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Título: Confianza en medio de la angustia

Autor: Marcel Malgo PE1428

¡Vivimos en un tiempo turbulento! Amenazas de guerra, criminalidad creciente, altas tasas de desempleo y otras dificultades caracterizan nuestros días. Muchos son afligidos por problemas personales, como enfermedad, soledad, culpa, etc. El autor de este mensaje analiza algunas de esas dificultades, y sin menospreciarlas nos anima a confiar de manera total y completa en el Dios Todopoderoso.


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¿Qué tal amigos? El tema que nos ocupa hoy es: Confianza en medio de la angustia. Y vamos a comenzar leyendo el pasaje de Santiago 5:13: “¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración”.

¿Qué es la angustia? Muchos podrían dar una respuesta muy personal y subjetiva a esta pregunta. Hablando en términos generales, la angustia es un sentimiento que acompaña al ser humano desde su nacimiento hasta la muerte, en todas las situaciones de la vida; la angustia es compañera del ser humano. La angustia es una de las opresoras más fuertes de la humanidad, es un sentimiento del alma capaz de atacar a su víctima no importando si es rey o mendigo. La angustia es una emoción que puede ser contenida, pero no desactivada. El hombre natural no puede eludirla ni escapar de ella. A decir verdad, existieron y existen personas con un fuerte carácter que, gracias a su determinación, toman una posición firme delante de la angustia pero, aun así, dichas personas no logran una victoria definitiva sobre tal emoción. Podemos intentar ignorar la angustia, pero no lograremos escapar de las situaciones dolorosas.

¿Qué dice la Biblia sobre la angustia? Ella dice, por ejemplo, que la angustia y el sufrimiento pueden volverse visibles. Génesis 42:21 nos relata un ejemplo de eso, cuando los hermanos de José llegaron a Egipto para abastecerse de cereales y se vieron, de pronto, en el palacio de José. No sabiendo que hacer, se dijeron unos a otros: “Verdaderamente hemos pecado contra nuestro hermano, pues vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba, y no le escuchamos…” La angustia -según dice la Biblia- no solamente paraliza la lengua, sino que también hace que ella hable. En Job 7:11, escuchamos decir a Job: “Por tanto, no refrenaré mi boca; hablaré en la angustia de mi espíritu, y me quejaré con la amargura de mi alma”. Pero, la angustia también hace que aun los impíos – llenos de justicia propia- se sientan perturbados. Bildad, describe al impío, en Job 18:11, de la siguiente forma: “De todas partes lo asombrarán temores, y le harán huir desconcertado”. Las Escrituras también nos enseñan que la angustia es más fuerte que la abundancia. Zofar nos describe esto, en Job 20:22: “En el colmo de su abundancia padecerá estrechez; la mano de todos los malvados vendrá sobre él”. La angustia también genera tinieblas. Cuando Isaías tuvo que avisar del juicio sobre Israel, habló sobre las consecuencias de tal juicio: “Y bramará sobre él en aquel día como bramido del mar; entonces mirará hacia la tierra, y he aquí tinieblas de tribulación (angustia), y en sus cielos se oscurecerá la luz” (así dice Isaías 5:30). Y en Isaías 8:22, el profeta proclama acerca del pueblo apóstata: “Y mirarán a la tierra, y he aquí tribulación y tinieblas, oscuridad y angustia; y serán sumidos en las tinieblas”.

Los ejemplos que vimos anteriormente en cuanto a la angustia son negativos, pero también los hay positivos. En el Salmo 119:143, el rey David nos enseña que la palabra de Dios es siempre más fuerte y poderosa que la angustia: “Aflicción y angustia se han apoderado de mí, mas tus mandamientos fueron mi delicia”. La angustia está presente, pero la alegría en la palabra de Dios es superior. Otra traducción dice así: “Fui rodeado por el sufrimiento y la desesperación, pero tus mandamientos fueron mi gran alegría”. El poder de Dios también es siempre más fuerte que la angustia, y esto lo vemos en Sal. 138:7: “Si anduviere yo en medio de la angustia, tú me vivificarás; contra la ira de mis enemigos extenderás tu mano, y me salvará tu diestra”. En Isaías 9:2, encontramos la promesa: “El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos”. Y en el Nuevo Testamento, en Rom. 8:35, 38 y 39, Pablo nos confirma esta gloriosa verdad: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.

Preguntémonos ahora, ¿qué dijo el Señor Jesús respecto a la angustia? Es muy esclarecedor el hecho de observar y saber que Él, en ningún momento, afirmó que estaríamos libres de problemas y sufrimientos. Para ser sinceros, muchas veces se predica que al volvernos creyentes no tendremos más tribulaciones o tentaciones. Pero eso no es verdad. El mismo Señor lo dijo muy claramente en Juan 16:33: “En el mundo tendréis aflicción…”. Mas, en ese momento, Él agregó ese glorioso “pero”: “… pero confiad, yo he vencido al mundo”. En otras palabras: el mundo es el reino de Satanás, pero Mi victoria sobre el mundo puede también ser tu victoria. Esto también significa: En Mí ustedes tienen la posibilidad de vencer a la mismísima angustia. ¡Ésta es la posición del Señor en relación a la angustia!

¿Quién fue el primer ser humano que se confrontó con la angustia? Fue Adán, inmediatamente después de caer en pecado. Antes de la caída, Adán no conocía ese sentimiento. Entonces, luego que el pecado entró en su vida, su ser fue invadido por un terrible sentimiento de temor. Así lo leemos en Génmesis 3:9 y 10: “Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí”. ¡Casi sorpresivamente, Adán y Eva sintieron temor de Dios, su Creador, con quien hasta hacía poco formaban una unidad, una perfecta armonía! Antes de caer en pecado, ellos se alegraban cuando Dios les visitaba en el jardín, pero ahora, de un momento a otro, fueron invadidos por el miedo. ¡Qué devastadoras consecuencias tuvo – y tiene hasta el día de hoy – su desobediencia!

Ha llegado, ahora, el momento de formularnos la pregunta más importante: ¿Quién -en toda la historia de la humanidad- ha experimentado los abismos más terribles y profundos de la angustia? Fue Jesucristo, hecho hombre, en el Jardín de Getsemaní. En aquel lugar, Él sufrió una angustia tal, que nuestro entendimiento no llegaría a comprender. No podemos tener ni la idea más remota de tan tremenda angustia. Cuando tenemos miedo, cuando ya no sabemos que hacer, podemos mirarlo a Él y recordar que Su tribulación fue aún muchísimo mayor. Sobre este profundo sentimiento de angustia que experimentó el Señor, podemos leer proféticamente en el Salmo 22, vers. 11 al 15: “No te alejes de mí, porque la angustia está cerca; porque no hay quien ayude. Me han rodeado muchos toros; fuertes toros de Basán me han cercado. Abrieron sobre mí su boca como león rapaz y rugiente. He sido derramado como aguas, y todos mis huesos se descoyuntaron; mi corazón fue como cera, derritiéndose en medio de mis entrañas. Como un tiesto se secó mi vigor, y mi lengua se pegó a mi paladar, y me has puesto en el polvo de la muerte”. Estas palabras del Señor sufriente, nos describen la abismal e ilimitada profundidad del sufrimiento de Jesús en el Jardín de Getsemaní: La agonía de la muerte. Lucas 22:44 nos habla de eso: “Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”. Su lucha con la muerte no se limitó a la cruz, sino también al Getsemaní, pues allí Él comenzó a morir. Allí, Él entró en una terrible y pavorosa agonía de muerte. Este hecho se refleja en las palabras: “Y estando en agonía…” Él se encontraba en agonía de muerte, porque Satanás estaba a punto de matarlo. Satanás, el príncipe y señor de este mundo, en esta circunstancia luchó por su reino, puesto que tenía muy claro que Getsemaní era el paso previo al Calvario, y si el Señor lograba llegar a la cruz, la puerta de salvación para la humanidad quedaría abierta.

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