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Titulo: De Belén al Calvario 1/ 2

Autor: Burkhard  Vetsch 
Nº: PE976

 

En este programa radial descubrirá quién es el único que puede salvarle por medio de su obra en la cruz. ¿Estaría dispuesto a seguirle?

 


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 De Belén al Calvario 1/ 2

 

«¡Consumado es!»
«¡Pero no sea como yo quiero, sino como tú!» Mateo 26:39

 


 
Esta fue la oración de  Jesús en Getsemaní. Nunca podremos sondear la profundidad de ésta. Estimado amigo, no es que Jesús no hubiera querido ir, como Cordero, por el camino de la muerte. Hacía mucho que Él había consentido en esto, y se los hizo saber a Sus discípulos de antemano: «Ahora subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; pero al tercer día resucitará»(Mt. 20:18-19). De esta manera, Jesús, en una oración comprimida, predijo todo el acontecer dramático del tiempo de la pasión y de la pascua. Con este consentimiento al centro de la voluntad de Dios, Jesús mismo se convirtió en el centro de la salvación divina.

 

La salvación de la humanidad tiene su fundamento en el consentimiento de Jesús de emprender el camino al Gólgota. Para El y el Padre no existía ningún otro camino para la salvación de los pecadores incrédulos. Pero, ¡¿tenía que suceder en una forma tan cruel y espantosa para el Hijo de Dios bueno, puro e inocente?! ¡Cuánto nos habría gustado evitarle esto! Su discípulo Pedro tenía exactamente la misma opinión: «Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirlo, diciendo: Señor, ten compasión de ti mismo. ¡En ninguna manera esto te acontezca! Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres»(Mt. 16:22-23). Aquí querido amigo, resalta claramente la fractura ocasionada por el pecado entre el pensamiento divino y el pensamiento humano distorsionado por el pecado. El pensamiento humano caído, bajo la influencia de Satanás, niega los caminos del sufrimiento. Debemos aprender a pensar de manera divina, es decir, de acuerdo a las Escrituras. Era la voluntad de Dios que Su Hijo tomara hasta el final la más amarga copa de sufrimiento, la vergüenza más grande, los dolores más profundos en cuerpo y alma. ¡Y Jesús con un «Sí, Padre» lo aceptó! Solamente este camino llevaba a nuestra salvación y a Su más grande gloria y abundancia de poder.

 

 

Por más profundo que un ser humano pueda haber caído: si pide perdón por sus pecados, le serán perdonados. Jesús, sin embargo, nunca da gracia barata, porque Él la adquirió, por nosotros, con Su sangre vertida en el sacrificio. ¿Y qué fue lo que Dios contestó a Su Hijo, cuando Él oró: «… pero no sea como yo quiero, sino como tú» (Mt. 26:39)? ¡Nada! Dios calló. No se necesitaba ninguna respuesta. Esta, para Jesús, fue la más grande tribulación, el no recibir una contestación de parte de Su Padre, cuando más la habría necesitado. Jesús podría haber desesperado; Él había sido siempre uno con el Padre y había podido decir: «Yo sé que siempre me oyes» (Jn. 11:42). Pero, Dios calló – y el Hijo fue por el camino del sacrificio, aun cuando la conexión con el Padre se había interrumpido. Nosotros no podemos percibir el profundo significado de este acontecimiento. Un camino de esta índole Dios solamente se lo podía encomendar a Su amado Hijo. ¡Y El lo tomó, por ti, por mí! Solamente así pudo salvar a las personas del estar separados de Dios. Porque se trataba de nuestra salvación.

 

Ahora bien, estimado amigo, sacrificio significa dos cosas: Comunión de los que sacrifican con Dios, por un lado, y homenaje, agradecimiento o expiación, por el otro. Eso ya lo vemos en los sacrificios de Caín y Abel. El sacrificio sincero es agradable a Dios, el sacrificio deshonesto es rechazado por Él. «Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios» (Salmos 51:17). «Entonces Samuel dijo: ¿Acaso se complace Jehová tanto en los holocaustos y sacrificios como en la obediencia a las palabras de Jehová? Mejor es obedecer que sacrificar; prestar atención mejor es que la grasa de los carneros» (1 S. 15:22). Jesús honró a Dios con obediencia y entregó Su vida como sacrificio perfecto: «… ¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?» (He. 9:14).

 

 

Estimado amigo, Dios probó la sinceridad y fidelidad de Abraham y exigió que sacrificara, en holocausto, al hijo de la promesa dado por El: Isaac, a quien Abraham amaba. Pero ¿eso no significaba que Isaac tendría que ser sacrificado con el cuchillo y que tendría que ser quemado con fuego hasta reducirse a ceniza? Era así, realmente. Eso fue lo que Dios pidió. Abraham no pidió consejo a ningún ser humano, ni siquiera a su esposa Sara, quien había dado a luz a Isaac, sino que por la fe fue con su amado hijo Isaac a Moriah, «porque pensaba que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también lo volvió a recibir» He. 11:19). Este fue un momento profético importante que señalaba al Calvario. La sangre de Isaac no tuvo que ser vertida en Moriah, porque Dios dijo a Abraham: «No extiendas tu mano sobre el muchacho ni le hagas nada, pues ya sé que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste a tu hijo, tu único hijo» (Gn. 22:12). En vez de esto, un carnero tuvo que dejar su vida en lugar de Isaac.

 

La acción de Abraham demostró la actitud de su corazón. Si tú o yo hubiéramos estado en su lugar, ¿cómo habríamos obrado? Un sacrificio verdadero no es una barata ceremonia religiosa que no cuesta nada! Pero también Isaac, quien voluntariamente se prestó al sacrificio, es una descripción previa de Jesús, quien en el Calvario dejó fluir Su sangre por nosotros. Isaías lo anticipó: «Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como un cordero fue llevado al matadero; como una oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, no abrió su boca» (Is. 53:7). Abraham es una imagen de Dios, el Padre, e Isaac una imagen de Cristo. El meditar en este sacrificio tiene la finalidad de abrirnos el entendimiento para percibir el más profundo sentido de esta verdad de la salvación y llevarnos a la adoración. La meta de Dios es: por medio de la muerte, la vida.

 

Antes del éxodo de Egipto, Dios ordenó a los hebreos que sacrificaran un cordero sin mácula. Debía ser un cordero masculino, de un año de edad, con cuya sangre se debía pintar los dos postes de la puerta y la parte de arriba. «La sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; veré la sangre y pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto» (Ex. 12:13). También ésta es una descripción profética previa de Jesús, del cordero de Pascua como Cordero de Dios en el Calvario. Dios mediante, estimado oyente, en el próximo programa  continuaremos con este tema. ¡Hasta entonces!

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