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Título: Confianza en la enfermedad

Autor:  Marcel Malgo  PE1426

¡Vivimos en un tiempo turbulento! Amenazas de guerra, criminalidad creciente, altas tasas de desempleo y otras dificultades caracterizan nuestros días. Muchos son afligidos por problemas personales, como enfermedad, soledad, culpa, etc. El autor de este mensaje analiza algunas de esas dificultades, y sin menospreciarlas nos anima a confiar de manera total y completa en el Dios Todopoderoso


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Hola amigos, esta primera parte del mensaje se titula “Confianza a pesar de la enfermedad”. Y para introducir el tema vamos a leer el pasaje de Juan 11:4: “Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.

Al analizar este tema, no buscaremos demostrar si un cristiano debe confiar en Dios o no, sino que pretendemos demostrar por qué un creyente debe confiar en el Señor. Para comenzar, no tenemos la intención de reunir palabras de aliento de la Biblia acerca del tema, ni tampoco de eludir la enseñanza de Santiago cap. 5, vers.13 y siguientes, la cual muchas veces es dejada de lado por los cristianos. Por sobre todas las cosas, queremos demostrar que las personas enfermas deben confiar igualmente en su Señor, aun cuando Satanás pretenda “minar” dicha confianza utilizando, muchas veces, a hermanos en la fe que viven engañados. Existe una falsa doctrina que es capaz de provocar daños irreparables y una aflicción extrema en el alma de los cristianos aquejados por enfermedades, haciendo que la confianza en su Señor sea enormemente debilitada y corroída. Pues dentro de la Iglesia de Cristo reina una doctrina totalmente antibíblica, la cual pregona que los creyentes no deberían ser afectados por ninguna enfermedad. Y cuando – a pesar de eso- un hijo de Dios renacido se enferma, los discípulos de tal doctrina, instantánea y cruelmente, declaran en tono de sentencia: “El o ella pecó, por esa razón él o ella está enfermo o enferma”.

¡Una afirmación de esta naturaleza es una profunda humillación para todos los hijos de Dios que quizá, durante largos años, han soportado o soportan una enfermedad con gran paciencia! ¡Esta no es la manera correcta de hablar con un enfermo, ni siquiera debemos permitir tal pensamiento, pues con esto ejecutamos un juicio para el cual no tenemos justificación alguna! Desde el punto de vista bíblico, las enfermedades son una directa consecuencia de la caída del hombre en el Edén pues, así, el germen de la muerte entró al mundo, por la desobediencia de Adán y Eva. Pero, esos hermanos que sostienen esta falsa enseñanza, no se refieren a este hecho histórico. Ellos no hablan del pecado original, sino de la culpa individual del afectado.

Pero, ¿cómo surge una doctrina así? Con seguridad, por el hecho de que existen en la Biblia algunos ejemplos donde se menciona cierta conexión entre el pecado y la enfermedad. Por ejemplo, leemos en Juan 5:14, lo que el Señor Jesús le dijo al hombre que había sido sanado junto al estanque de Betesda: “Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor”.

Otro ejemplo muy estremecedor lo encontramos en la iglesia de Corinto, la cual tomaba la Cena del Señor de manera indigna. Pablo tuvo que advertir y exhortar a esta iglesia, con las palabras de 1 Corintios 11:30: “Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen”.

De hecho, los ejemplos antes mencionados, hablan claramente de una relación directa entre la enfermedad y el pecado y, de manera personal, hacemos bien en tenerlo presente como algo serio. Pues aquello que sucedió en Corinto también puede suceder hoy en día. Por eso, es perfectamente posible que aun hoy, aquí y allá, existan creyentes que carguen con una enfermedad como consecuencia de su pecado.

Pero – ahora viene el gran “PERO”-: ¡estos dos ejemplos no son suficientes para hacer de ello una doctrina bíblica! Si bien es cierto que en el pasado hubieron casos donde existió un vínculo directo entre pecado y enfermedad – lo cual es muy penoso- se trataron de casos aislados y puntuales. Por consiguiente, no podemos tomarlo como regla general o ley. Y tampoco podemos, ni debemos, afirmar, cuando un hermano nuestro en la fe se enferma: ¡Tú has pecado, si no, no estarías enfermo! Hay una gran diferencia entre una clara doctrina bíblica, la cual se encuentra en todo el contexto de la Biblia, y un suceso esporádico, que tal vez se desarrolló en más de una ocasión de manera similar, pero que en el contexto bíblico no se manifiesta como doctrina. El gran error consiste en que algunos cristianos han fabricado una doctrina a partir de esos pocos ejemplos, en los cuales se vislumbra una relación entre el pecado y la enfermedad. ¡Con esa doctrina han colaborado a empujar a sus hermanos en la fe hacia un abismo de miedo y desesperación! ¡Cuántos hijos de Dios hoy no saben que hacer, porque se les ha convencido que su enfermedad es producto del pecado en sus vidas! ¿Comprendemos la seriedad de este asunto? ¿Nos damos cuenta de la responsabilidad que pesa sobre aquel que sale por ahí hablando livianamente? ¡Hablar de esta forma no corresponde de ninguna manera con el carácter de nuestro Señor Jesús! Pues El, nuestro Salvador, nunca relacionó el sufrimiento con el pecado de manera tan vanal y automática. Lucas 13:1-5, por ejemplo, es una prueba de eso: “En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos. Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”. En estos versículos apreciamos claramente que esos terribles sucesos no vinieron sobre aquellas personas por causa de sus pecados específicos. En relación a eso -como lo expresa Jesús en forma contundente- no existía diferencia alguna entre quienes atravesaron una situación de gran sufrimiento y aquellos que no pasaron por la misma situación. Si hasta Jesús se negó a buscar “grandes pecados” en aquellos casos de sufrimiento extremo, con mucha más razón tendríamos nosotros que tener la misma actitud y mentalidad.

Encontramos un ejemplo más, en Juan 9:1: “Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento”. La actitud y reacción que tuvieron los discípulos, fue exactamente la misma que tienen aquellas personas que enseguida buscan un motivo para causar molestia. Leemos en el vers. 2: “Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?”. En otras palabras, ellos dijeron: Señor, es simplemente imposible que este hombre deba soportar esta enfermedad; él, o por lo menos sus padres, deben haber cometido un gran pecado, ¿no es cierto? Pero, el Señor dio a sus discípulos una respuesta que les tapó la boca, y trasmitió completa tranquilidad al enfermo. En primer lugar, vemos en Juan 9:3, que Él les dijo de manera inequívoca: “No es que pecó éste, ni sus padres…”. ¡Qué clara afirmación de parte de Jesús! La misma, también puede entenderse como: ¡No les compete a ustedes establecer un vínculo entre esta enfermedad y los eventuales pecados cometidos! Y en la segunda parte del verso 3, encontramos una respuesta más, la cual es de gran trascendencia con relación a la pregunta, puesto que es un hecho que existen enfermedades en la vida de los creyentes: “… sino para que las obras de Dios se  manifiesten en él”. En estas palabras de Jesús, encontramos la respuesta correcta para la siempre dolorosa y repetida pregunta, acerca de la existencia de tanto dolor y sufrimiento en la vida de muchos creyentes. Esta respuesta de parte del Señor no se encuentra aislada en el contexto bíblico, sino que nos revela una línea clara de las Sagradas Escrituras con relación a las enfermedades de los creyentes.

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