosas sí son puro bien y misericordia. Pues Su deseo es, según Romanos 8:28, que a aquellos que Le aman, todas las cosas “les sirvan para bien”.

Ahora vamos a ver que es Dios mismo quien da fuerza a nuestras oraciones.

El apóstol Juan, cuando estuvo en la isla de Patmos, pudo entrar al cielo “en el espíritu” y le fue revelado el tiempo de la tribulación y de la segunda venida de Jesucristo. Vio en el Santuario celestial un altar de oro, parecido al altar de incienso del Templo terrenal. ¿Qué significa esto?

En Apocalipsis 8:3 al 5 leemos al respecto: “Otro ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y de la mano del ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos. Y el ángel tomó el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo truenos, y voces, y relámpagos, y un terremoto.”

Aquí vemos a un sacerdote realizar su tarea en el altar celestial. Se le llama “otro ángel”. La palabra griega angelos significa “mensajero”. Puede ser un ser humano o un ángel, pero también puede referirse al Hijo de Dios, el Mensajero del Padre, así como en el Antiguo Testamento, “el ángel del Señor” es el Hijo de Dios. En Apocalipsis hay cuatro textos en los cuales el Señor Jesús es llamado “otro ángel”. Por primera vez se menciona al “otro ángel” en Apocalipsis 7, pero allí aún no se sabe bien quién es. En el capítulo 8, nos enteramos que se trata de un Sacerdote. En el capítulo 10, Él pone Sus pies sobre la tierra y sobre el mar, mostrándo así que Él es el dueño de todo, ya que Él es el Rey. En Apocalipsis 18, Él anuncia la caída de Babilonia, y la tierra entera es iluminada por la gloria de este Mensajero. En este texto, Él es presentado como un Profeta. Jesús lo es todo para nosotros: Rey, Sacerdote y Profeta.
El Señor Jesús está junto al altar del incienso hecho de oro, como nuestro Sumo Sacerdote. Él da poder a las oraciones de los santos en la tierra.

Poco antes ha sido abierto el séptimo sello, y ha comenzado el tiempo de la Gran Tribulación en la tierra. En Mateo 24, el Señor Jesús advirtió a los judíos creyentes de los peligros de ese tiempo: “Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en día de reposo”. En ese momento estas personas experimentarán la fuerza de la oración, y estarán concientes de que ha llegado el momento del cual hablaba el Señor Jesús.
Por media hora reina el silencio en el cielo, como leemos en Apocalipsis 8:1, y luego el Sumo Sacerdote da poder a las oraciones. Él toma el incensario, un recipiente de oro con una base, una tapa, y un anillo por encima. En el mismo se encuentra el incienso, esa maravillosa mezcla de componentes botánicos de olor fragante. En el Antiguo Testamento, el sacerdote sacaba con los dos pulgares el incienso del incensario y lo dejaba caer sobre los carbones encendidos del altar de oro. El humo que esto producía, subía en línea recta hacia el cielo. Este incienso de olor fragante habla de la multiforme gloria de la persona de nuestro Señor Jesucristo. Él, en cierto sentido, agrega Su gloria personal a las oraciones de los santos, y con eso les da peso delante de Dios. Recién entonces podemos hablar verdaderamente de orar en el nombre de Jesús, es decir, en conformidad con Su voluntad. Estas oraciones llegan delante de Dios, como si Su Hijo mismo las pronunciera.

El Señor Jesús agrega a estas oraciones, oradas conforme a Su voluntad, toda la gloria de Su persona, y así llegan ante Dios. Si tenemos la impresión de que nuestras oraciones están llegando tan sólo hasta el techo, debemos recordar que si oramos conforme a la voluntad de Dios revelada en la Biblia, podemos estar seguros de que nuestras oraciones serán respondidas. Apocalipsis 9:13 menciona expresamente los cuatro cuernos del altar de oro en el cielo. Los cuernos son una imagen de fuerza y poder; los cuatro cuernos del altar deben explicitar que la oración en el nombre de Jesús tiene enorme poder e impacto, y lo tiene a nivel mundial. Por eso, los cuatro cuernos también representan los cuatro puntos cardinales.

De esa escena en el cielo, podemos aprender que la oración es algo realmente eficaz. Hay quienes se dicen a sí mismos: “Después de todo, Dios igual hace Su voluntad. Entonces, ¿de qué sirve que oremos?” En Santiago 4:2, sin embargo, leemos: “No tenéis, porque no pedís…” Por un lado, hay cosas que Dios hace independientemente de si nosotros los humanos se las pidamos o no. Después de todo, Dios es soberano. Pero, también hay cosas que Dios no haría, si nosotros no se las pidiéramos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Elija su moneda
UYU Peso uruguayo