Cuando Dios no responde nuestras oraciones (2ª parte)

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Autor: Arno Froese, Dieter Steiger

¿Qué sucede cuando Dios no responde nuestras oraciones, aún cuando pedimos en el nombre de Jesús y con honestidad? En la vida de Pablo encontramos algunas respuestas.


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PE2179 – Estudio Bíblico
Cuando Dios no responde nuestras oraciones (2ª parte)



Hola, amigos! Cómo están? La carta de Pablo muestra claramente, que él no tenía intenciones de vanagloriarse con las revelaciones que le fueron dadas. Note que él le escribe a los corintios en tercera persona, en vez de hacerlo en primera. Pablo más bien se gloriaba en sus debilidades, ya que el Señor respondió a su oración de manera diferente a lo que él había esperado. Él dice en 2 Corintios 12:9: “Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo”.

¿Cómo es esto en la práctica? El Señor obró a través del Espíritu Santo, quien es activo en los corazones y las vidas de todos los creyentes. El Señor glorificado sabía mejor lo que era bueno para Su apóstol. No le quitó su sufrimiento, sino que dio a Su siervo la fuerza necesaria para soportarlo. La gracia de Dios triunfó sobre el aguijón en la carne. Fortalecido con la gracia de Dios, que es suficiente para todo, el apóstol podría haber dicho: “Querido Dios, gracias por las oraciones que Tú no has respondido.” El Señor no le respondió cuando Pablo oró tres veces por liberación; pero aun así, por la gracia de Dios, el apóstol obtuvo la victoria.

En su segunda carta a los corintios, capítulo 4, verso 7, Pablo dice, después de enfatizar la gloria del nuevo pacto: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros”. A través del “aguijón en la carne”, el apóstol llegó a un conocimiento más profundo del maravilloso poder de Dios, que se perfecciona en la debilidad.

Mire la iglesia y los creyentes a través de los cuales el Señor ha hecho Su obra. Sin excepción, somos hombres y mujeres débiles, sufrientes, que sólo se glorían en Su gracia. Tal como Pablo, el misionero de los gentiles, somos capaces de hacer todo “en Cristo que [nos] fortalece” (como dice Filipenses 4:13).

Lea usted el emocionante testimonio del apóstol en 2 Corintios 12:10: “Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”.

En su carta a los romanos, dice que él y sus colaboradores son contados como “ovejas de matadero”. Inmediatamente antes de esto, el apóstol había hablado de “tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada” (en Ro. 8:35). Pero en el versículo 37, saca la conclusión: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.”

El Cristo resucitado dice a todas las iglesias: “Al que venciere…” ¿Cómo podemos lograr eso? Por medio de aquel que nos amó, por Su obra consumada en la cruz, y por Su actual intercesión como nuestro gran Sumo Sacerdote a la diestra de Dios.

Tomemos esto por la fe y démosle a Él la gloria. Si hacemos esto, también en nuestra vida la gracia triunfará sobre toda debilidad.

En el concilio apostólico en Jerusalén, se plantearon importantes cuestiones con respecto al desarrollo de las iglesias tempranas, como, por ejemplo: si los cristianos de las naciones, para ser salvos, debían convertirse en judíos (practicando la circuncisión y guardando el sábado y las leyes alimenticias). Los apóstoles y ancianos reunidos decidieron que los cristianos de entre las naciones habían sido redimidos por la sola gracia. Pablo dijo en Hechos 15:11: “Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos”. Para que los cristianos gentiles no fueran de tropiezo para los judíos, Santiago aconsejó: “…que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre. Porque Moisés desde tiempos antiguos tiene en cada ciudad quien lo predique en las sinagogas, donde es leído cada día de reposo” (versos 20-21).
A continuación, se envió una carta a las jóvenes iglesias, para informarles sobre las decisiones del concilio.

Pablo y Silas tomaron la responsabilidad de visitar las iglesias que Pablo había fundado en su primer viaje misionero, informándoles de las decisiones tomadas por unanimidad en Jerusalén. Lucas describe los acontecimientos de este servicio en Hechos 16:5: “Así que las iglesias eran confirmadas en la fe, y aumentaban en número cada día”. Su viaje los llevó a Siria, Cilicia y luego a la provincia de Asia, donde ellos, en Listra, reclutaron a Timoteo como colaborador. Él ya había demostrado su valor en las iglesias locales, y años después, Pablo lo pudo recomendar a los cristianos en Filipo, diciendo: “Pues a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros. Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús. Pero ya conocéis los méritos de él, que como hijo a padre ha servido conmigo en el evangelio”. (Así lo leemos en Filipenses 2:20 al 22).

Después de que el equipo misionero hubo visitado todas las iglesias existentes, continuó su camino hacia el norte. Seguramente, Pablo y Silas oraban por la guía divina en sus esfuerzos, pero dos veces fueron detenidos por el Espíritu Santo: “¡No prediquen aquí y tampoco allí! No en el norte y tampoco en el oeste, en Misia.” Pero ¿a dónde debían ir? Finalmente, llegaron a la ciudad portuaria de Troas. Delante de ellos se encontraba el mar Egeo y detrás de ellos la provincia de Asia, donde no les fue permitido trabajar. ¿Y ahora qué? Después de semanas de oración, Hechos 16:9 nos dice que Pablo, en la noche, escuchó el llamado: “Pasa a Macedonia y ayúdanos”.

Hoy podemos decir de todo corazón: “Gracias, Dios, que Tú no respondiste la oración de Pablo, y en lugar de ello, lo enviaste a él y a sus acompañantes a Europa (Macedonia)”. De este modo, el evangelio llegó a Filipo. Lo que sucedió allí, fue realmente dramático. Lidia fue la primera mujer en Europa que se convirtió, demonios fueron expulsados, Pablo y Silas fueron echados en la cárcel y luego fueron liberados por Dios a través de un terremoto, y el encargado de la cárcel se convirtió. La iglesia de Filipo siguió apoyando al apóstol con sus oraciones y ofrendas. Pablo fue un testimonio de la provisión de Dios. Pero lo decisivo no fue la respuesta a sus oraciones, sino que el factor decisivo en su servicio fueron la voluntad y el plan de Dios para su vida.

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