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Autor: William MacDonald

Llegamos al Nuevo Testamento para encontrarnos con hombres y mujeres que estaban dedicados al Salvador, en un grado no usual. Personas que dieron todo por su Señor, para nunca volver atrás.


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PE2217 – Estudio Bíblico
“Compromiso total” IV (1ª parte)



Hola amigos! Siguiendo con este mensaje que habla del compromiso, hemos llegado ahora al Nuevo Testamento, para encontrarnos con hombres y mujeres que estaban dedicados al Salvador, en un grado no usual. Allí se encuentra Juan el Bautista, por ejemplo. Nuestro Señor lo exaltó llamándolo “una lámpara encendida y brillante,” y “más que un profeta.” Juan, sin embargo, habló constantemente de su indignidad, determinado a que su Maestro recibiera toda la gloria. Él no se sintió para nada celoso cuando sus discípulos lo dejaron para aprender a los pies de Jesús. Su humildad y sumisión fueron superadas sólo por su valor. Finalmente, Herodes el Tetrarca ordenó que lo decapitaran.

Otro ejemplo es el de: Los Apóstoles

Había once apóstoles. Cuando el joven Juan escuchó clamar al Bautista: “He aquí el Cordero de Dios”, él comenzó una vida de servicio incansable, ganándose el nombre de “el discípulo a quien Jesús amaba.” Él no tuvo una muerte de mártir como los demás, pero sí vivió como uno. El compromiso de Simón Pedro con Cristo fue innegable, aunque nos concentremos sólo en su debilidad. Para seguir a Cristo, abandonó el comercio de peces en el mejor día de negocios de su vida (como leemos en Lucas 5:1 al 11). Si la tradición es cierta, él pidió ser crucificado cabeza abajo, pues se consideraba indigno de morir como su Maestro. Los detalles concernientes a los demás apóstoles son escasos, pero está claro que dieron todo por su Señor, para nunca volver atrás.

Y no debemos olvidar a las mujeres fieles que sirvieron al Salvador. Estaban aquéllas que lo ungieron con un perfume costoso, que lavaron sus pies con sus lágrimas, y los secaron con sus cabellos. Estaba la mujer que había “echado todo lo que tenía, todo su sustento, en el arca”. En la casa de Simón el leproso, otra preparó Su cuerpo para la sepultura. Fueron mujeres las últimas en quedarse en la cruz y las primeras en la tumba vacía. En el Libro de los Hechos y las epístolas encontramos a Lidia, Priscila, Eunice y otras.

Hablemos de Esteban, un hombre lleno de fe, poder y del Espíritu Santo, fue el primer mártir de la iglesia cristiana. Principalmente, era un hombre leal a Cristo, quien prefirió una muerte violenta a tener que doblegarse.

Y si Abraham es el ejemplo sobresaliente del compromiso en el Antiguo Testamento, el apóstol Pablo tiene esa distinción en el Nuevo Testamento (sin contar al Señor Jesús, por supuesto). Antes de su conversión a Cristo, Pablo era una estrella en medio del judaísmo ortodoxo. Orgulloso de sus credenciales raciales y religiosas, promovía con celo su propia fe y buscaba silenciar cualquier religión que pudiera significar una amenaza.

Sin embargo, en camino a Damasco se encontró con el Señor glorificado, y, en ese momento, “¡escuchó la historia más dulce! Encontró la ganancia más real” (como dijo Mary Bowley). Se volvió un ardiente seguidor de Aquél a quien había estado persiguiendo. Se encendió un fuego en su alma, que nunca se apagaría. Su pregunta: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” fue, antes que nada, un reconocimiento de Jesús como su Señor y Maestro. Y también una entrega total de su voluntad a la voluntad de Cristo, con todo lo que eso acarrea. El resto de su vida y su ejecución en Roma fueron la respuesta a esta pregunta.

Poca gente, alguna vez, vivió la gama de emociones humanas y padecimientos que experimentó Pablo. Él supo lo que era el dolor: la perplejidad, la decepción, el quebrantamiento, la traición. Fue calumniado por sus enemigos y abandonado por algunos de sus amigos. Cuando algunos de los creyentes corintios cuestionaron la validez de su apostolado, les lanzó este inolvidable desafío que leemos en 2 Co. 11:22 al 29:

“¿Son hebreos? Yo también. ¿Son israelitas? Yo también. ¿Son descendientes de Abraham? También yo. ¿Son ministros de Cristo? (Como si estuviera loco hablo). Yo más; en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y «además» de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno?”

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