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Título: Confianza frente a los grandes desafíos

Autor: Marcel Malgo PE1433

¡Vivimos en un tiempo turbulento! Amenazas de guerra, criminalidad creciente, altas tasas de desempleo y otras dificultades caracterizan nuestros días. Muchos son afligidos por problemas personales, como enfermedad, soledad, culpa, etc. El autor de este mensaje analiza algunas de esas dificultades, y sin menospreciarlas nos anima a confiar de manera total y completa en el Dios Todopoderoso.


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¡Amigos, qué gusto poder estar nuevamente con ustedes! Hacia el final del programa anterior nos preguntamos: ¿De qué manera reaccionamos cuando Dios permite tribulaciones y tentaciones en nuestra vida? Pues, muchas veces nos preguntamos, molestos y quejosos: «¿Señor, por qué me pasa esto a mí? ¡Yo soy Tu hijo!». Y es en este tipo de circunstancias, cuando nos damos cuenta que tenemos una idea equivocada de las cosas, porque creemos que un hijo de Dios debería pasar libre de contrariedades en la vida. Y pensar así es algo totalmente insensato e irreal. Vimos que en Lucas 3:8 se nos relata de cuando muchos venían para ser bautizados por Juan el Bautista, Jesús notó inmediatamente que algunos de ellos se vanagloriaban de su padre Abraham, y entonces les dijo claramente: «Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: Tenemos a Abraham por padre; porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras». Dicho de otro modo, él les quiso decir: No piensen que por tener por padre a Abraham transitarán un camino especial, o diferente, para alcanzar la salvación. Ustedes necesitan seguir el camino de todas las personas, o sea, arrepentirse de todo corazón. ¡Sólo así serán salvos!

Continuamos hoy entonces, amigos, recordando que los apremios físicos, o las bancarrotas financieras en nuestra profesión o negocio, no son cosas anormales, puesto que también los hijos del Señor -muchas veces- deben pasar por el oscuro valle de sombra. Del mismo modo, tampoco podemos hacer caso omiso al poderoso mundo de las tinieblas, diciendo simplemente: «No tengo nada que ver con eso porque soy hijo de Dios». Es obvio que no tenemos nada que ver con los poderes de las tinieblas, pero ellos tienen mucho que ver con nosotros, pues tienen sumo interés en perjudicarnos. Esto tenemos que tenerlo muy claro. Aquí no funciona la política del avestruz, de enterrar la cabeza en la arena y decir: «No veo nada y no escucho nada porque soy un hijo de Dios». ¡Tal vez ha llegado el momento de cambiar nuestra forma de pensar! En la práctica, esto quiere decir que debemos aceptar cualquier desafío o situación que se nos presente, con el propósito de demostrarle al mundo que existe un Dios Vivo.

No pretendamos mostrarle al mundo que un creyente vive libre de los momentos desagradables y difíciles, comunes a todos los seres humanos. ¡Esto sería absurdo! Por el contrario, tenemos que mostrar al mundo el significado de ser creyente y cuáles son los resultados de haber creído en Cristo. En Salmos 18:29, está escrito: «Contigo desbarataré ejércitos, y con mi Dios asaltaré muros». Dios no quitó los muros para que David encontrara un camino cómodo. David debía, por sobre todas las cosas, aprender a saltar los muros con la ayuda de su Dios, y eso hizo. Con respecto a esto, leamos las gloriosas palabras de 1 Juan 5:5: «¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?»

Tenemos que mostrarle al mundo cuál es el punto fuerte del cristiano: Que, con la ayuda de Dios, él está dispuesto a aceptar los desafíos y exigencias de la vida, y que es capaz de salir victorioso.

El hecho de contar con la actitud mental que mencionábamos antes de la pausa – que con la ayuda de Dios estamos dispuestos a aceptar los desafíos y exigencias de la vida, y somos capaces de salir victoriosos – es algo muy distinto a la actitud que tomó Pedro. El no quería bajar del Monte de la Transfiguración, porque no quería regresar a la rutina diaria sino que, más bien, planeaba construir carpas en lo alto del monte y permanecer para siempre con el Señor, junto a otros elegidos. Pero, Jesús no construyó ningún mini paraíso en ningún lugar del mundo, adonde los hijos de Dios puedan huir y quedarse hasta Su venida. Todo lo contrario. Él, con plena conciencia, nos puso en este mundo malo y pecaminoso, y es aquí donde nosotros debemos pelear la buena batalla de la fe hasta Su regreso. Y para que podamos ser victoriosos en medio de este mundo -lo que es, en sí, un gran desafío- puso en nuestras manos, un salvoconducto: Nos dio Su victoria sobre el mundo.

Esta victoria, esta seguridad y esta fe, se deben manifestar al mundo a través de nosotros. ¡Éste es nuestro deber! Aun más: ¡Para esto estamos en el mundo! La respuesta de Mardoqueo a la reina Ester -luego que ella dijera que nada podría hacer para detener el diabólico plan de Amán- deja de manifiesto nuestro deber. En la parte final de Ester 4:14, él se dirige a ella y le dice muy seriamente: «¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?” Con esto, Mardoqueo quiso decirle a Ester que ella no había llegado a la posición de reina por voluntad propia, o por cosas del destino, sino más bien para que alguien se pudiera levantar en oposición al maligno plan de Amán. Pues ella, la reina Ester, en aquel preciso momento, era la única persona que podía hacerlo. Ella constituía la única fuerza que podría oponerse ante la inminente desgracia que se aproximaba. Y, por eso, debía aceptar aquel desafío. Lo mismo pasa con nosotros. Sobre este mundo, somos los únicos que podemos oponernos a la maldad, en nombre del Señor. Pues, tampoco nosotros nos hemos convertido en hijos del Rey para nuestro propio provecho o conveniencia. Existen tres motivos por los que nuestro Padre celestial nos ha puesto en tan alta posición, por medio de Cristo:

El primero es: Por causa de su Santo nombre. Hemos sido redimidos, en primer lugar, para que la honra ultrajada del Dios Creador fuese restaurada.

El segundo es: Porque él nos amó. Aquí vienen a nuestra mente las gloriosas palabras de Juan 3:16: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».

Y el tercero es: Con el propósito de establecer, por medio de nosotros como hijos de Dios, un baluarte de poder divino en la tierra. Solamente de esta manera, se vuelve evidente la existencia de un polo opuesto al poder del mal. El Señor dice claramente en Mateo 5: 13 y 14: «Vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder».

¿Comprendemos ahora de que se trata? La reina Ester fue la única fuerza de oposición posible y viable, capaz de desviar o impedir la catástrofe que se acercaba. Todo dependía de si ella aceptaba aquel gran desafío o no. Gracias a Dios ella fue capaz de aceptar el desafío y el Señor intervino. De la misma manera, nosotros debemos mostrarnos al mundo como personas que no retroceden delante de los desafíos, sino que en todo somos vencedores, convirtiéndonos así en testimonios del poder de Dios sobre la tierra. ¡Ésta es nuestra tarea! El Señor nos ha provisto los recursos, pues en Romanos 8:37 dice: «Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó». No debemos reclamar o cuestionar cuando algo sucede de una manera y no de otra, más bien debemos dejar de compadecernos de nosotros mismos. ¡Tengamos ánimo renovado, corriendo siempre en dirección al Rey, quien siempre nos extenderá Su cetro lleno de gracia y amor abundante! ¡Si logramos vivir de esta manera, nos convertiremos en vivos testimonios del poder de Dios en el mundo!

La reina Ester aceptó el gran desafío. Estaba dispuesta a sacrificarse por la causa de su pueblo. Ella le respondió a Mardoqueo con impactantes y conmovedoras palabras, como lo leemos en el cap. 4, vers. 16: «Ve y reúne a todos los judíos que se hallan en Susa, y ayunad por mí, y no comáis ni bebáis en tres días, noche y día; yo también con mis doncellas ayunaré igualmente, y entonces entraré a ver al rey, aunque no sea conforme a la ley; y si perezco, que perezca». Ahora, finalmente, todos los argumentos habían sido dejados de lado, y Ester, amparada en su posición de privilegio, se dirigió al rey. Las conmovedoras palabras: «… y si perezco, que perezca» dan testimonio de una ilimitada confianza en el Dios Todopoderoso. Del mismo modo, también nosotros debemos tomar una posición firme delante de los desafíos que la vida nos presenta, y enfrentar cara a cara el mal que impera en el mundo. ¡De esta manera, el nombre de nuestro gran Dios será glorificado!

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