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Titulo: De Belén al Calvario 2/ 2

Autor: Burkhard  Vetsch 
Nº: PE977

 

Jesucristo, el principio y el fin, es y sigue siendo el centro de nuestra salvación, porque El constantemente intercede por nosotros y nosotros, por medio de El, recibimos la expiación de nuestros pecados. ¡Escuche más de este interesante tema!

 


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De Belén al Calvario 2/ 2

 

Estimado amigo. En la actualidad, muchas veces se usa, como joya, una bonita crucecita, en lo posible de oro, con una cadenita por el cuello, la cual se luce con orgullo.

 

 

Quien lo haga, puede hacerlo con gozo, siempre y cuando debajo de la misma lata, haya un corazón en el cual more Jesús. También, según el lugar, se la pone artísticamente como adorno. ¿Pero quién, en la actualidad, recuerda que esto era un emblema de tortura y ejecución? Solamente las personas condenadas a muerte eran colgadas o clavadas en una cruz, como intimidación y como señal de ser rechazados por Dios. Por eso, también hace recordar la crueldad humana. Casi ninguno de los que usan una cruz como adorno o joya, piensa en el horror de esta pena de muerte. Dios dice en Deuteronomio 21:23: “No dejaréis que su cuerpo pase la noche sobre el madero; sin falta lo enterrarás el mismo día, porque maldito por Dios es el colgado. Así no contaminarás la tierra que Jehová, tu Dios, te da como heredad.” Gálatas 3:13 lo repite: “Maldito todo el que es colgado en un madero.” ¿El signo de la cruz es igual a un signo de maldición? Sí, así lo dicen las Sagradas Escrituras. Pero debemos considerar todo el versículo de Gálatas 3:13, porque el signo de la cruz es, también, un signo de salvación: “Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, haciéndose maldición por nosotros (pues está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero).” Grabémonoslo profundamente: 

 

 

La maldición del pecado que debería habernos tocado a nosotros la cargó Cristo, voluntariamente, como maldecido en la cruz. Allí donde deberíamos haber colgado nosotros, allí colgaba Cristo, pagando así el precio por nuestra salvación. Por eso estamos libres de la maldición. En 1 Pedro 2:24 dice lo mismo con las siguientes palabras: “El mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia. ¡Por su herida habéis sido sanados!” Y no lo hizo sólo simbólicamente, sino muy realmente. El lo hizo por todos los seres humanos, para que nadie se tuviera que perder; a no ser que alguien rechazara esta oferta. Jesús tuvo que hacer este sacrificio, porque todos los incontables sacrificios de animales del Antiguo Pacto no podían quitar los pecados, sino solamente taparlos. Como la expiación de nuestros pecados exige un precio tan alto, no podemos tomar el pecado con la suficiente seriedad, más bien la debemos odiar y evitar! Jesús cumplió por medio de Su sacrificio en el madero de maldición, aquello que El dijo de antemano: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (Jn. 10:11).

 

 

Ahora bien estimado amigo, Jesús se sacrificó voluntariamente. El no dudó, sino que anduvo por Su camino con firme decisión. “Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mt. 26:39). Jesús espera de Sus seguidores la misma disposición al sacrificio. “En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Jn. 3:16). Hasta ahí puede llegar la exigencia de Dios para ti o para mí, y no puede ser suavizada. No obstante, solamente El sabe a quien lo puede pedir en un caso concreto. Sabemos de personas encarceladas que, bajo amenaza de muerte, fueron presionados a decir nombres de otros cristianos y a denunciar a sus hermanos, pero ellos se mantuvieron firmes y no lo hicieron. Hagámonos la pregunta: ¿Cuán real es nuestro amor por Jesús y por nuestros hermanos en el Señor?

 

De un reciente informe sobre cristianos chinos, tomamos la siguiente cita:

 

La entrega y disposición al sacrificio de los siervos de Dios en China impresiona profundamente. Lo que para oídos occidentales, también creyentes, puede sonar chocante – es decir, el estar dispuestos a sufrir por Jesús, a ir a la cárcel, posiblemente también a perder la vida – en diferentes movimientos de iglesias caseras es honor y distinción, más que vergüenza y humillación. Y eso que los cristianos allí en ninguna manera pueden ser considerados como fanáticos, extremistas o inmaduros. Por el contrario, se puede decir que ellos irradian un carácter sencillo, humilde, apacible, espiritualmente muy maduro y modesto. Hablan lo menos posible de sí mismos – para no quitarle a Dios el honor en alguna manera — sino, mayormente, sólo de las grandes obras de Dios, para alabar Su nombre por las obras que El ha realizado.

 

 

¿Cómo testificamos nosotros, de nuestra fe? ¿No deberíamos tomar a estos cristianos chinos como ejemplo? Estos deberían evangelizar nuestro continente. ¿No es verdad que muchas veces practicamos un cristianismo que ha perdido su poder de convicción? En el centro ya no está el sacrificio, la entrega a Jesús, sino nuestro propio bienestar. En primer lugar deben ser cubiertas todas nuestras necesidades materiales. El evangelio tiene que conformarse con nuestra actual filosofía de vida liberal y pluralista. Dios se debe adaptar a nosotros y estar conforme con nosotros. Quien, con fidelidad, se atiene a la Palabra de Dios, es mirado como un sectario excéntrico. De este modo, la cruz también, en nuestro tiempo, se ha convertido en escándalo y contrariedad. Ella perturba nuestra tranquilidad. Y lo peor: En la tendencia de las costumbres de vida moderna, casi no nos damos cuenta que somos desplazados del medio de la voluntad divina y que, con eso, nos convertimos en enemigos de la cruz. De esta manera, Satanás alcanza lo que siempre quiso: La negación del sacrificio en el Calvario.

 

Querido amigo; el primer Adán trajo al mundo el pecado y la perdición. El último Adán, con Su perfecto sacrificio, nos trajo la liberación del poder del pecado y de la muerte. Eso El lo sabía y, por eso, al morir expresó las victoriosas palabras: “¡Consumado es!” Con eso, El satisfizo a Dios y pagó totalmente nuestros pecados. El velo rasgado del templo permite el libre acceso al Lugar Santísimo, al corazón del Padre. A causa de la victoria adquirida, tampoco la muerte lo pudo retener. Solamente en la aprobación y aceptación personal del perfecto sacrificio del Gólgota, es posible una verdadera y gozosa vida de victoria por la fe. Jesucristo, el principio y el fin, es y sigue siendo el centro de nuestra salvación, porque El constantemente intercede por nosotros y nosotros, por medio de El, recibimos la expiación de nuestros pecados. “En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (He. 10:10). Todos los que buscan refugio en el perfecto sacrificio de Jesús, son justificados por Su sangre y hechos partícipes de Su reino. ¡Queremos continuar en esta posición pero, también, queremos seguir adelante en la santificación! El Apóstol Pablo nos exhorta insistentemente en 1 Co. 5:8: “Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad”.

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